ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Árboles Bob Esponja

Ya ha llegado el tiempo maravilloso sevillano de las magnolias y las jacarandas. Que en Sevilla no es azahar todo lo que reluce en los naranjos en flor de la Semana Santa que abren poco después que los árboles del amor de la Plaza de América. Tenemos este segundo, hondo, secreto, tan nuestro, segundo capítulo de la primavera, barruntando romero del Corpus, que tiene como heraldos y pregoneros a esos dos árboles tan exóticos como toda la flora de la ciudad, blancas magnolias, azules jacarandas. ¿Quién ha dicho que Sevilla no está abierta el mundo? Los que tal dicen, ¿se han fijado en los árboles que pasan como simbólicos de la ciudad, cuyas hojas son como las del almanaque de los meses del año, como páginas en blanco donde se escribe el poema del paso del tiempo? Todos son traídos de fuera. Ni los naranjos, ni las jacarandas, ni las magnolias, ni la buganvillas, ni las palmeras son de aquí. Todas son como esos extranjeros que vienen, se quedan y echan aquí sus raíces, como esas familias ya sevillanísimas de apellido con mucha K y mucha hache intercalada.

Yo tengo como almanaques automáticos o agendas electrónicas que me marcan los tiempos líricos de Sevilla. Son estos árboles. El magnolio de la esquina que hace la Catedral con el recuerdo del Alfolí de la Sal en las gentes del Postigo me dice cuándo van a bailar los seises, que es cuando se abren sus blancas, carnosas, orgullosas flores sobre las lanceoladas hojas como aceitosas, brillantes, como de verde ruán, sí, yo creo que los nazarenos de la Hermandad del Sol copiaron el brillo de sus túnicas de este árbol monumental, una tarde que venían de ver bailar a los seises.

Ya está florecido el magnolio de la Catedral. Como otra vegetal agenda electrónica, también las jacarandas del Cristina hace ya semanas que me dicen que ha llegado este tiempo de luz que alarga las tardes como cargando la suerte y rematando el pase para dejar a Sevilla colocada para la belleza armónica del siguiente muletazo de la calor.

En Sevilla tenemos estos árboles monumentales y no les echamos cuenta. Un monumento es ese magnolio de la Catedral. Allí querían poner el monumento al Papa Juan Pablo II. El Papa que lo veías y sabías que era el Papa, y no Obispo de Roma, qué forma de empequeñecer la grandeza de la universalidad de la Cristiandad. Poner un monumento bajo otro monumento era un pleonasmo, albarda sobre albarda. Por eso quitaron de allí hace mucho tiempo el monumento de Martínez Montañés que se habían traído del Salvador.

¿Cuántos árboles monumentales hay en Sevilla? ¿Dónde me dejan el plátano de Indias de frente al Coliseo España y la Bodeguita Casablanca, que dicen que está ahí desde comienzos del siglo XX? ¿Dónde el laurel de Indias de la Plaza de San Leandro que salvó don Ramón Carande, porque lo querían talar? ¿Y el pino gigantesco de los Jardines de Murillo, quizá más que centenario? ¿Y los humildes eucaliptus del final de Marqués de Pickman, que es milagro que Monteseirín, con su fervor arboricida, no se los cargara como toda la arboleda de la Avenida para meter el dichoso tranvía, tren de los escobazos al sentido común?

El caso es que muchos de estos árboles que tenemos por monumentales no son tan antiguos. Pienso ahora en los dos laureles de Indias gemelos que hay delante del Banco de España, junto a la Fuente de Mercurio, hago de memoria de las viejas fotos de la Plaza de San Francisco y recuerdo que no sale en ninguna de ellas. Tienen que ser de ayer por la mañana. Dos árboles monumentales que no sabemos por qué los podan así, al cuadrado, como si los tuvieran que meter en una caja inmensa y mandarlos por Seur a algún sitio. No lo sabía hasta que la otra tarde, pasando por donde los veladores del Ex Bar Laredo, escuché que un niño le decía a su madre, señalándolos:

-- ¡Mira, mamá, dos árboles Bob Esponja!

Óooooole su niño de usted, señora, que viene con toda la gracia de Sevilla. Los del Banco de España son ciertamente dos árboles Bob Esponja.El Árbol Calamardo y el Árbol Don Cangrejo, como estaban en la Avenida, seguramente los mandó talar Monteseirín cuando lo del tranvía.

 

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