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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3062 - 17 de abril 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Porque no tengo posición ni puedo permitirme ese lujazo, pero si tuviera en casa como empleados de hogar al habitual matrimonio de algún país del Este ex comunista, él de mozo de comedor, jardinero y mecánico y ella de cocinera y doncella, tomaría mis precauciones. Haría que me pusieran en el teléfono un dispositivo que automáticamente advirtiera que contesta un empleado extranjero, antes de que hablasen a quien llama. Y si no fuese técnicamente posible ese cacharro al modo de los rombos antiguos de la tele, diría a mi mujer:

-- Isabel, vamos a poner a todos nuestros amigos unas tarjetas advirtiéndoles que tenemos en casa un matrimonio ruso, para que cuando llamen por teléfono y no estés no piensen mal de ti.

Me tomaría esas precauciones porque no me ha ocurrido ni una vez ni dos. Ni únicamente en casas de amigas con matrimonio ruso con todos sus papeles inmigratorios en regla. Me ha ocurrido también con amigas que tienen una tata polaca. O, hace ya tiempo, cuando la moda del servicio doméstico venía de Filipinas. Porque llamas a una de estas casas con servicio de inmigrantes que apenas hablan español y a la fuerza piensas mal de la dueña. Llamas, descuelgan el teléfono, preguntas por la señora, y te caes de espaldas cuando te dicen:

-- Señora no estar, señora estar salida...

Tú, para salvar la situación al enterarte de algo no sabemos nunca si tan lamentable o tan comprensible como que la señora esté salida, tratas de mejorar aquello. "¿A qué hora volverá?", le preguntas a aquella especie de novia del gran jefe de la tribu de los arapahoes o a la hija del hechicero de los comanches con la que estás hablando. Y compruebas que lo has puesto peor, porque la rusa, o la polaca, o la filipina, insiste:

-- No, no, yo no saber cuándo volver señora cuando señora estar salida...

Ya digo: peor. A todas las amigas con tata extranjera cortita de lengua española que no sé si las dejan en tan mal lugar o hacen panegírico tan encendido de su líbido se lo digo con sorna cuando, por fin, ya no están salidas y las encuentro en su casa:

-- Carmen, haz el favor de darle unos cursillos urgentes de español a esa señora rusa que tienes en tu casa como tata. No es necesario que te metas en grandes profundidades gramaticales, basta con que le expliques los verbos principales: el verbo "ser", el verbo "estar", el verbo "haber".

-- No te entiendo...

-- No, la que no entiende es tu tata la lengua española, y no sabes a lo que te expones, como se empiece a comentar por ahí lo que dice de ti cuando se te llama y no estás en casa.

-- ¿Qué ha dicho de mí Irina, se puede saber? Porque sabrás que la tata se llama Irina, es magnífica, muy trabajadora, y estoy contentísima con ella...

-- Pues nada, una tontería, no quiero que la vayas a despedir por mi culpa. Que te llamé el otro día a tu casa, pregunté por ti, e Irina me dijo que no estabas.

-- Es lo normal, ¿no?

-- Es lo normal en castellano, Carmen, hija, pero no en esa lengua a base de infinitivos verbales que hablan estos inmigrantes. ¿Quieres que te diga textualmente lo que me dijo?

-- Sí...

-- Hasta vergüenza me da repetirlo, Carmen, pero ya que te empeñas en saberlo, te lo diré exactamente. Me dijo: "Señora no estar, señora estar salida..."

En esta lengua como de las tribus de los indios de las películas del Oeste americano que es la que paradójicamente no sé por qué habla siempre el servicio doméstico procedente de los países del Este ruso y ex-soviético, me sorprende además la discriminación para la mujer, para las señoras de la casa. Siempre es la señora la que "está salida", nunca el señor. A una de estas casas con señora fuera en infinitivo dudoso llamé una vez para preguntar por él, por el señor, por Manolo, que ése sí que sí... ¡Menudo donjuán está hecho Manolo, menudo satirón acosador, siempre con la escopeta cargada, a ver qué puede pasarse por la piedra! Y mira qué casualidad, la misma rusa que días antes me había dicho que "señora estar salida", cuando le pregunté por don Manuel, siendo Manolo como es, me dio la tierna imagen hogareña del honrado padre de familia trabajador:

-- No, señor no estar. Señor estar trabajo, señor estar oficina...

Estuve por decirle:

-- No, hija, no... De "señor estar trabajo" y de "señor estar oficina", nada de nada. Señor sí que estar salido, no señora, que es una santa, con lo que tiene que aguantarle al mujeriego sinvergüenza de Manolo. Seguro que señor no estar trabajo, ni señor estar oficina: señor estar picos pardos, señor estar güisquería o puticlú con amiguetes, porque con la de años que tiene encima señor, señor sí que estar salido.

Pero con ese lenguaje como de indio americano que usan estas respetabilísimas y abnegadas tribus rusas inmigratorias que trabajan en las casas de nuestros amigos con posición, sabía que Irina, la pobre doncella de los infinitivos, no me iba a comprender.

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