ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El pintor de Pilatos

En el patio de la Casa de Pilatos, al pie de la fuente que rematan las dos caras de Jano (y de Sevilla) o junto a la fidíaca Palas Atenea; o arriba, en los salones con los techos de los frescos por Pacheco y junto al cuadro de Sebastiano del Piombo, decías Rafael el Pintor y todo el mundo sabía que no te referías en absoluto a Raffaello Sanzio, sino a un humilde artesano sevillano, a Rafael Cabello. Yo sé lo que hizo el Marqués de Tarifa a la vuelta del viaje a Jerusalén de donde se trajo la idea de crear en Sevilla la Semana Santa en estación hasta el templete de la Cruz del Campo y que a su paso por Italia importó el Renacimiento para convertir su Palacio de San Andrés en la Casa de Pilatos, con Pretorio incluido. Yo sé lo que hizo el Marqués de Tarifa con la Casa de Pilatos, cuidándola como un novio a su amada, porque durante años y años he contemplado el trabajo silencioso con que Rafael el Pintor, Rafael Cabello Atienza le ha dedicado su vida a la conservación del monumento.

Rafael el Pintor era de esa galería de artesanos enamorados de su oficio que Juan Ramón Jiménez dejó por incluir en "El Trabajo Gustoso". Cada vez que llegaba a Pilatos y veía a Rafael el Pintor con su mono azul mahón reparando una cancela, o con su ropa blanca subido a un andamio limpiando las yeserías del patio, pensaba que era el verdadero dueño de Pilatos. Para mí que Poncio Pilatos la última vez que vino a Sevilla a pasar la Semana Santa en su Casa, dejó como albaceas de su romanidad hispalense a Rafael el Pintor. Le decían Pintor, pero era más que pintor: artista de todas las viejas artesanías perdidas. Alarife reponiendo ladrillos agramilados. Carpintero de lo blanco restaurando puertas mudéjares. Y con gracia e ingenio. Se habían desprendido en el patio unas yeserías con suras del Corán y como Rafael el Pintor no sabía árabe, ¿qué hizo para reponerlas? Pues cogió una botella marroquí de Coca Cola y repitió diez, veinte veces la grafía del casco. Un árabe que llegue ahora a la Casa de Pilatos y vea las suras coránicas de las yeserías del patio, podrá leer, gracias a la genialidad de Rafael el Pintor: "Alá es el más grande y misericordioso, Coca Cola, Coca Cola, Coca Cola."

Recobraba Rafael el esplendor de gloria de otros días el primer viernes de marzo, cuando era en una sola pieza diputado mayor de gobierno, prioste, mayordomo y fiscal del Vía Crucis de la Pía Unión. O luego, el Martes Santo, cuando con la máxima dignidad de sus manos encallecidas por el trabajo gustoso de sus cien artesanías de la conservación de Pilatos, portaba con la cofradía de San Esteban el banderín de San Juan de Ribera, a modo de guión de la Casa de Medinaceli a la que sirvió con tanta lealtad. Ya enfermo, faltó Rafael el Pintor este año a su Vía Crucis por vez primera. El año pasado lo vi por última vez hecho un brazo de mar romana por aquellos mármoles imperiales, por los que Rafael andaba como Pilatos por su Casa.

Allí descansará para siempre Rafael el Pintor, el caballero artesano sevillano don Rafael Cabello Atienza. Ha sido su voluntad. Que sus cenizas sean llevadas a la Casa que mantuvo con todo su esplendor artístico, sacada de brillo en yeserías y azulejerías. Cuenta la leyenda que el Marqués de Tarifa se trajo a Pilatos desde Roma las cenizas de Trajano y que allí estaban en una urna, hasta que una criada muy limpia, muy limpia, muy limpia las tiró cuando le estaba pegando un flete a aquello. No importa que las tirase. También Rafael el Pintor, con sus propias cenizas, restaurará las de Trajano. Rafael seguirá cuidando a Pilatos hasta después de morir. Igual que su sura coránica de la Coca Cola, habrá que empezar a decir que las cenizas de este artista sevillano son las de Trajano.

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