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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3042 - 28 de noviembre 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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No la llamo por su nombre patológico completo, depresión, sino con el apócope cariñoso con que la conocemos muchos por estas fechas: depre. Como es tan cercana, asidua y casi como de la familia, esta depresión es depre como Rosario es Chari o Dolores es Lola. Hablo, naturalmente, de la depre navideña. Ni el turrón, ni los mantecados, ni las cestas de regalos, ni la Misa del Gallo, ni el Nacimiento (que es como en mi tierra llamamos al portal de Belén), ni el trineo importado de Papa Noel ni los renos que lo arrastran bajo el árbol nórdico de las bombillitas. Nada. Lo más navideño que conozco es esta depre que nos entra a muchos por estas fiestas y justamente por su causa, en cuanto llegan estas vísperas de la Purísima y de su versión civil, el puente de la Constitución.

Lo he sabido por el anuncio televisivo del sorteo de Navidad de la Lotería Nacional, esa delicada ensoñación cinematográfica en blanco y negro con su banda sonora envolvente. En cuanto ha sonado la musiquilla, Isabel me la ha anunciado. Porque el lance ocurrió en un raro momento en que andaba yo con el bastón de mariscal del mando a distancia, cosa insólita; en casa, como en la suya, quien tiene el mando a distancia (y de cercanías) es ella. Bueno, la cosa fue que Isabel me dijo:

-- Por favor, cambia de canal, porque cada vez que oigo esa musiquilla de la Lotería de Navidad, me entra una depresión...

A ella y a todos. El CIS, el Centro de Investigaciones Sociológicas, en vez de tanto preguntar por la intención de voto y otras ordinarieces de mal gusto, debería ocuparse de este mal nacional no suficientemente conocido ni estudiado, como es la propensión a la depre que nos entra a muchísimos con la Navidad. Caso de que el CIS hiciera esa encuesta, se nos quitaría quizá en parte ese abatimiento de ánimo, porque estoy seguro de que se comprobaría que el 80 por ciento de los españoles lo sufren cuando se van acercando las fiestas que por antonomasia son "las entrañables". Mal de muchos, probable epidemia, y esta dolencia estacional de la depre deben de sentirla muchos más de cuantos se atreven a confesarla.

¿Será por los recuerdos? ¿Será por los que no están? Probablemente. En la deliciosa "Historia de un beso", José Luis Garci le pone de banda sonora a una secuencia la musiquilla de los niños del colegio de San Ildefonso cantando los números en el sorteo del Gordo de Navidad y la sola cantinela produce el halo de tristeza que tiene toda la espléndida cinta. Mas no sólo son los recuerdos los que producen esta depre estacional de las Pascuas. Estamos en tiempos de dietas adelgazantes, de alimentación baja en calorías, de plan de la alcachofa o de la sopa de verdura y sólo pensar los kilos de más que obligatoriamente tendremos a la altura del Día de Reyes, tras tantas comidas familiares o de trabajo, les produce a muchos (y más especialmente a muchas) directamente la depre. La cuesta de enero, que antes era la de pasar fatigas económicas, es ahora la de tener que recorrer la calle de la amargura de perder los kilos acumulados en la Navidad. (Inciso gramatical: en español la Navidad es singular, porque, como la madre de la copla de Pepe Pinto, no hay más que una y yo la encontré en la calle, en la calle ya adornada de bombillas. Las Navidades, en plural, son las de los norteamericanos; ya saben, Bing Crosby, Frank Sinatra y esas cosas: Christmas. Si quiere felicitarlas correctamente con un plural castellano, porque así le parece que felicita más todavía, diga entonces lo clásico y antiguo de "Pascuas de Navidad", pero nunca "Navidades".)

Lo más desesperante para los que sufrimos esta depre estacional es que en cuestión de Pascuas estamos ya tan adelantados de almanaque festero como en Estados Unidos, donde empiezan a celebrar la Navidad el Día del Trabajo. No es lo mismo soportar una depre sólo durante las fiestas que tener que sobrellevarla en estas largas vísperas. Que para mayor abatimiento, empiezan con el obligado almuerzo con los compañeros de trabajo, absolutamente terrorífico por sus obligadas alegrías y sus bromas pesadas, del que sales tan hundido que ya no levantas cabeza hasta el Día de Reyes, con esta depre de caballo... o por lo menos de mula y de buey.

 

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