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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3013 - 9 de mayo del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Estados Unidos está lleno de camas donde durmió George Washington. Doradas camas altísimas, de siete colchones como la de La Sebastiana que cantaba Lola Flores. En estas camas históricas, un letrero turístico proclama: "Aquí durmió Washington". A poco que viajes por Estados Unidos, te enseñan tantas camas de Washington que llegas a pensar que este tío era un dormilón. O que los americanos le inventan camas. Si el padre fundador de los Estados Unidos hubiera dormido en todas esas camas, ni independencia, ni Constitución, ni nada: no hubiera podido hacer otra cosa en su vida que dormir.

Aquí en España hay una persona, una egregia persona, que en sus recorridos por las diecisiete autonomías, una tras otra, va camino de ser nuestro George Washington a efectos de camas. Me estoy refiriendo a S.A.R. El Príncipe de Asturias. Los aficionados a los toros como su augusta abuela Doña María podríamos decir que a Don Felipe lo están placeando, para que le coja las distancias y las medidas, y se aprenda los resabios y las querencias del viejo toro de España. El toro de España es un cinqueño. Pero cinqueño no de años, sino de siglos. Cinco siglos tiene el burel, que lleva herrado en la peletilla el 2 de 1492, año en que fue parido como concepto de nación y de Estado. Durante estos viajes por el tópico de la piel de toro, de ese toro cinqueño, en jornadas agotadoras, el Príncipe de Asturias visita parques naturales y parques tecnológicos; se reúne con empresarios para oír proyectos y con comités de empresa para escuchar reclamaciones; se pone la bata blanca en los laboratorios de investigación y el casco de obras en las obras de Cascos. Al final de la jornada, el Príncipe debe de acabar tan cansado que cuando se eche a dormir le tiene que pegar a las camas unos palizones importantes. Como dice mi amigo Curro Romero, el Príncipe debe de pegar unos ronquidos que se oirán en Pamplona.

Por eso he encontrado la medida para aforar el volumen y densidad de los viajes del Príncipe: la cama. En su último viaje andaluz, Don Felipe ha dormido en diecisiete camas distintas, que se dice pronto. Camas de palacios reales, como el Alcázar de Sevilla, y camas de hoteles y de paradores nacionales. Le habrán tocado camas duras como peñascos y esas camas tan blandas que se hunde uno como un "Titanic" entre sábanas. Esto de las diecisiete camas lo sé de buena tinta. De tinta regia. Cuando en la cervantina recepción de Palacio felicité a Su Majestad por cómo el Príncipe se había metido a los andaluces en los bolsillos de su anorak de esquiador de Sierra Nevada, Don Juan Carlos me comentó las palabras entre padre e hijo al término de este viaje:

-- ¿Cómo te ha ido, Felipe? --le preguntó el Rey.

-- Papá, he dormido en diecisiete camas distintas. Es la medida de los viajes de Don Felipe: la cama. La cama washingtoniana del "aquí durmió"; por algo S.A.R. es graduado por la Universidad de Georgetown. A partir de ahora, cuando la Casa del Rey programe los futuros recorridos del Príncipe por sus Españas, serán, a saber: viajes de tres camas, viajes de cinco camas o viajes de quince camas. Con el mérito añadido para el Príncipe de Asturias de que si usted o yo, de la infantería de los españoles bajitos, extrañamos esa cama del hotel, nada le digo de lo que Don Felipe echará de menos la suya propia, con esa estutura de NBA. En su viaje andaluz, Don Felipe no sólo ha dormido en diecisiete camas distintas, sino que se las ha tenido que aviar para que le cupieran los pies en todas ellas. Son los gajes del regio oficio. Me estaba contando el Rey lo de las diecisiete camas y me acordaba de Manolo Flores "Camará", el apoderado taurino, quien me ha repetido:

-- Antonio Ordóñez decía que para ser figura del toreo hay que aprender a dormir en el coche.

Para ser figura en el arte pegarle muletazos al toro de España con la derecha y con la izquierda, como el Príncipe de Asturias, hay que aprender a dormir en diecisiete camas distintas. Una por cada autonomía.

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