ANTONIO BURGOS | MIS MEJORES RECUADROS


Silvestre

 Cuando estoy unos días lejos de Sevilla, sin poder leer el periódico, me da miedo coger el montón de números atrasados. Porque no sé si a usted, sevillano, le pasa como a mí: que cuando está unos días lejos, vuelve y coge los periódicos atrasados, se dice para sus adentros, hojeando el periódico por atrás, por las esquelas:
-—Veremos a ver quién se ha muerto...
Me daba el barrunto de que en estos días se tenía que haber muerto una parte de Sevilla, hasta que me topé con su esquela digna, de empleado jubilado de la Junta de Obras del Puerto: «Rogad a Dios en caridad por el alma de don Fernando Estévez Vizcaya...» Y debajo del nombre, como un título del Reino, como un puesto en un consejo de administración, el mote torero con que Sevilla lo conocía, «Silvestre», puesto por la familia allí con el orgullo de la leyenda, conociendo a Sevilla mejor que a Triana, de modo que si decimos que ha muerto Fernando Estévez nadie se emociona, pero si decimos que ha muerto Silvestre es un trozo de historia de la ciudad al que decimos adiós.
Todo el mundo sabía que Fernando Silvestre había sido torero bufo, formando pareja con El Maravilloso (Eugenio Noel puro), pero muy pocos conocían al personaje que me causaba respeto, a Silvestre como varón de dolores, que conoció en sus carnes las venturas y desventuras de una Sevilla zafia y muerta, ay, de las bromas de los señoritos y de la guasa del vino de los señoritos. La gente sabía que Silvestre, con El Loqui de Triana, con Joseliqui, estaba hasta las tantas por las ventas abaos de lo que surgiera, para llevarse veinte duros a su casa. Pero la gente no sabía que ese mismo Silvestre se levantaba a las seis de la mañana para entrar a trabajar en el muelle, como marinero de las dragas y remolcadores de la Junta de Obras del Puerto.
Sería muy fácil escribir ahora que a la Sevilla de la posguerra se le ha muerto el último pícaro. Tal era el concepto que tenía de Silvestre. Hasta que, conociéndolo, supe de su digna vida de oscuro trabajador del muelle. Aquel día que arriesgó su vida en la barra de Sanlúcar, para salvar la draga «Sonsoles».
Silvestre era un enamorado del río. El río se le llevó lo que más quería: un hijo, que se le ahogó joven en sus aguas de junqueras y vapores de la Vasco Andaluza. Había que ver a Silvestre con la caña de un timón, recorriendo el río como el cuerpo de una mujer amada, inventándose las gestas del marino que, orilla de Triana, no pudo ser. La gente se reía de Silvestre y a mí Silvestre me daba muchísimo respeto, más que los señoritos juerguistas a los que hacía reír. Me gustaba hablarle de usted y llamarle Fernando. ¡Cómo agradecían que se le tratara así sus ojillos vivos, su sombrerito de cuadros a lo Nat King Cole! Las mañanas de Domingo de Ramos me lo encontraba siempre en El Salvador, viendo los pasos. Y me recordaba el naufragio de Manuel del Valle:
—Mire usted, ni las gracias me han dado, y eso que me decía: «Silvestre, Silvestre, sálveme usted, que no sé nadar...»
Adiós, Silvestre... Te hemos abierto el puente de San Telmo, porque te vas de Sevilla empavesado, como el barco que quisiste mandar. Te cambiamos tu sombrerito de cuadros por una gorra de capitán que tenga en oro el ancla de la Esperanza de Triana. Y como letanía repetimos ahora aquellos nombres del río que nos enseñaste: La Compañía, Los Acebes, El Mármol, La Lisa, La Horcada... Tu barco, Fernando, con qué grandeza está llegando a la Sanlúcar cuya barra le abre la Esperanza a los trianeros del río...


 

Para buscar dentro de El RedCuadro

 
    

 

Correo Correo

Clic para ir a la portada

Biografía de Antonio Burgos


 

 

Copyright © 1998 Arco del Postigo S.L. Sevilla, España. 
¿Qué puede encontrar en cada sección de El RedCuadro ?PINCHE AQUI PARA IR AL  "MAPA DE WEB"
 

 

 


 

Página principal-Inicio