A
veces nos maravillamos del buen gusto de los ingleses, de sus
costumbres, de su refinamiento, sin considerar que en nuestra
querida España hay una especie de Gran Bretaña interior que no
tenemos en cuenta. A los que nos tenemos por anglófilos nos
encantan las cretonas, los chalecos de punto, las chaquetas de
sport, los calcetines de lana ingleses. Sin pensar a veces en la
tradición de nuestros telares, de lo que fueron Béjar o
Tarrasa. Cómo será nuestra veneración por lo británico, que
el gran almacén español se llama El Corte Inglés. Así llamó
don Ramón Areces a su primitiva tienda de la calle Preciados de
Madrid; se sobreentendía que todo buen corte de traje había de
ser tejido en el Reino Unido.
Hablamos de la loza inglesa, de
la porcelana de la Compañía de Indias, y no pensamos que en
España la hay igual. No sólo en Manises, o en Galicia. En
Andalucía, desde el siglo XIX, existe tradición de loza tan
estrictamente inglesa que la fábrica más conocida la fundó un
inglés. Mr. Charles Pickman, en un viejo monasterio
secularizado por la Desamortización de Mendizábal, creó la
fábrica de La Cartuja de Sevilla. Muchas veces he estado en una
casa donde se servía una cena en una vieja vajilla heredada de
la abuela, y he escuchado a una señora decirle a la dueña:
-- ¡Qué vajilla más
elegante! ¿Es Compañía de Indias, no?
-- No, es Cartuja de Sevilla...
Una de estas viejas vajillas,
reproducción de un modelo que fue pintado en honor de nuestra
reina Isabel II cuando visitó la fábrica cartujana en 1862,
será el regalo de bodas del alcalde de Sevilla al Príncipe de
Asturias. Un regalo con su carga histórica y su utilidad, no
sólo a la hora de dar una cena en el futuro hogar, sino ahora
mismo, al poner de relieve las excelencias de una loza española
cuya fábrica está en una grave crisis empresarial y laboral
que la tienen al borde de la desaparición.
Ojalá que todos los regalos
que reciban los augustos novios sean tan hermosos y útiles como
la vajilla cartujana del alcalde de Sevilla. No le arriendo las
ganancias a S.A.R. El Príncipe de Asturias de los horrendos
regalos que le esperan. Ya que tanto contento ha suscitado que
esta futura boda haya modernizado los usos de la Corona, me
atrevería a sugerir a Don Felipe y a Doña Letizia que pongan
también al día los regalos de boda regia. ¿Cómo? Pues como
los hacen las personas normales: con la clásica lista de bodas.
Sería precioso que estos augustos novios, como tantos
españoles que se casan, pusieran la lista de bodas en el ya
citado Corte Inglés, aunque sea con los extrañísimos objetos
que siempre suelen aparecer en esas relaciones, como el galán
de noche o el paragüero. Por muy espantoso que sea un galán de
noche o un paragüero, menos habrán de serlo que esos regalos
oficiales y artísticos, estrictamente horrendos e inútiles,
que esperan a Don Felipe desde todas las instituciones,
ayuntamientos y autonomías de España. Si el motivo
escultórico hecho por el artista local que le enviará algún
ayuntamiento puede ser de dolor de cabeza, el tapiz con paisaje
presuntamente asturiano de artesanía autóctona que amenaza con
enviarle alguna diputación será como para que lo pierda el
cosario y no llegue nunca a su destino en La Zarzuela. Todos
estos sobresaltos al recibir regalos tan institucionales como
inútiles se evitarían con la igualitaria y democrática la
lista de bodas, a la que en cierto punto el alcalde de Sevilla
se ha adelantado con su vajilla. Regalar esa vajilla de La
Cartuja, ni cara ni barata, resultona, útil, es como
adelantarse a la hipotética lista de bodas en la que
perfectamente podría figurar.
Porque a Don Felipe y a Doña
Letizia les queda que recibir muchos regalos que no serán tales
regalos, sino problemas. Nuestros hijos, cuando reciben un
regalo de bodas espantoso, pueden permitirse el lujo de ir a
descambiarlos por el microondas que les falta. El Príncipe y
Doña Letizia no podrán permitirse ese lujo. Y como además
tienen la casa ya montada, nadie podrá regalarles, vajillas
aparte, nada útil y provechoso para el hogar. Serán regalos
inútiles que, además, habrán de conservar para cuando llegue
el caso. Van a tener que poner como un guardamuebles al lado de
la casa. Estoy imaginando la escena. Los Príncipes felizmente
casados, y Don Felipe que tiene que recibir en audiencia en su
casa, por ejemplo, a la Real Academia de Meteorología. Y ese
Príncipe de Asturias, atribulado, preguntando a su augusta
esposa:
-- Letizia, ¿dónde pusimos
aquel barómetro de oro tan horroroso que nos regaló la
Academia de Meteorología cuando nos casamos? Es que los recibo
a las 11 y me parece poco delicado que lleguen al salón de
audiencias y no vean por aquí aquel problema en forma de
barómetro que nos regalaron, de quitar el sueño de feo que
era.
Tambièn
en "Hola", El Ordenador de Letizia
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