ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Grifos en la Cumbre

Junto a uno de los lugares más hermosos de España, la Caleta de Cádiz, la de los atardeceres en que Falla escuchaba el chirrido de la moneda antigua del sol al entrar en la alcancía del horizonte de la mar, existe desde el reinado de Don Alfonso XIII uno de los primitivos paradores nacionales. Parador que, como Cádiz se identifica con su Carnaval, tiene un disfraz. El parador nacional de Cádiz está desde 1929 disfrazado de Hotel Atlántico.
El edificio del primitivo hotel era una maravilla, de arquitectura historicista, al gusto de la época de las Exposiciones de Sevilla y de Barcelona, con un cierto aire colonial. Era algo así como si el Hotel Nacional de La Habana se hubiera quedado por embarcar junto al Baluarte de Santa Bárbara. Ese edificio fue derribado en tiempos de Fraga en el Ministerio de Información y Turismo, para levantar otro parador más no sé qué, porque aquel era una belleza. Fue en esa época en que un Hotel Meliá se parecía a otro Hotel Meliá como un premio Adonais a otro premio Adonais, y Fraga hizo una especie de Meliá sobre el derribo del viejo parador de Don Alfonso XIII y de Ramón de Carranza, el gran alcalde de Cádiz al que se le quedó nombre de estadio y de trofeo veraniego.
Pero ese hotel, a su vez, fue también incomprensiblemente derribado ha poco, para levantar el nuevo Hotel Atlántico recién inaugurado, todo modernidad del zapaterismo, donde se abandonó le estética Meliá para entrar en la tendencia NH. Según mis cuentas, este palimpsesto caletero se produce porque Cádiz debe construir un parador nacional de turismo de nueva planta por cada millar de sus tres mil años de historia. Ya vamos por el tercero, camino del cuarto. El nuevo Hotel Atlántico es de ese estilo que llaman en Cádiz "¿pero qué es esto, Dios mío de mi alma?". Y allí se han alojado los más ilustres jefes de Estado y de Gobierno participantes en la reciente Cumbre Iberoamericana. Que no han podido gozar de la belleza del paisaje caletero, preocupadísimos todos en un asunto común. ¿La deuda externa, dice usted? No. ¿La crisis? Tampoco. Lo que de verdad ha preocupado a los dignatarios nacionales y extranjeros alojados en el nuevo Hotel Atlántico de Cádiz ha sido llegar a saber cómo puñetas se abren los grifos del cuarto de baño. El Hotel Atlántico, como todos los engendros de los arquitectos y decoradores de la pomada, tiene esos grifos imposibles, en el supremo concepto del diseño actual: que nada sea lo que parece y nada parezca lo que es. Como los de tantos cuartos de baño de los restaurantes de la nueva cocina de platos cuadrados y camareros de negro luto, para saber abrir los grifos del Hotel Atlántico y que no te achicharres con el agua caliente, porque abres la ducha en lugar del caño de la bañera, hay que ser por lo menos diplomado en la Facultad de Ciencias del Grifo. Que a este paso habrá que crearla. O que instalen los grifos con libro de instrucciones al lado, y el recepcionista nos dé un cursillo al entregarnos las llaves del cuarto.
Esto de los grifos inmanejables e indescifrables no es nuevo. Juan Ramón Jiménez cuenta que en su viaje de poeta recién casado por Estados Unidos se pudo lavar y bañar gracias a lo lista que era Zenobia, que era la que acertaba con el mecanismo de aquellos extraños artilugios de la grifería y le llenaba la bañera. En la Cumbre Iberoamericana no ha estado Zenobia. Por lo que del Rey abajo, todos los clientes del Hotel Atlántico han llamado angustiados y a deshoras a Recepción, para que les manden a un señor de Mantenimiento que les explique cómo demonios se abre el agua caliente. Han llegado en el Hotel Atlántico de Cádiz a la conclusión que yo descubrí hace tiempo: es más fácil llevar la responsabilidad los destinos de una nación que saber abrir un grifo de diseño.

 

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