IBA
a titular este artículo «"Madrid" y
“Triunfo"», pero lo he pensado mejor, y he
preferido dedicarlo a los protagonistas principales de
estas dos grandes aventuras de la lucha por la libertad de
información y de opinión en los últimos años de la
dictadura. Somos ingratos, muy ingratos, con los
precursores de todo lo que disfrutamos ahora como lo más
normal del mundo. Suelen ser sometidas a las más
estrictas leyes del silencio gentes que se dejaron la vida
y la hacienda en el juanismo, en la democracia cristiana,
en el liberalismo, en opciones políticas que luego no
llegaron al poder ni dieron de vivir a nadie, por no
hablar de los anarquistas. Le comentaba una tarde a un
viejo monárquico de los que sufrieron persecución a
causa de Estoril
--Hay
que ver, Pepe, que nunca te he visto en ningún acto de
los que organiza la Casa de Su Majestad...
No
le dio importancia a mi apreciación. Y me dio la razón
suprema de esta españolísima cofradía del silencio:
--Mira
--me dijo--, conmigo no tiene que perder el Rey un solo
minuto... Me sabe leal. Lo interesante es que dedique el
tiempo a los republicanos, para convencerlos, y eso Don
Juan Carlos lo hace estupendamente...
Se
ha escrito que la mejor prueba de que la revolución
devora a sus hijos la hemos tenido en cómo la transición
española dio muerte civil a muchos de sus precursores. U
nómina de olvidados, en esta nación que se ha vuelto de
advenedizos y ganapanes, sería tan larga como una lista
de reyes godos. Y mucho me temo que de los dos nombres que
puestos quedan en el título de este artículo, tampoco se
acuerde nadie, precisamente en estos días. ¿Por qué?
Ay, porque veinte años no es nada, como los diez del
Partido Socialista tampoco, y estamos en tiempo de
aniversarios y tornabodas de aquellas publicaciones que
defendieron la democracia cuando editarlas era, jugársela:
los que escribíamos en ellas nos jugábamos la
comparecencia ante el Tribunal de Orden Público, pero
quienes las editaban o dirigían se jugaban, además, sus
cuartos.
De
la Casa de Velázquez me mandan el programa del ciclo «Triunfo
en su época», cuya lectura por sí sola es meterse en el
universo de la nostalgia, de Haro TecgIen a Víctor Márquez,
de Miret Magdalena a las portadas diseñadas por Antonio
Castaño, de los chistes de Ops a los dibujos de Vázquez
de Sola... En un instante me he visto leyendo «La Capilla
Sixtina» de uno de los siete mil pseudónimos que usaba
Manolo Vázquez, primer espada del periodismo democrático,
y me parece que esta tarde voy a ir a un cine de arte y
ensayo para ver una película que ha puesto muy bien Diego
Galán... Y no salgo de estas nostalgias en la Celtiberia
de Luis Carandell, en los apuntes televisivos de Juan
Cueto Alas, cuando recibo carta de Miguel Ángel Gozalo,
en la que me dice que este invento del Madrid Cultural
(que en provincias no sabemos para qué demonios sirve
como no sea para tirar el dinero), va a tener la utilidad
verdaderamente justa y necesaria de rendir homenaje al
diario que dinamitó el franquismo en 1971.
Gozalo
cita a don Antonio Fontán, el gran director de «Madrid»,
que corre el riesgo de quedar para la historia sólo como
un catedrático del Opus y encima de derechas, ay, Dios...
En la papela de «Triunfo» veo muy como de pasada, uno más
en el rebujón, el nombre de su director, don José Ángel
Ezcurra. Con alegría escribo ahora juntos estos dos
nombres para hacerles justicia, en esta España donde si
bien es cierto que por fortuna no hay más camisas viejas
que los que todavía están arrimados al pero sin otro mérito
que haber salido en una fotografía de pinares y tortilla,
no es menos cierto que existen demasiados olvidos para
quienes hicieron algo tan español como jugársela...