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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3004 - 7 de marzo del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

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Aunque denostados por muchos ignorantes, el famoso y la famosa prestan grandes servicios a la cultura. Las famosas difunden las modas en el vestir; por eso les prestan trajes carísimos para que, al exhibirlos, digan que son de tal o cual diseñador, en una especie de Pasarela Cibeles o Salón Gaudí permanentes. Los famosos se convierten en defensores de nuevos hábitos y costumbres, marcan el cambio de mentalidades. España es tan tolerante porque admira a famosos que cada vez tienen más manga ancha. Pero nada como los famosos en cuanto a creadores de lengua. Un académico de la Española, fijando y limpiando, no da tanto esplendor al castellano como un famoso en su continua creación de lenguaje. Los famosos, por ejemplo, han logrado cambiar el sentido de una palabra gracias al diminutivo que le aplican. Me refiero al rollo. Un rollo, hasta ahora, era una pesadez, una monserga. Al pesado que te colocaba el rollo se lo cortabas con timitos rimados, con aleluyas populares:

-- No te enrolles, Charles Boyer...

-- Corta el rollo, tío cebollo.

No quiero colocarles el rollo, porque ahora, gracias al diminutivo del habla de los famosos, el rollo es todo lo contrario. Los rollos se dividen ahora en dos clases, a saber:

1. Mal rollo.

2. Buen rollo.

El mal rollo es el rollo de toda la vida: lo molesto, incómodo, fastidoso, desagradable. Todo lo contrario del buen rollo, que es lo placentero, agradable, delicioso. Mas observo que "buen rollo" es ya una antigüedad, un arcaísmo. El buen rollo se dice siempre en diminutivo: "rollito". El rollito siempre es bueno, no hay "mal rollito" posible. Y es palabra imprescindible para hablar, a su vez, de otro neologismo, como "la relación". La relación es el amor y algo más; a veces, la convivencia bajo un mismo techo. Así se llega al prodigio de las frases hechas... hechas popularísimas en dos minutos:

-- Tenemos un buen rollito en nuestra relación...

Yo no conocía más rollitos que los rollitos Primavera de un chino (traduzco: "un restaurante chino"). Pero, experto ya en ellos, sé que los de las famosas son rollitos de las cuatro estaciones, como las pizzas, y tres delicias, como el arroz, de encantadas que están todas:

-- Sí, entre mi pareja y yo hay un buen rollito...

Aparte de crear lenguaje, tienen que saber una barbaridad de gramática española. Porque en cuanto se les acaba el buen rollito de la relación, siempre cogen el manual para explicarlo muy gramaticalmente:

-- No, no hay terceras personas...

¿Terceras personas del singular o terceras personas del plural?, me gustaría siempre preguntarles. ¿Es ya pretérito imperfecto el presente de indicativo? Da igual. Matizan:

-- Y como no hay terceras personas, ahora estoy superbien...

Esto del "super" es el superlativo que han inventado. ¡Con qué soltura pasan de los sustantivos a los verbos y a los adjetivos! El "muy" o el "ísimo" han desaparecido. Todo es como la gasolina que le echamos al coche, antes 5.000 pesetas, ahora 30 euros: super. Todo es super-esto y super-lo-otro. Antes de cortar el buen rollito no están muy enamoradas, sino superenamoradas. La pareja (vamos, el novio), no es guapísimo, sino superguapo. En su felicidad no están contentos, sino supercontentos.

A mí esta moda del nuevo lenguaje de los famosos, por decirlo como Jesulín de Ubrique en dos palabras, ¿saben cómo me parece? Super-ficial.

Es que me falta práctica en la nueva lengua. Por lo cual, para terminar con buen rollito, no tengo más remedio que acabar con la jerga prestigiada por los famosos:

-- ¿Vale?

-- ¡Venga!

-- Chao...

-- Y punto.

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