ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Elogio del Saborío

  Del mismo modo que hicimos aquí el "Elogio del Malaje", sumándonos a la campaña de exaltación del Tío Malaje Sevillano y especialmente de los camareros malajes, hoy toca la "laudatio" académica del Saborío. El Saborío Sevillano de toda la vida. Al que se dirigía la letra de las sevillanas corraleras de las que ya nadie se acuerda: "Mocito saborío,/toca la palmas,/que las palmas se han hecho/para tocarlas." ¿Es lo mismo un Tío Malaje que un Saborío? Evidentemente no. Pero, ¿qué abunda más en Sevilla? ¿El malaje o el saborío? ¿Son acaso dos caras de la misma moneda, haz y envés de la misma hoja del hispalense árbol, en los topicazos de los duales sevillanos, y hablamos del malaje y del saborío del mismo modo que del Sevilla y del Betis, de Joselito y Belmonte, de la Esperanza de Triana y la Esperanza de la Macarena, de Espinosa y Cárcel o de Pastor y Landero?
La denominación de origen del saborío es más directa. No tienes que añadir la palabra "tío" para expresar sin ninguna duda que estás refiriéndote a "una persona humana", como ahora gusta decir. Para precisar que hablas de un malaje y no del malaje en general, de un individuo y no del concepto abstracto, tienes que recurrir a lo del "tío malaje". No le pasa así al saborío. El saborío no es un concepto, una idea, sino una frecuente variedad del sevillano. Que abunda casi tanto o más que el tío malaje. Todo eso del arsa y olé, de la grasia (con ese) que-no-se-pué-aguantà y del mundo de Los Morancos y Los del Río es una Sevilla falsa de uso externo, puesta al día de la Andalucía de pandereta: la españolada en forma de sevillanada. El sevillano es de suyo igual de tristoncete que la flamenca saboría del cartel de las Fiestas que retrataba magistralmente Francisco Robles. La falsa alegría prefabricada, arma de destrucción masiva del alma de la ciudad, es muy poco sevillana. Bécquer mismo era un saborío que tenía "alegre la tristeza y triste el vino".
El saborío es, según el DRAE, el "desaborido", sin sabor, sin sustancia, y "dicho de una persona, sosa, de carácter indiferente". Pero eso es lo que pone el Diccionario, que no se entera del habla de Sevilla y que a los pavías los sigue llamando con el arcaísmo de "soldados de Pava", sin ponerle siquiera el diminutivo entrañable de "soldaditos". El desaborido del Diccionario, cuando llega a Sevilla, pierde la "d" inicial y se queda en un saborío sin gracia ninguna en la Ciudad de la Gracia. En Sevilla un desaborido no es lo mismo que un saborío, del mismo modo que en Jerez un agradaó no es lo mismo que un agradador.
¿Es Sevilla la Ciudad de la Gracia o más bien la Ciudad del Malaje de los Saboríos? Por ahí podemos acercarnos a la verdad: los saboríos tienen mucho malaje; pero los malajes no tienen esaborición, que no tiene nada que ver con eso de "finos y fríos" que Unamuno dijo de los malajes sevillanos o de los sevillanos malajes. La esaborición es otra cosa, es una desgracia, una contrariedad. Es el andalucismo léxico "desaborición" que recoge el DRAE y define como "sinsabor, disgusto", pero que al llegar a Sevilla pierde también la "d" inicial. ¿Es la esaborición la condición del saborío? De ninguna manera. El saborío no es tan sieso como para ejercer continuamente la esaborición. ¿Es el saborío una especie en peligro de extinción que hay que proteger, hacer en determinadas hermandades tristes una Reserva de Saboríos al modo de los linces en Doñana? ¿Están acabando los malajes con los saboríos? No sé. Lo que sí me consta es la suprema contradicción de que en la Ciudad de la Gracia fundó las Comisiones Obreras un aprendiz de la Hispano Aviación que se llamaba Eduardo Saborido. Y que no es en absoluto saborío, porque Eduardo tiene tela de gracia.

 

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