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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3094 - 20 de noviembre del 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Hay palabras de nuestra hermosa lengua castellana que parece que fueron creadas para que María Dolores Pradera las cantara. Cuando los gaditanos llaman "piriñaca" a su picadillo, parece que están pidiendo que la gran señora virreinal de la canción venga a cantarla. Como quizás el juglar Simón Díaz, el querido Tío Simón de los venezolanos, estaba pensando en la Pradera cuando escribió la belleza de aquellos versos: "El carutal reverdece y guamachito florece y la soga se revienta". Sí, los versos de "Caballo viejo", la canción que Julio Iglesias universalizó añadiéndole el "Bamboleo" de Los Gipsy King. A carutal reverdecido y a guamachito florecido hay que considerar la inmensa suerte que tuvo el viejo caballo venezolano de Simón Díaz. Como estaba viejo y cansado, le dieron sabana: le ofrecieron las llanuras del ancho mundo, donde pudo encontrar a una potra alazana que le desgranó el pecho, cuando el amor llegó así, de esa manera... Si el caballo viejo hubiera sido galgo viejo y hubiese estado en España no habría habido sabana que valiese: lo hubieran ahorcado en un olivo. Tal como suena: ahorcado, con una cuerda al cuello, cruelmente. Horrible.

He vuelto a ver esas escenas y a escuchar esa historia horrible de los galgos españoles. Una señora protectora de estos perros cazadores y corredores explicaba esa crueldad y hacía un llamamiento para su adopción. Que existan esas asociaciones dice mucho de la civilización de una sociedad. Las sociedades que cuidan y protegen a los animales domésticos nos hacen mejores como ciudadanos. Siempre los admiramos en los ingleses. Los ingleses, civilizados, pacíficos, donde contemporáneamente no habían tenido golpes de Estado ni crueles guerras civiles, tienen multitud de sociedades protectoras de animales. Y eso que allí quizá haga menos falta que en España. No tengo noticias de que en el Reino Unido ahorquen a los perros de caza cuando estén viejos para correr en esas rehalas de los grabados que todos hemos visto enmarcados en el cuarto de invitados de una casa elegante. Pero en España ahorcan a los galgos viejos. Los galgos, preciosos animales. Con todo el prestigio literario. Cervantes, que amaba a los perros y que escribió con ellos el diálogo de Cipión y Berganza, nos dice que Don Quijote tenía un galgo corredor. Y no hay noticia de que el Ingenioso Hidalgo, como ahora hacen, lo ahorcara cuando ya no podía correr.

A los nobles, estilizados, elegantes galgos les sacan el dinero en los canódromos, donde hacen de caballos pura sangre para la codicia de las apuestas. Los esbeltos, pictóricos galgos corren tras las liebres en los campeonatos o en los amaneceres de caza, cuando las escopetas hacen un descaste por los montes de la alborada. Su velocidad venatoria está reconocida por los modismos de nuestra lengua: "Echale un galgo", "Corre más que un galgo"... Hasta que los pobres, viejos, cansados, como el verso de Simón Díaz, dejan de correr. Aquí se acaba la historia del refranero, de los modismos, de los dichos populares. Ni galgos ni podencos: no hay discusión, la horca. Como no son podencos, sino galgos, y ya no pueden dar dinero en los canódromos, medallas de plata en los campeonatos de caza de liebres con perro o piezas cobradas en las batidas de los cotos, los ahorcan. Hay que tener muy mala sangre para coger a un pobre galgo, ponerle una soga al cuello, colgarlo de un árbol y dejarlo allí, muerto, para que se lo coman las alimañas. Quien tal hace, ¿cómo podrá resistir la mirada del pobre galgo cuando le está poniendo la soga al cuello?

Podrían ponerles una inyección letal, como misericordemente se hace con tantos animales domésticos que sufren enfermedades incurables. Aunque también eso es terrible. A los que estamos contra toda forma de pena de muerte, aunque la llamen aborto, nos repugna íntimamente también la idea de la eutanasia, hasta con animales. ¿Quién podrá resistir la triste mirada de un perro cuando le estén poniendo la inyección que le dará la muerte? Aunque más refinado, es lo mismo que aquella terrible "bolilla" de carne envenenada que les daban a los perros vagabundos cuando los cogían los laceros municipales.

Por eso quiero hacer el elogio de estas asociaciones españolas que se dedican a rescatar a los galgos viejos de la muerte cierta y a colocarlos como animales de compañía, en nuestra nación o fuera de ella. Salvar a un galgo del árbol del ahorcado es una forma de proclamar la vida. De todas las vidas. Es una forma de estar contra la pena de muerte. De todas las penas de muerte. Con mi homenaje a esas asociaciones, mi llamamiento para que quienes buscan un perro para los niños adopten un galgo sentenciado a muerte. Lo escribo con alegría en este papel, que lo miro al trasluz y tiene verjurada la hermosa silueta, llena de vida, de un galgo.

También en El RedCuadro: Gatos, perros, caballos y otros maravillosos animales

Galgos sin fronteras: adopción de galgos

Amigos de los Galgos

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