SOMOS
tres amigos
sevillanos que nos conocemos desde que teníamos pantalón corto,
y, salvo mi nombre, que ahí arriba queda puesto porque si no, no
me pagan (y está la vida muy achuchada), no habré de decir los
suyos. Coincidimos muchas veces en muchos sitios, así como en
Sevilla se produce el seguro azar de Pedro Salinas: sin
llamarnos, sin ponernos de acuerdo. Sabemos que nos encontramos
la víspera del Corpus, viendo escaparates por la calle Francos,
oliendo romero y haciendo gloriosamente el cateto. Sabemos que
nos encontramos la mañana de la Virgen. Sabemos cuando es Semana
Santa dónde nos vamos a encontrar y, desde luego, dónde va cada
uno de nazareno. De fiscal de paso el uno, de penitente con un
Señor otro, con papeleta de sitio en la gloriosa hermandad de la
bulla el tercero...
Somos los tres de
la misma generación y de las mismas aficiones. Nos une Curro,
nos une La Que está en San Gil, nos une Pepe Luís, nos unen las
lágrimas de San Pedro que suenan en la Giralda, nos une la
Sevilla secreta de compases y conventos, espadañas y patios
sonoros. Y nos separa el Betis. De los tres, dos somos béticos,
pero tenemos la delicadeza sevillana de nunca sacar el asunto de
la pelota para que nadie se enfade. Para que no se enfade el
sevillista, decimos los dos béticos, muy tolerante. El otro
día, empero, rompimos el tácito pacto. Habíamos entre los dos
béticos hablado muchas veces de un descubrimiento que uno de los
dos hizo una vez que el Cabildo de Toma de Horas se celebró en
la Capilla Real de la Catedral:
-¿Pues no sabes-
me dijo- que me estuve fijando y la urna de San Fernando tiene en
todo lo alto el escudo del Betis?
Fuimos un día ex
profeso a verlo. Yo me había estudiado antes el libro de María
Jesús Sanz sobre Juan Laureano de Pina, pero estaba clarísimo:
en la coronación de la urna, los dos ángeles que sostienen la
corona, con el cetro y la espada cruzados, dan totalmente la
impresión de que se trata del triángulo famoso de las trece
barras verdiblancas.
Convencidos los dos
béticos del escudo que corona la urna del Santo Rey, allá con
nuestro amigo el sevillista que entramos en la Catedral, rota la
concordia, ya que el hombre accedió a verlo, diré que
ciertamente descreído. Entramos en la Capilla Real, le
señalamos sobre la plata los dos ángeles, la corona, los
elementos que forman el triángulo bético. Relacionamos cuanto
le mostrábamos con lo que acerca del Betis y de San Fernando
canta Silvio el rokero. Estábamos enloquecidos en nuestra
sorpresa de ver como el sevillista no solamente callaba, sino
asentía. Y al final nos dijo:
- Bueno, ¿habéis
terminado ya?
- Sí, ¿te
extraña?
- No, no me
extraña en absoluto. Mucho antes de que me enseñarais, que, en
efecto, sobre la urna está vuestro escudo, yo ya sabía que San
Fernando era bético...
Y fue entonces
cuando nos dio toda una lección de eso que tiene tan poca
literatura encima, pero que existe como existe la ciudad, y que
es la filosofía sevillista. Con la serenidad apolínea de los
sevillistas, nos dijo:
- Yo ya sabía que
San Fernando era bético, y podíais haberos ahorrado la
explicación. Si San Fernando nació en Zamora y se vino de
emigrante a Sevilla, ¿De que iba a ser sino del Betis? Si San
Fernando hubiera nacido en Sevilla, hubiese sido sevillista. Pero
tenia que afirmar su sevillanía, como el montañés que llega a
Sevilla y se hace bético, y como el gallego que se hace
bético... A nosotros no nos hace falta alardear de Sevilla
porque llevamos el nombre de Sevilla...
En vista de lo
cual, sin decir palabra, los tres les rezamos por dentro a la
Virgen de los Reyes que permite esta maravilla de ciudad...
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