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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3057 - 13 de marzo 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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No sé cómo no hay más chavales chocados, camino de Traumatología con la cabeza abierta, y no sólo por la moda de las motos que hace perder el sueño a las madres hasta que se oye, por fin, la cerradura de la puerta del piso a las mismas tantas de la madrugada, y piensa: "Ea, menos mal que el niño ya está aquí". Que hasta entonces no cogen el sueño. Las madrugadas del fin de semana son las largas noches en vela de las madres de España, que aunque estén acostadas no cogen de verdad el sueño hasta que oyen llegar al niño (que ya no es tan niño) que se fue con la dichosa moto: "Yo no quería, pero como se empeñó y convenció a su padre..."

No sólo por las motos del viernes noche digo que no sé cómo no hay más chavales chocados: es también por los mensajes cortos de los teléfonos móviles. No sé cómo los chavales pueden tener esa habilidad de ir andando por la calle con el teléfono móvil en una sola mano, y sin dejar de moverse ir escribiendo mensajes con el dedo pulgar en el portátil que llevan en la palma y al que miran embelesados, sin pensar que se pueden desmochar contra una farola, una señal de circulación, un buzón de Correos o esos espantos peligrosísimos de las aceras a los que llaman "mobiliario urbano". Seguro que yo me partiría la cabeza contra uno de ellos o contra el aparato de cobro de la zona azul si me dedicara a ir así por la calle, escribiendo mensajes cortos en el teléfono o leyéndolos en su pequeña pantalla, lo que además sería imposible sin ponerme gafas de cerca; exactamente como usted, señora.

Los españoles nos dividimos ahora mismo generacionalmente en dos grandes grupos: los que saben poner mensajes por el teléfono móviles con una sola mano (e incluso sueltos de mano, como en las bicicletas) y los que ni con las dos manos y con todo el interés del mundo logramos enviar ni un S.O.S. en caso de que estuviéramos en la televisiva isla desierta donde los mosquitos se ensañaron con mi paisano y antiguo compañero de colegio jesuítico Máximo Valverde. Esos dos grandes grupos de habilidades manuales en la mensajería corta se corresponden, obviamente, con la generación de los padres y la generación de los hijos. Igual que existen cursos de alfabetización para mayores, y sacan a una abuela de setenta y pico de años que está la mujer la mar de contenta porque por fin ha aprendido a leer y a escribir, deberían establecer urgentemente programas de educación permanente de adultos en materia de manejo de todos esos aparatos que cada día son más indispensables, del teléfono móvil al ordenador, pasando por el DVD en versión "cine en casa" o el complicadísimo vídeo. En España hay una generación entera de nuevos analfabetos, que somos los torpes en estas esdrújulas materias informáticas, cibernéticas, videográficas, a quienes nuestros hijos nos dan sopas con honda. Nunca consigo, por ejemplo, acertar a la hora de programar el vídeo, lo que mi hijo hace en un plis, plas. Cada vez que tenemos una cenita simpática fuera e Isabel me dice que le ponga a grabar "Tómbola", no sé cómo me las avío que cuando llega la hora de la verdad del fin de semana ("ea, como no hay nada interesante en la tele, voy a ver el "Tómbola" que me grabaste"), siempre resulta que en vez del programa de Chimo Rovira no sé qué he puesto a grabar, que allí lo que sale es porno duro, guarro y asqueroso de la madrugada de una televisión local. Hasta cambiamos de vídeo. Jubilamos el complicadísimo que teníamos, de cuando Fernando aún no se había casado, vivía en casa y lo programaba, y nos compramos uno elementalísimo, el más simple y barato, casi de tienda de los veinte duros. Ni por ésas. Cuando lo he puesto, resulta que he grabado un documental de La 2 sobre las tensiones en Oriente Medio, un concurso de la autonómica o algo de la cinemateca de Vía Digital. Pero "Tómbola", "Tómbola", lo que se dice "Tómbola", no he conseguido grabarlo todavía con el programador del vídeo ni una sola vez.

Desde esta ignorancia, me parece digno de Nobel de Informática saber escribir mensajes en el móvil, además andando por la calle, y encima con ese nuevo latín que es el lenguaje de las abreviaturas de las palabras. En las pasadas Pascuas de Navidad quedé fatal, porque todo el mundo, como me imagino que a usted, me enviaba un mensaje corto felicitándome y yo no sabia ni dónde estaba la tecla para responder por lo menos: "Gracias". Así que comprenderán que cuando veo por la calle a un chaval dale que te pego a la escritura de los mensajes mientras va andando tan campante me siento completamente analfabeto, aunque sepa latín. No sé ni una palabra del nuevo latín de los mensajes a los móviles. Ni dónde está la pizarra del "Rosa, rosae" de esta nueva lengua del Imperio de las nuevas tecnologías.

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