Noviembre tuvo que ser anoche mucho más noviembre en las
oscuridades de la curva del Hospital del Hipódromo de
Pineda. Por la ceniza de la pista donde vi ganar tantas
carreras a la yegua "Chorlita" de Parladé cabalgarían los
angloárabes de la cercanía de la muerte, en un handicap
desdoblado del recuerdo sin "gentlemen", ganador ni
colocado. En el Pabellón del Hipódromo, Pineda, o sea, el
Real Club Pineda de Sevilla, ofrecía su anual misa por el
alma de todos sus socios difuntos y especialmente por los
fallecidos este año. -
En otras partes, noviembre es el mes de los difuntos. En
Sevilla, noviembre es el mes de las esquelas colectivas en
el ABC. Cada día el periódico trae como tipográficos ramos
de crisantemos que se ofrendan sobre la fosa común de la
memoria de los socios de un club, de un casino, de los
hermanos de una cofradía, de los licenciados de un colegio
profesional. Las más sevillanas son las esquelas que traen
la lista de los difuntos, Er Pograma de la Muerte, como una
nómina del último tramo de la Cofradía de la Canina, los que
ya están junto al "Mors mortem superavit". Es nuestro
barroco culto a la muerte. No hace falta ir al Hospital de
la Caridad y ver las Postrimerías de Valdés Leal para el "pulvis
eris". En noviembre basta con abrir el ABC, como hacen
tantos lectores, por la página de las esquelas. Estas
esquelas sevillanas con relación de nombres de fallecidos me
recuerdan los mármoles que al final de la guerra colocaron
muchas instituciones con los nombres de sus caídos por Dios
y por España, y que en algunos lugares los cobardones se han
apresurado en retirar.
Que me corrija el presidente de Pineda, que se escribe José
Antonio García de Tejada y Ricart y se pronuncia Nono, pero
yo creo que el Real Club del coronado escudo de la cabeza
del caballo con las dos fustas cruzadas encarga esta misa
anual nada más que como un pretexto para poder recordar a
sus socios muertos en la lista de la esquela del ABC. El
lunes, leyendo la esquela de Pineda, muchos sevillanos ya
idos volvieron a la breve vida del recuerdo. No eran allí
catedráticos, ni médicos, ni agricultores, ni marqueses, ni
militares, ni abogados. La muerte y Pineda a todos nos
iguala. Eran simplemente socios fallecidos. De cuya muerte
muchos amigos y conocidos no se han enterado hasta ahora, al
verlos en la esquela. Una Sevilla que se nos va muriendo
cada día, sin que nos demos cuenta, y que nos viene encima
de golpe, como la Canina a paso mudá por la lluvia, capataz
Nono, con vuestra anual esquela de Pineda. Para muchos, la
vez primera que ven un nombre conocido entre las gualdrapas
negras de los cuatro caballos de los lutos tipográficos.
Muchos se enterarían por la esquela de Pineda que había
muerto Ramón Carranza Vilallonga, o Francisco Borrero Hortal,
o Manolito Laffón, o Alfonso Parias, o Pablo Valero Garrido,
o Enrique Fernández Vial, o Ignacio Aspe García-Junco, o su
hermana, la guapísima Paula Aspe, la que entraba en el
Fillol de la Avenida y se callaban hasta los valencianos de
la huerta pintados entre barracas por Juan Miguel Sánchez en
los frescos a los que puso un techo de azules estrellitas.
Esas azules estrellitas de la noche de Feria en la caseta de
Pineda, ese invernal sol de la tarde de las antiguas
reuniones de carreras con caballos de la cuadra Guerrero o
de los Ramos Paúl, volverían a brillar en el recuerdo de
estos sevillanos, cuando eran jóvenes, recién casados,
novios de una muchacha, ay, ya muerta, que se llama Blanca
Belmonte Cossío, o Beatriz García Rodríguez de Quesada, o
Lucía García Enrile, o Cecilia de Lora Moreno, o Victoria
Vázquez Parladé.
Como en el deseo de los epitafios romanos, es siempre leve
la tierra en Sevilla cuando llega noviembre con sus
esquelas. Me acuerdo del verso de Rafael de León: ""En
Sevilla se muere/con una muerte blanda y deseada,/y el dardo
que te hiere/no es cuchillo ni espada,/que es de flor y de
sol la puñalada".
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