Veinticinco años de la muerte del que saqué de pila como El Trovador de Sevilla, por lo que siempre ya me llamó padrino y hasta me entregó una placa en el Benito Villamarín en nombre de las peñas béticas. ¿Qué cantaría ahora El Pali, empernacado en su silla de la calle de la Aduana, con los brazos cruzados apoyados en el respaldo, viendo pasar la vida y oyendo los pájaros de los árboles que salían por la tapia de la casa de los Ybarra Gamero-Cívico? Menos mal que El Pali se murió hace veinticinco años, porque de vivir ahora se hubiera muerto del disgusto al ver cómo habían dejado a su Sevilla: mataron la Sevilla del Cuarenta... El Trovador que vivía en su gloria del Postigo me manda desde El Postigo de la gloria las letras que le cantaría ahora a esta Sevilla:

Madre, no me riñas más por salir de costalero, que hay bofetás por salir de corriente o de costero. Y en esa lista de espera me llevado quince años hasta que Antonio Santiago me ha puesto en cuarta de palio.

Madre no me riñas más, riñe mejor al alcalde. Riñe mejor al alcalde, madre no me riñas más, riñe mejor al alcalde, pero no a don Juan Ignacio, sino a aquel que estaba antes. Aquel que plantó Las Setas y que mandó a mi Sevilla, mi Sevilla a hacer puñetas. Salí por calle Regina y miré para lo alto y al ver aquel mamotreto por poco me da el infarto.

Madre no me riñas más, de verdad que yo no he sido, no puse la Torre Pelli, de verdad que yo no he sido, que el crimen contra Sevilla lo hizo Antonio Pulido. Y se vengó la Giralda, y se vengó la Giralda, la compraron catalanes, catalanes de La Caicha.

Ya no pasan cigarreras por la calle San Fernando, porque cerraron Altadis y han prohibido el tabaco. Ay, Sevilla de mi alma, que todo se está acabando, ya sólo pasa el tranvía camino de San Bernardo...

En la Puerta Correos, mi arma, tú me has citao, y a Los Cien Montaditos, yo te he llevao. Que en Las Lumbreras ya no hay bacalao, que está en su Cuesta. Ay, mi Alameda, pero qué ha hecho contigo, ay, mi Alameda, esta murga de tíos que nos gobiernan y no tienen la gracia de Regaera.

Ya no se ven pianillos ni a las guapas cigarreras, lo que se ve es carril bici y tíos en bicicleta. Sevilla mía, Sevilla de mi alma, Sevilla mía, a pasar no me atrevo por la Avenida, me pilla una bicicleta si no me pilla el tranvía. Y no me llores, que llenaron aquello de veladores.

Sevilla tuvo una niña, y le pusieron Triana, pero ahora quieren ponerle azulejo en su zapata. Vaya tíos más malajes, que un letrero no hace falta, que mirando tanta gloria todos saben que es Triana. Te lo va diciendo el río, y te lo dice Santa Ana y lo dice en su capilla, chiquilla, esa morena Esperanza.

Allí en el Bar Laredo yo me bebía una copa aguardiente de anís de guindas. Y ahora he pasao y aquello no es lo mismo, se lo han cargao. Y las loteras pregonan en la esquina, y las loteras, pregonan en la esquina: "¡Robles, hortera!".

Mi hermano ya no va Obejo, ni Pepe a Cerro Muriano, ni mi primo a Campo Soto, que la mili la han quitado. Cual será la pena mía, viendo un cuartel que se hunde, qué grande es la pena mía, las ruinas del Catorce, Catorce de Artillería...

En la calle La Cuna ya no hay saetas, saetas que cantaba Pepe Valencia. Lo que me asombra, cuántas tiendas de trajes, trajes de novia. Y dice un novio, ¿venderán también trajes pá los divorcios?

El Infante Don Carlos, ole, besa a la Infanta, ¡que viva la Sevilla del Cuarenta!, y el DNI de ella, ole, no tiene faltas. Que sólo importa aquel 77, que viva la Sevilla del Cuarenta, aquel 77 de Cabriolas. Viva Sevilla, la Infanta con el Conde de las Natillas.

El día que yo me muera quiero que la gente diga: hay que ver después de muerto sigue queriendo a Sevilla. Y que mi recuerdo envuelvan con mi bandera de España. No, joé, si te parece va a ser con la catalana...