El muy sevillano Rey Don Alfonso XIII,
el que se venía aquí a vivir en el Alcázar por
primavera, a pasar la Semana Santa, a presidir el palio
de Las Cigarreras y a que incluso lo multara el guarda
del Parque por cortar una rosa (igualito que otros, y no
quiero señalar) se acordaría mucho de su ciudad amada el
5 de septiembre de 1912. Ese día don José Canalejas (el
de la calle del Hotel Colón, no Canalejas de Puerto
Real), a la sazón presidente del Consejo de Ministros,
le pasó a la firma en Palacio dos Reales Órdenes por las
que declaraba Monumento Nacional dos templos sevillanos:
Santa Catalina y la Capillita de San José. Ahora, dos
lápidas recuerdan la firma regia. En Santa Catalina, un
mármol tan abandonado como la iglesia toda pone:
"Iglesia de Santa Catalina. Fue declarada Monumento
Nacional por Real Orden de 5 de septiembre de 1912". En
la Capillita de San José, otro mármol, reluciente y
sacado de brillo, que parece recién esculpido, pone:
"Capilla de San José. Esta iglesia fue declarada
Monumento Nacional por Real Orden de 5 de septiembre de
1912".
Esto es, que las dos iglesias cumplen en estos días
centenario de monumentalidad. Cien años justos que las
dos son monumento nacional. Cuando tal condición se
otorgaba con cuentagotas, y no como ahora, que como al
Monumento Nacional lo han convertido en Bien de Interés
Cultural, en BIC, que es nombre de bolígrafo, pues
reparten esas catalogaciones, eso, como si fueran
bolígrafos de propaganda: las espurrean y dan a peluz y
a voleo.
Por los duales sevillanos de siempre, las dos iglesias
de aquel día de septiembre de 1912 corren suerte bien
distinta. La Capillita de San José está perfectamente
conservada, mantenida y ¡abierta al culto! por los
Padres Capuchinos, y no convertida en un frío museo como
El Salvador. Los Capuchinos, sin pasar la gorra entre
las administraciones, sin mendigar subvenciones,
mantienen que da gloria verla la que por antonomasia
llaman los sevillanos "La Capillita". Capillita que se
salvó milagrosamente de las llamas en mayo de 1931, en
la fatídica "quema de conventos" de pocos días después
de proclamada la República. Las hordas le metieron fuego
al templo y en el techo aún quedan "huellas de esta
barbarie revolucionaria", como recuerda junto al horario
de misas un texto que gracias a Dios no han borrado los
imbéciles manipuladores de la Memoria Histórica. Si
quieren ver el barroco en toda su plenitud, entren en la
Capillita de San José.
Y si quieren ver cómo un Monumento Nacional se convierte
en una Vergüenza Nacional, Autonómica, Provincial y
Local, pasen delante de la cerrada Santa Catalina, donde
las autoridades y la Mitra aún se están peloteando la
responsabilidad de su conservación, vamos, de las obras
imprescindibles y urgentes para que aquello no se venga
abajo y se vaya a lo que rima. Ay, si Santa Catalina
fuera de los Capuchinos y no de la Mitra... Seguramente
estaría tan bien conservada como su hermana de
declaración monumental, la Capillita de San José.
Denominación, por cierto, que es lo más sevillano que
hay, esto de La Capillita. Cara y cruz de la
grandiosidad catedralicia, Sevilla está llena de
capillitas. Las capillitas de la ciudad de los
capillitas, por aquello de la igualdad de género. La
Capillita de San Onofre, ahora farmacia de 24 horas de
guardia en la adoración del Santísimo. La Capillita del
Carmen en el puente, ante la que se santiguan los
trianeros cuando vienen a Sevilla. Y nuestra Capillita
de la Pura y Limpia del Postigo, los cien gramos de
Catedral mejor despachados del mundo. ¿La Capillita de
San José, dice usted? No, eso es cuarto y mitad de
Catedral bien despachado. Incluso de Catedral barroca de
la Nueva España que hubieran dejado aquí sin embarcar en
el galeón de la Carrera de Indias...