ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los Reyes Magos eran andaluces

   Con todos los respetos que me merece por su Vicariato de Cristo y por su talla intelectual, he de decir que este Papa nos va a volver locos con la Navidad. O este Papa o los que han leído su libro sobre la infancia de Jesús y dan una versión libre para la radio. ¡La que se ha liado con la mula y el buey! Y a la postre ha resultado, como me ha demostrado mi "párroco virtual" Carlos Ros, que el Papa no dice en el libro ni mucho menos que haya que quitar a la mula y al buey del Nacimiento de Cristo, sino que son como campañas periodísticas contra el prestigio y la autoridad de mi querido Beni de Roma, de Benedicto XVI. El único infalible es el Papa, y los que interpretan sus escritos meten unos patulajes bastante importantitos.
Ahora, otra noticia que ya anda rodando por el mundo dice algo que sospechábamos y que está dando que chamullar casi tanto como la mula y el buey: que los Reyes Magos eran andaluces. Si es cierto cuanto se dice en esa noticia (que ya lo dudo todo), el Papa afirma en el libro que los Reyes Magos no llegaron desde Oriente a Belén, sino justo lo contrario: desde Occidente. Digo yo que sería porque entonces no se conocía la brújula y los santos evangelistas se hicieron con la ficha geográfica un lío. Y concreta el Papa, siempre según sus periodísticos exégetas (que vaya usted a saber), que los Reyes Magos no sólo llegaron desde Occidente, sino concretamente desde el Reino de Tarsis o Tartessos. O sea, desde Andalucía. Y no desde esa almeriense y lejana Andalucía de "todo el mundo en general,/ que algunos cogen por punta/ y que sirve pá trincar/ a los tíos de la Junta", sino de lo que verdaderamente hay que entender por Andalucía: de Andalucía la Baja. De este rinconcito de las actuales provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva y pare usted de contar, compare, que de Écija para allá, "tó es Alemania", que dice Paco Lira.
Porque el Papa, que es tan listo, no se ha puesto a investigar más a fondo sobre los Reyes Magos. De haberlo hecho, habría puesto en el libro también todo lo que los sevillanos sabemos de sobra: que los Reyes Magos llegaron a Belén o bien desde el Ateneo de Sevilla o bien desde la Cabalgata de Higuera de la Sierra. Pero por descontado que los Reyes Magos iban desde aquí. Llevaban por delante a los chavales de la Banda de las Cigarreras vestidos de morancos, que iban tocando "en mi casa hay un patio muy particular", y escoltados por los beduinos repartiendo caramelos. Colijo que a los tartésicos Reyes Magos de Occidente los llevó a Belén una estrella de luces LED una jartá chunga que había colgado Zoido en la calle Tetuán, ayudados por un Heraldo que le señaló el camino, a quien le prestó el caballo mi dentista Jesús Creagh.
Y lo que cada vez está más claro, como acaba de descubrir Julio Domínguez Arjona, es que las ofrendas que le llevaron los Reyes Magos de Occidente al Niño no podían ser más de aquí: juguetes de Osorno, oro, incienso y mirra. El incienso era incienso del bueno. De El Silencio. Como el que hace que la Punta del Diamante huela a gloria bendita con el tío que lo vende en su mesita de campimplaya de la esquina del Horno de San Buenaventura. Cuando el Niño Jesús olió el incienso que quemó en su honor Santizo, que iba con los Reyes desde Torreblanca, dijo:
-- Ya mismito voy a estar en Sevilla, encima de una Borriquita, el Domingo de Ramos, bajando por la Rampla del Salvador.
En cuanto al oro que le llevaron los Reyes al Niño, está clarísimo que era oro del tesoro del Carambolo y no oro del que cagó el moro de Oriente, como se sostenía hasta ahora. Finalmente, en cuanto a la mirra, no era mirra: era resina de los pinares del Puerto, Puerto de, Puerto de Santa María...

 

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