ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 
ABC, 16 de julio de 2013
 
El Carmen en Rota
 
Con Rafael Alberti le he preguntado muchas veces a Rota que "dónde están tus huertos, tu melón, tu calabaza, tu tomate, tu sandía", en los "ubi sunt" de aquel cielo que vi ponerse rojo la noche de la explosión de Cádiz. Y hoy le pregunto al "más dulce de los Puertos", con sabor a vino tintilla, que dónde estarán aquellas falúas marineras de velas latinas y aquellos botes de remo de los pescadores, porque es llegado el día de la Virgen del Carmen. El día ritual en que empezaban los baños. Aseguraban que hasta que la Virgen del Carmen no bendijera las aguas de la Bahía no se podía uno bañar en La Costilla. Era como la prohibición para evitar el corte de digestión tras el almuerzo, pero a lo divino. Había que dejar que el verano hiciera la digestión de sus primeras calores para que saliera la Virgen del Carmen navegando sobre un vaporcito desde la rampa del muelle, donde la llevaban en procesión a paso de horquilla. Era como si la Virgen bendijera las bodas de Rota con la mar y con el verano, con las chaquetas blancas de los veladores de la terraza de Casa Camacho, con los cascabeles del coche de caballos que nos traía desde la estación. Ahora lo veo con otros anteojitos, de los que vendía Lluyot en su tienda, que puestos del revés salía el Santuario de Regla: la procesión marinera del Carmen era como la asunción por el cristianismo del mito del nacimiento de Venus entre las olas. El verano de los baños nacía con la Virgen del Carmen como una Venus Divina que se paseaba sobre las olas del atardecer, con la marea vacía que dejaba ver las piedras de las murallas por donde asomaban su bronce las viejas piezas de la Artillería de Costa.

La procesión marítima se recogía anocheciendo, entre cohetes y bengalas. Las evoqué y hasta vi la cal de Rota al fondo, y los guiños de luz de su faro, cuando me contaron la anécdota del que se presentó al examen de patrón de embarcación de recreo sin tener ni idea y le preguntaron:

-- ¿Qué significa si usted ve una embarcación disparando bengalas a babor y a estribor?

Y el examinando contestó como me cuenta ahora mi memoria de antes que llegaran los americanos a Rota:

-- ¡Que es la Virgen del Carmen!

Y con la Virgen venían las largas mañanas de playa, entre los pregones de las papas fritas de Pico Paco y el reflejo en la distancia, bajo el sol de mediodía, de los dorados azulejos de la cúpula de la Catedral de Cádiz. Un viejo tango canta: "La Catedral de mi Cádiz/es tan bonita,/es tan bonita,/que parecen de plata/sus campanitas". La Catedral de mi Cádiz era ya entonces tan bonita que me parecía de oro su cúpula, voluptuosa en la distancia como redondo pecho una Venus que naciera nuevamente entre las olas.

Y venían los primeros baños. Con bañero. Nos pasábamos la mañana entre las criadas que nos cuidaban y Antonio el Bañero, que nos metía en el agua, casi sacramentalmente. Antonio el Bañero nos sacaba de pila en la sal de Cádiz, cuando nos cogía con sus enormes manazas, vestido con mono azul de perneras remangadas hasta las rodillas, y haciendo cuenco con sus rudos dedos de remo y tolete cogía el agua de la mar para echárnosla por la cabeza y quitarnos la primera impresión. Era como si con el agua primera nos bautizara de verano y de Rota, de todo lo dichoso. Antonio el Bañero no necesitaba la maroma grande que iba desde la orilla a una boya, donde se agarraban los gritos asustados de todas las mujeres que no sabían nadar cuando venía una ola grande. Antonio el Bañero nos daba el chapuzón justo, entre miedos a las aguavivas y al sabor salitroso del agua. Y luego, ya en la orilla, sus pies sobre la arena seca. Los enormes pies de Antonio el Bañero, que nunca se ponía zapatos. Siempre descalzo por la playa y por todo Rota. Cuando en los muros de la Catedral de Sevilla veo el San Cristóbal de Alesio con sus pies descalzos, me acuerdo de Antonio el Bañero. Así me llevaba a mí por medio de la mar de Rota en cuanto llegaba el día de la Virgen del Carmen y me bautizaba de gaditanía en sus aguas.

 

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