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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3095 - 27 de noviembre del 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Con gusto y alegría me he metido en carretera (quiero decir, en Ave) para unirme al júbilo de los García y los Fraile, que me invitaron a festejar un hecho excepcional, como ponía en la invitación: "Celebraremos que José María acepta cumplir 60 años". El generosísimo José María de la aceptación del año de nacimiento que pone su DNI es José María García, el español que en más camas ha dormido gracias al milagro de su genialidad radiofónica en materia deportiva. Ojo, digo lo de las camas en el mejor sentido de la palabra. Lo he presenciado muchas veces. He estado en Marbella con José María García y se le ha acercado una señora:

-- Uy, García, mi marido todas las noches se mete en la cama con usted...

Y ante el gesto de evidente preocupación y disgusto que ha puesto José María, la admiradora ha matizado al punto:

-- Vamos, que se mete en la cama con el transistor para escucharlo a usted, no me vaya a interpretar mal.

Hablando de camas y de escuchas nocturnas, García ha sido hasta causa de anulación matrimonial. No habré de decir los nombres ni en presencia de Stampa Braum y de Baena Bocanegra juntos, pero yo sé de una pareja que se anuló porque él, aficionadísimo al fútbol, a la nocturna hora del uso del sacramento del matrimonio se dedicaba a escuchar el programa de José María García y a la pobre señora es que ni la miraba. No sé si para la Historia del Periodismo Radiofónico o para la Historia del Derecho Canónico, pero en los archivos romanos de la Rota tiene que estar el nombre de José María García como causa de anulación matrimonial. De haberse emitido el programa entonces por la antigua cadena Rato, y no por la Cope u Onda Cero, hubiera sido estrictamente el primer matrimonio Rato (con mayúsculas) y no consumado de toda la Historia.

Trabajo y esfuerzo diarios aparte, inteligencia y brillantez aparte, García ha tenido tanto éxito en su profesión porque pertenece a una cosecha triunfal: a la gran reserva de 1943. Lo digo bastante interesadamente: yo nací en ese año, como pueden ver en las solapas de mis libros, pues ante las bibliotecas no cabe la coquetería masculina de quitarnos años. Los de 1943 no nos los quitamos e incluso tenemos un cierto orgullo de haber nacido en ese año con número de licor. Nacimos en un tiempo privilegiado. Nacimos en el momento en que se iniciaba el ocaso del nazismo y de los totalitarismos en Europa. Somos hijos de la batalla de Stalingrado, del inicio del wagneriano ocaso de los dioses terribles de Hitler. Crecimos con las hambres de la postguerra civil española ya superadas, nos cogieron los primeros albores de la apertura, vivimos a tope las ilusiones de Mayo del 68, los cambios del Concilio Vaticano II, éramos ya profesionales casados y con hijos a los que dar una ilusión cuando protagonizamos la esperanza colectiva del comienzo del reinado de Don Juan Carlos I y de la Transición. Será orgullo de año de nacimiento, de cosecha del 43, pero todos mis compañeros de curso en los Jesuitas, en la Facultad de Letras o en la Escuela de Periodismo tienen también esa sensación biográfica de haber nacido en el lugar exacto y en el momento justo. Ese sentimiento de orgullo generacional, sector 1943, lo he notado en el arqueólogo José María Luzón, en el diputado Andrés Ollero Tassara, en el sacerdote del Opus don Luis Bollaín, en el periodista Pedro Erquicia o en la desaparecida directora de cine Pilar Miró, que fueron mis compañeros de curso en diversos centros.

O lo he notado en Julio Iglesias, mascarón de proa de los que vamos embarcados en esta nave de sueños que surgió a la vida en 1943. Como José María García, como en su hora el recordado Terenci Moix, Julio Iglesias no ha tenido el menor inconveniente en proclamar a los cuatro vientos que es de 1943 y que ha cumplido sesenta tacos de almanaque. Los de la cosecha del 43 hallamos en Iglesias y en García el consuelo de la edad. Y hacemos como ellos: ¿a qué quitarnos años, si los que hemos tenido la dicha de vivir han sido tan apasionantes? Lo que hemos visto. Nuestra vida ha sido como una continua sesión de estreno. Nos hemos montado en trenes de vapor y en al Ave; en aviones DC-3 como el de "Casablanca" y en el Concorde; nuestras madres tenían fogón de carbón y nuestras nueras, microondas; hemos pasado de la demora en las conferencias telefónicas al móvil; de los braseros de cisco a la calefacción por energía solar; de los gasógenos en los escasos automóviles al atasco en la M-30; de la estilográfica al ordenador; de la barra de hielo en la nevera al frigorífico que hace cubitos; de la radio de cretona al DVD... Y sigan poniendo ustedes mismos, si son de 1943, cambios tecnológicos de los que hemos sido testigos excepcionales y que hemos estrenado, por no hablar de los benditos cambios de mentalidad hacia las libertades. ¿No vamos a aceptar cumplir 60 años? ¡Qué sesenta años más apasionantes hemos vivido! De gran reserva de la vida. Cosecha de 1943.

 

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