En la dual Sevilla, uno de los habituales dobletes: dos exposiciones de García Ramos, dos. Dos mejor que una, cual plátano de Canarias. Como el Corpus y el Corpus Chico de Triana, tenemos la magna exposición de García Ramos en el Museo de Sevilla, donde iba a diario Juan Miguel (¿Sánchez?) a copiar las maravillas de etcétera, y la exposición de García Ramos en el Ateneo, mínima y dulce como el San Francisco de Asís de Rubén Darío. La del Museo, ya vieron, es la excusa que se ha buscado la Junta como nueva sede de mítines contra Rajoy, el PP, los recortes y hasta contra el Madrid Arena, del que sólo les falta decir que lo de Madrid es por Ana Botella, y lo de Arena, por Arenas Bocanegra. Para inaugurar la exposición de García Ramos dieron el mitin. Exposición magna, digna de ser visitada, por descontado, pero con escaso mérito. Hombre, a mí me dan la sede y los fondos del Museo, los presupuestos de la Consejería de Cultura y el poder de la Junta y lo menos que hago es una exposición como la que han montado de García Ramos, justo al acabar el año del centenario de su muerte, qué puntería de almanaque, hijos.
Para la magna exposición de García Ramos en el Museo, pues, un diez. Pero la que tiene mérito de verdad y es de "cum laude" es la otra, la del Ateneo, que hay que ir a verla pronto, porque la cierran el día 28. Sin un duro, sin ayuda pública, cortitos con sifón, el Ateneo, como una hormiguita, con la dirección experta del profesor Gerardo Pérez Calero, ha reunido una serie de obras de García Ramos que están en colecciones particulares de Sevilla y que nunca se habían expuesto. Hasta han editado un didáctico catálogo. Honra así el Ateneo a uno de sus fundadores, que fue presidente de su Sección de Bellas Artes. Los cuadros de García Ramos están en el Ateneo como en su casa.
Y viéndolos he comprobado un tema que desde aquí propongo a Francisco Robles para su más extenso, versado e ilustrado tratamiento en "Pasión de Sevilla", la revista cofradiera de ABC: García Ramos como cronista gráfico de la Semana Santa. Igual que la editora y escritora Rosa García Perea decía el otro día que "Sevilla son muchas Sevillas", la Semana Santa son muchas Semanas Santas. Cada sevillano tiene la suya. Y el sevillano García Ramos, hijo de un barbero de la calle Pascual de Gayangos, no sólo la tuvo, sino que la pintó. Sus cuadros reflejan toda una época de la Semana Santa. Nadie como él pintó el verde del terciopelo macareno. Vamos, que yo creo que Rodríguez Ojeda diseñó la túnica de la capa de merino para que García Ramos la pintara. En el Ateneo, no se pierdan el cuadrito "Procesión en La Campana". García Ramos pinta la Madrugada de La Campana que Blasco Ibáñez describió en "Sangre y Arena". Junto a un nazareno de ruán y esparto ¡con el antifaz arremangado y la cara descubierta!, una mujer de pañuelo y mantón le tiene la lanza y la rodela a un armao prejuanmanuielino, sin coraza de costillas, que tiene graves problemas de movilidad y de sostenibilidad: que no se puede tener en pie de la tajá tan grande que tiene, vamos. Es digna de ver la mirada inquisitorial que el descubierto nazareno ¿del Silencio? le echa al armao borracho. Lo fulmina con la mirada. Dos Sevillas frente a frente. Y una realidad: García Ramos pinta la Centuria de la leyenda moyatosa, del aguardiente de la Madrugada. La que el difunto Antonio Ángel Franco metió en cintura, imponiéndole disciplina de Tercio de la Legión. Mirando el cuadro del armao borracho de García Ramos, lo vuestro de la Centuria de ahora, capitán Fernando Vaz, tiene mucho más mérito. Pasa como con la leyenda de Mañara y el Tenorio: ser santo tras haber sido el sinvergonzón del Tenorio es lo que tiene mérito, no las virtudes heroicas de un meapilas. Para que comprendamos el mérito y las raíces de la Semana Santa actual, ahí está la doble crónica gráfica cofradiera que pintó García Ramos, la magna del Museo y la mínima del Ateneo.