ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un chequeo para Carmen Laffón

      Hace tiempo que no veo a la exquisitamente maravillosa o maravillosamente exquisita Carmen Laffón, la gran pintora de Sevilla. A la que la hubiera consagrado sólo una obra: la monumental vista de Sevilla desde el río, a lo cuadro del Siglo de Oro, que pintó como telón transparente para el montaje de la ópera "El Barbero de Sevilla". Hablamos mucho de los sevillanos raros, pero ¡anda que las sevillanas raras! Carmen Laffón es rarísima. Tímidísima. Recatadísima. Como un patio interior de sí misma. Como un patinillo oculto de su propia alma de artista. Con montera, claro. No montera de cristales, sino de torero, para ponerse a Sevilla por montera. Seguro que cuando va a Madrid le dicen lo que aquel bedel le soltó a Joaquín Romero Murube una vez que fue a hacer una gestión en un ministerio y en la sala de espera pegó la hebra con él:
-- ¿Y dice usted que es de Sevilla? Pues es usted muy serio para ser de Sevilla.
Los chuflas de Madrid nos asignan a los sevillanos este papel ritual de graciosos fijos de plantilla. Carmen Laffón es de los sevillanos serios y aburridos que canta Benito Moreno, en los que la procesión de la gracia va por dentro. Gracia con mayúscula cuando se ponen a ejercer su oficio, y ahí está toda la obra de Carmen Laffón para demostrarlo.
Hace tiempo, decía en el arranque, que no veo a Carmen Laffón. Para mí que Carmen Laffón debe de tener muy mala cara. Cara de tener algo malo sin que ella lo sepa. De otra forma no me explico tanto homenaje en tropel precisamente en Sevilla, donde tanto trabajito cuesta reconocer los méritos ajenos. En menos de quince días, a Carmen Laffón la han hecho, apunta, nene:
Hija Predilecta de Andalucía. Autora del cartel de Semana Santa de la Hermandad de la Esperanza Macarena. Homenaje a su obra en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.
Exposición-homenaje en la Galería Rafael Ortiz. Autora de la pintura del paño de la Verónica de la Hermandad del Valle.
Y habrá más homenajes de los que no me haya enterado. A lo mejor hasta le han dado la medalla de la Peña Bética de la Puertalacarne, que pilla cerca de su casa de la calle Vírgenes. Todo esto han hecho a Carmen Laffón de una tacada, cosa extraña en Sevilla, donde a la gente sólo se le hace justicia cuando previamente se ha tomado el trabajo de morirse. Sevilla es la gran ciudad de los homenajes póstumos. Y no sé por qué extraña razón, a Carmen Laffón me la han convertido como en una póstuma de sí misma. Estas cosas sólo ocurren cuando se sabe que alguien está muy malito:
-- Venga, vamos a darle la medalla este año, porque, total, el pobre no va a llegar al año que viene.
Rafael Manzano, a quien han dado los máximos premios internacionales de Arquitectura, suele decir sobre la envidia local y cómo nos las gastamos aquí:
-- No, lo mío sólo se perdonaría en Sevilla con un buen cáncer.
Por eso, querida Carmen Laffón, yo que tú iría inmediatamente al médico. O, mira, si quieres te doy el teléfono de María García Corona para que te programe un buen chequeo urgente en el Sagrado Corazón. Aunque eres hija de médico, quizá no andes bien y no lo sepas, pero la gente te lo nota en la mirada, como dice la copla. De otra forma no se explica que te están dando esta como absolución general en vida, poniéndote de premios, homenajes y medallas hasta la misma corcha. Cuando te hicieron académica de número de Bellas Artes de San Fernando, de la Nacional, de la buena, en Madrid, en Sevilla ni se enteraron. Y ahora se han liado a darte premios, como diciéndote: "¡Pues ahora te vas a enterar!". Espero que este año no te saquen junto a Pilatos en el paso de la Sentencia. Creo que es lo único que te falta.



 

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