ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Tu perro no te olvida

  Las esquelas mortuorias son un género literario, mezcla de la elegía lírica, de la novela y, a veces, de la tragedia (griega). Un buen lector de esquelas puede encontrar en una papeleta mortuoria la narración de toda una saga familiar. Como que estoy por escribir una novela que se titule así, "El lector de esquelas". ¿A que suena a esas novelas de éxito de ahora, al tiempo entre costuras...o apresado entre los cuatro lutos tipográficos del cierre de una esquela?
A raíz de aquella esquela tan comentada de la extremeña que dejó mandado que a su muerte se pusiera en su papeleta lo mal que la habían tratado sus hijos, que era algo así como desheredarlos por medio de la mortuoria, Santigo Castelo publicó en ABC un curioso artículo en el que recordaba las más sonadas e insólitas que se habían publicado en el periódico. Le faltó una que quedé en buscársela en la colección de ABC y enviársela. Una esquela que se ha publicado varias veces con los nombres de distintos difuntos, en la que el negro del luto parece verde, pues tras el nombre pone: "Bético hasta la muerte". Se quedan cortos. Estos béticos de las esquelas lo son hasta después de la muerte. Exactamente "bético hasta la esquela mortuoria".
Y tengo también que mandarle a Santiago Castelo, para próximas entregas de su artículo sobre las esquelas de ABC, la que venía el pasado martes 23 de octubre, en la página 67. Era la de don Fernando Tomás Parras Torres, nieto de Tomás Torres Puchetg, fundador del Colegio Santo Tomas de Aquino. Una esquela bética, porque rematando la lista de sus dolientes, ponía entre ellos a "toda la parroquia bética", la que tiene como párroco a don Ángel Martín Sarmiento. Entre los dolientes del señor Parra estaban antes su mujer, Rafi Ruiz; sus hijos, Raúl y Gádor; su amiga Elo; su nuera Susana... Y aquí viene lo bueno, lo maravilloso. La esquela remataba el duelo diciendo, antes de la parroquia bética: "Tu perro Bull y demás familiares". ¡Guau! Eso es poner a los perros en el sitio que se merecen por su lealtad, como lo que son: uno más de la familia. Salen en las esquelas a veces parientes que tienen que ver con el difunto menos que su perro y que, desde luego, lo querían menos. A mí el Bull de don Fernando Tomás Parras me ha hecho recordar a Canelo de Cádiz, el fidelísimo perro que acompañó a su dueño cuando ingresaba en la Residencia para una operación, que se quedó en la puerta esperándolo y que, como el amo falleció en el hospital, allí siguió, fiel y firme, esperándolo años y años, sin moverse de la puerta, hasta que lo mató en la calle el coche de unos turistas. Lo de "hacer el canelo" no tiene validez en Cádiz. En Cádiz hacer el Canelo, con mayúscula, es que un perro nos dé a los hombres ejemplo de cariño. Tanto, que como allí hay un paladar y una gracia que en Sevilla faltar suelen, le levantaron un monumento a Canelo en el sitio cercano a Residencia donde había esperado durante años a su fallecido dueño. Que no se entere de esto la torpe de Mariló Montero, porque la vuelve a liar en TVE, pero si los perros tienen alma (que yo creo que sí), Canelo estará ya en el cielo otra vez al lado de su dueño. Como quizá Bull estará un día otra vez al lado del señor Parras, del mismo modo que lo está ahora con todo derecho en su esquela. Papeletas mortuorias hay donde ponen a cuidadoras sudamericanas que apenas han estado dos años al lado de un señor impedido y olvidan, en cambio, el nombre del perro que le acompañó toda su vida. Claro que Bull no olvida a su dueño. Lo sé. ¿Y sabe usted por qué lo afirmo con tanta seguridad? Porque me lo han aseverado mis mágicos gatos Remo, Rómulo y Romano. Me dicen que, como ellos si yo un día les faltara, Bull sigue buscando a su dueño por todos los rincones de la casa.


 

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