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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3022 - 11 de julio del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Rafael de León, el gran poeta popular español de la copla, era marqués. Por eso podía escribir que "de un landó con dos caballos/sale una voz con corona". Sabía de sobra de qué iban las coronas. Tenía los cinco florones de la suya de Marqués del Valle de la Reina. Título que parecía sacado de la nómina de personajes nobiliarios de sus propias coplas. Tan hermoso era el marquesado de Rafael de León, que muchos creían que era de mentira.

En aquella época muchos artistas se pregonaban marqueses sin serlo. Al cantaor Porrinas de Badajoz, el Marqués de Villaverde lo hizo colega de broma, y lo bautizó como Marqués de Porrinas, quien hasta llegó a creerse que de verdad lo era. Lola Flores no quiso ser menos, y más de una vez confesó con su gracia única que quería que la hicieran Marquesa de Torres Morenas. Por eso, muchas veces el gran Rafael de León tuvo que desmentir la falsía de su título, elenco de Grandezas y Títulos del Reino en mano, y certificar que fue concedido en 1711 a un antepasado suyo, que también tenía ocupaciones y rangos como de copla: regidor de Carmona y alcaide del Alcázar de Sevilla. Esta puntería de la sucesión nobiliaria con los poetas también afectó a Fernando Villalón, que era Conde de Miraflores de los Ángeles, título más lírico no cabe. En todo caso, el del director teatral y actor Luis Escobar, que era Marqués de las Marismas del Guadalquivir, que lo dices y estás viendo los toros y los caballos...

El Rey Nuestro Señor, en la tradición de la Corona, sigue concediendo dignidades nobiliarias a españoles que se han distinguido en la economía, en la política, en las artes, en las letras. La Reina de Inglaterra dará el título de "Sir" a los cantantes, pero el Rey de España llega a más: concede títulos nobiliarios a compositores, a músicos, a pintores. Y qué títulos más hermosos. A Andrés Segovia lo hizo Marqués de Salobreña. Al heredero de Valle-Inclán, Marqués de Bradomín: la naturaleza del "BOE" imitó al arte de las "Sonatas". Al editor Lara, Marqués del Pedroso de Lara. Al empresario Javier Benjumea, Marqués de la Puebla de Cazalla. Nada tan hermoso como el título que concedió al músico Joaquín Rodrigo: Marqués de los Jardines de Aranjuez. Eso no es conceder un título; eso es hacer que suene un concierto en el "Elenco". Donde no faltan, entre los antiguos, esos títulos casi poéticos que parecen de ficción, invención de Villalón o de Rafael de León: Arco Hermoso, Vistahermosa, Buenavista, Montehermoso, Montelirios, Campo Fértil, Bellamar, Fuenclara, Floresta, Miraflores, Montealegre, Fuente de las Palmas, Prado Ameno, Valle de la Paloma...

Con la belleza de estos títulos antiguos podría competir el que ha concedido el Rey a Leopoldo Calvo Sotelo, por sus servicios como presidente del Gobierno en durísimos momentos de la Historia española. A Calvo Sotelo, el Rey lo ha creado Marqués de la Ría de Ribadeo. Un concepto ciertamente novedoso en nobiliaria materia. Los títulos estaban vinculados a un estado, a un territorio, que eran el dominio del señor feudal ennoblecido por la Corona. El poder de la tierra. Los títulos históricos, por eso, llevan siempre el nombre de una villa, de una tierra donde mandaba un duque, marqués o conde. Medinaceli, Alba, Medina Sidonia y Osuna son, por ejemplo, las cuatro grandes casas de los Inmemoriales del Reino cuyos ducados llevan hoy curiosamente mujeres: Mimi, Cayetana, Isabel y Angela. Pero el marquesado de Calvo Sotelo no es de tierra, es de su galaica mar: una ría. Es un título con nombre del cuadro de una marina. Lo de Calvo Sotelo es tan bello como ser Marqués de un Atardecer en el Mar. O el título que, bromeando en el honor de su amistad, adjudiqué una mañana a la duquesa de Alba. Cayetana es buena madrugadora, y llama muchas veces a Isabel mi mujer tempranísimo. Una mañana, a las 8, cuando su telefonazo me despertó, no pude aguantarme más y le dije:

-- Cayetana, tu título creo yo que está equivocado. Según lo temprano que te levantas, tú no eres la duquesa de Alba. Tú eres la duquesa... ¡del Alba!

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