ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Emoción y medida

Te han preguntado, Carlos, en qué se diferencia esta Semana Santa de la que viviste tan intensamente de chaval, cuando íbamos a ver cofradías con el gordo libro-programa de "El Correo" y sus sucintos horarios e itinerarios desplegables, en una ciudad sin apenas bullas en estos días iniciales, y has dicho: "En la emoción, sobre todo en la emoción. Que en gran medida ha sido sustituida por la afición. Y también en la devoción popular, de pocas misas y poca iglesia pero mucha intensidad y mucho cariño. Todo parece desbordarse y exagerarse".

Pero absolutamente todo, Carlos. Hasta la emoción, íntima y secreta como un patinillo con pilistras y albahaca, se siente de otra forma en esta Semana Santa desbordada y exagerada que algunos, en algunos sitios, a algunas horas, más que gozar, padecemos. La Semana Santa perdió su intimidad. Ha dejado de ser rito para volver a ser fiesta, como cuando la Exposición del 29. En los años 20 se hablaba de "las fiestas primaverales". Qué razón tenía la pena traidora. Muchos colocan la Semana Santa a la misma altura que la Feria y, para que me entiendas, Carlos, el retranqueo a la misma altura que la Noche del Pescao. Como dice Manolo Román, ha descendido el ángulo de visión de los pasos. Antes había una elevación de tiro en el ángulo de contemplación del paso: los ojos miraban hacia arriba, al Cristo. Esa elevación se ha degradado. Ahora el ángulo de tiro de la visión es recto, o hacia abajo: hacia cómo lleva las flores este año o hacia los pies de los costaleros, para ver cómo van haciendo el izquierdo por delante y todo ese Nureyev de faja y costal que ha entrado en el ballet espantoso de tantas cuadrillas, mientras una algarabía a la que llaman agrupación musical toca unas que ellos creen que son marchas de cornetas y tambores, pero que si Patón levantara la cabeza, los corría a gorrazos hasta La Barqueta. Y si viniera la Banda de la Guardia Civil, incluso con el horror de sus gaitas) los detenía a todos, entre otras no menores cuestiones estéticas, por usurpación de uniformes militares y de tricornios en esta lamentable Opereta Cofradiera de los tararíes flamenquitos que suenan a Juanita Reina, los chimpunes del redoble y los chacachacas de las 20 tamboras gordas, 20, para el momento cumbre en que se sabe que el pacá-pallá de la cuadrilla va arrancar el aplauso de las masas. De las turbas, vamos.

Y esto que para ellos es la emoción, a nosotros, Carlos, nos desasosiega. Nos conturban las turbas que ahora en vez que quemar iglesias destruyen y desacralizan los ritos de la Semana Santa. Queremos en ese momento preguntar a qué hora sale el primer tren para la Semana Santa de Zamora. O el tren para la Semana Santa de siempre, que no perdió el tren del buen gusto y del sentido de la medida; el tren que lleva a las auténticas e interiores estaciones de penitencia y no de lucimiento y de vanidad. ¿Estamos solos sintiendo así la Semana Santa, Carlos? ¿O creemos que estamos solos, y son más los sevillanos que piensan y sienten como nosotros? Habría que medirlo... Ay, la medida... Se ha perdido la emoción porque se ha perdido la medida. Los primores de lo mínimo. En todo. La otra noche entró un tío en una freidura y pidió cien gramos de chocos. La que despachaba le dijo:

-- Le voy a dar la mitad del cuarto, que es lo que gastamos aquí.

La Semana Santa ha abandonado su sistema emocional de pesas y medida, Carlos. La medida exacta del papelón: la mitad del cuarto y del cuarto y mitad. Un paso ya no pesa lo que antes, con parihuelas de papel de fumar hechas como por ingenieros de la NASA. Se ha perdido la emoción del peso y de la medida, del si cabe o no cabe. Los palios salen como robots, de tanto ensayo. Sin emoción. Ya no es la Semana Santa de la mitad del cuarto, sino de las toneladas de falsa afición. ¿Y Dios? Pues en San Lorenzo. No creo yo que el Dios en la Ciudad de Romero Murube esté mucho en esta fiesta desbordada y sin medida que tanto nos desasosiega a unos cuantos. Por lo menos nos debe de desasosegar a 200.000 sevillanos. Que no se atreven a piar frente a la dictadura del Frikismo desmedido y sin emoción íntima en que han derivado los que llamaste Kofrades, Carlos...

 

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