Aterra entrar en una librería y ver el
bosque de novedades: qué cantidad de títulos, cuántos
cientos de flojísimas novelas autotituladas históricas y
colmadas de anacronismos... Y apena no ver ni uno de los
muchos libros de sevillana materia que publican en su
mecenazgo las entidades oficiales, títulos que nunca
llegarán al público al que verdaderamente interesan.
¿Cuántos libros publicados por la Diputación, la Junta o
el Ayuntamiento se pudren en los almacenes? Es lo que he
sentido al terminar la lectura del apasionante "Los
duendes de Sevilla", del doctor Antonio Reche García,
editado por la Sociedad Nicolás Monardes del Colegio de
Médicos de Sevilla, que premió la obra.
"Los duendes" de Reche es una auténtica enciclopedia de
personajes populares que marcaron el paisaje humano de
Sevilla en el siglo XX. Piense un personaje popular
cualquiera, que Reche lo tiene más que estudiado y
filiado: del Indio de Las Tres Mil a Antoñito Cofradías,
del negro Jackson el de los pañuelitos de la Plaza de
Armas a Pepe el Escocés. He aquí el valor del libro: que
Reche le pone nombre y apellidos, domicilio y oficio, y
fecha de nacimiento y muerte a esta legendaria galería.
Así sabemos que el violinista callejero Sarasate se
llamaba Ricardo García Belgrano, que era de Madrid y que
nació el 8 de agosto de 1908. Que El Múo de Santa Ana se
llama Francisco Rodríguez Moreno y que nació el 15 de
febrero de 1933. ¿Cómo se las ha aviado, en qué fuentes
ha bebido Reche, aparte del "Casco Antiguo" de Abel
Infanzón y de los artículos de un tal Burgos? No sé. El
caso es que a Antonio Reche le ha salido el deslumbrante
Espasa o Larousse de los personajes sevillanos, con su
filiación completa y su biografía autorizada.
Y de la gracia de aquella Sevilla. Y de sus tragedias.
Hay historias terribles de niños huérfanos de guerra,
como el mentado Mudo de Santa Ana o Vicente el del
Canasto. Muertes de romance, como el catedrático de
Medicina que una mañana, en clase de Disección, se
encontró con que el cadáver que estaba sobre la piedra
era el de Don Antonio el Betunero de La Gavidia "que
daba el parte antes que Queipo de Llano". Piedra de la
Facultad de Medicina que también fue el destino de El
Maravilloso, al que los señoritos tiraron desde el
puente de Triana y que había querido ser torero, quien
decía que no había llegado a figura porque Belmonte se
la tenía jurada. El Maravilloso estaba anunciado en la
nocturna que había de celebrarse en Sevilla el sábado 18
de julio de 1936, y al oír los tiros y el cañoneo del
Hotel Inglaterra dijo:-
--Hay que ver la que ha liao Belmonte pá que yo no toree
en Sevilla.
Reche documenta el cartel exacto de aquella nocturna que
trágicamente nunca se celebró. Charlot, El Hombre de
Piedra y su Botones habrían de lidiar un eral. Después
El Maravilloso lidiaría otro, teniendo como subalternos
a Tragatapas y El Loquillo de Camas. El cartel se
remataba con la lidia de dos novillos por Paquillo de
Triana y Antonio Muñoz Baeza, del Arenal, y la actuación
final de la banda juvenil de Los Califas, dirigida por
el niño Paz Domínguez.
El libro rezuma gracia y guasa de Sevilla: cuando Er 77
rifó el Caballo del Cid como se sorteaba la Jaquita del
Rocío o cuando le dieron de guasa la Medalla del Trabajo
a Pepe el del Sport, que no la había doblado en su vida.
Y nos revela las contradicciones de esta ciudad donde
los seises son diez y El Pasmo de Triana nació en la
calle Feria: El Bizco Amate no era bizco, sino tuerto,
pero vamos, tuerto de ojo de cristal. El bizco de verdad
era el de Los Incansables de Torreblanca. En la ciudad
de los cojos ilustres: el Marqués de las Cabriolas, Don
Antonio el Betunero, El Maravilloso, Enrique el Cojo.
Verdes praderas de leyenda donde El Indio de las Tres
Mil sentenciaba: "Un indio sin arco y sin flechas ni es
indio ni es ná".