ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El hombre de la riá

 Lo que más cambió a la Sevilla contemporánea fue la inundación de noviembre de 1961, cuando se desbordó el Tamarguillo, "chiquito pero matón" y anegó la ciudad de las riadas del libro de Francisco de Borja Palomo. La Sevilla de hoy es consecuencia de los males y los remedios de aquella riada. La Isla de la Cartuja mismo, sede luego de la Expo, no se hubiera nunca formado si aquella riada no obliga al remedio del desvío del Guadalquivir. Y la expansión de la ciudad más allá del centro intramuros, de los arrabales históricos y de las barriadas del 29 no se hubiera producido con tal extensión e intensidad si aquellas aguas desbordadas del triste noviembre de 1961, cuando la trágica "Operación Clavel", no hubiesen arruinado gran parte del viejo caserío del casco antiguo, que se hundió o fue derribado, pasando a la postre sus moradores a nuevas viviendas del extrarradio, como Pío XII, Los Pajaritos, el Polígono de San Pablo, la Barriada de la Paz...
Sevilla tenía unos 450.000 habitantes. De ellos, 125.000 sufrieron las consecuencias de la riada en el viejo caserío intramuros de Sevilla y de Triana y se quedaron sin casa. Fueron desalojados ante el peligro inminente de hundimiento, en escenas tan cotidianas como tristes de muebles en la calle esperando el camión municipal, chiquillos llorando, mujeres desesperadas. Prácticamente, uno de cada cuatro sevillanos quedó literalmente en la calle. El cardenal Bueno Monreal ofreció las parroquias para alojarlos. Y entre Gual Villalbí, ministro especial nombrado por Franco para la damnificada Sevilla, el gobernador Altozano Moraleda y el alcalde Pérez de Ayala idearon la Secretaría Municipal de Viviendas y Refugios para solucionar el problema. Esa secretaría organizó un sistema de 25 refugios para los sevillanos hoy diríamos "sin techo". Refugios de fortuna, como campamentos palestinos, espantosos: naves industriales donde unos cobertores colgando de cordeles separaban el espacio para cada familia, con cocinas y retretes comunes, como en los corrales de vecinos de donde venían. La Cochera de los Tranvías de la Puerta Osario puede ser el paradigma de aquel calvario.
¿Quién organizó todo aquello, quién bregó con la tragedia y dirigió la transformación sociológica de Sevilla, de la miseria a la prosperidad? Pues un hombre que acaba de morir: don Gregorio Cabeza Rodríguez. Cabeza fue el "refugium arriatorum" de las desgracias de 1961, quien con más imaginación que medios buscó alojamientos provisionales y luego definitivos para nada menos que 125.000 sevillanos. Y quien hizo que la ciudad tuviera conciencia del grave problema social de la vivienda. Y quien luego, cuando el gobernador Altozano y después Utrera Molina hicieron todo un programa de viviendas sindicales o del Ministerio, equitativamente distribuyó a esa población damnificada en los nuevos pisos. Con la limpieza administrativa del rayo del sol por el cristal. Pidiendo por propia iniciativa al Ayuntamiento que le pusieran un interventor para fiscalizar su tarea. Cabeza tenía en la ídem todos los datos del problema. Sin ordenadores, un fichero de cartulinas reflejaba la realidad de cada familia. Y poco a poco los fue alojando a todos. Gregorio Cabeza fue el gran casero paternalista de los 125.000 damnificados de la Sevilla arriada, sin llevarse un duro, con escasos medios. Todo su tinglado funcionó en una pequeña accesoria del Bar Citroen en la Avenida de Portugal, apenas sin personal. Igualito que ahora... Ahora, de momento hubieran hecho un pedazo de edificio para la Secretaría de Viviendas, que hubiera tenido cincuenta funcionarios, un jefe de gabinete, treinta asesores, veinte arquitectos y ochenta paniaguados con el carné en la boca colocados a dedo. Ah, y una oficina de prensa y un jefe de protocolo. Pero no hubiera tenido lo que Gregorio Cabeza derrochó: honradez, modestia, eficacia y entrega de la función pública en el servicio a los demás.


 

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