España
se nos está llenando de niños gordos como de por ahí. Antes
era en el extranjero, especialmente en Estados Unidos, donde te
encontrabas por la calle a esos niños con las piernas como
columnas salomónicas de rollos de carne; con una especie de
flotador de grasa en torno a la cintura; con tres o cuatro
barbillas, una debajo de otra, en el cuello; y con esos traseros
como mapamundis que no caben en los asientos de los aviones. En
mis viajes a Estados Unidos, como otros se sorprenden de la
altura de los rascacielos de Nueva York, las cuestas de San
Francisco o los cruces de autopistas de Los Angeles, siempre me
ha llamado la atención la cantidad de gordos que se ven por las
calles. Esas quinceañeras con un trasero de grande que parece
que llevan puesto, aparte del suyo, el que le han pedido
prestado a una compañera de instituto. Esas tallas de
pantalones vaqueros con todas las X y las L necesarias para que
esos traseros quepan en ellos.
He estado en ambas
Disneylandias, en la de Florida y en la de California, y en las
dos, más que la fantasía de las atracciones del mundo mágico
de Walt Disney, me ha impresionado la cantidad de niños gordos
que hay haciendo cola para montarse en los cacharritos o entrar
en las galerías de los prodigios. Dicen que los Estados Unidos
pronto tendrán un presidente negro o hispano como representante
de las nuevas mayorías sociales. Lo que me extraña es que haya
habido ya un presidente inmensamente obeso, como representante
de la mayoría social de los gordos. El día que junto al
Partido Demócrata y al Republicano se presente un candidato por
el Partido de los Gordos, acaba con el cuadro electoral. Los
gordos son la verdadera mayoría silenciosa de Estados Unidos.
Silenciosa porque está come que te come todo el santo día, en
esa fea costumbre que tienen allí de comer y beber por la
calle: todo el mundo andando con su lata de refresco en una mano
y su bocadillo de mantequilla de cacahuete en la otra.
Esto que creíamos de allí, de
la tierra del gordísimo Tío Sam, lo tenemos ya aquí, en la
España del delgadísimo Don Quijote. Hemos importado de Estados
Unidos muchas costumbres, toda una cultura, la mitología del
cine, los atuendos, los pantalones vaqueros, las zapatillas de
deporte, las gorras de béisbol y los hábitos alimenticios. Y,
con ellos, los niños gordos. España se está llenando de
gordos inequívocamente americanos, frescos y recién importados
de los Estados Unidos, ahora que las leyes antitabaco han
descabalgado al jinete de Marlboro. En la tarde del domingo de
cualquier gran centro comercial a cuyos multicines vas a ver la
película del Oscar, te encuentras ya tantos muchachos y tantas
chicas inmensamente obesos como antes en Disneylandia. El metro
de Madrid, a efecto de gordos inmensamente gordos, es ya como el
de Nueva York. ¿No van a ir los vagones atestados, si un
muchacho ocupa ya el sitio de dos, con tanto comer hamburguesas,
telepizzas, bocatas, gominolas, palomitas de maíz y toda la
carta de la comida rápida americana?
Lo que sospechábamos se acaba
de comprobar científicamente, y un informe médico ha venido a
decir que nuestra Disneylandia de los niños gordos está en una
monumental y bella ciudad andaluza, donde se encuentran tan
buenos carpinteros y artesanos: Carmona. Los niños de Carmona
tienen el sobrepeso más elevado en la obesa España de la
infancia y juventud. Así lo ha determinado un estudio dirigido
por el doctor Víctor López García-Aranda, jefe de
Cardiología de un hospital universitario de Sevilla. Sí, ya
sé, Carmona está muy lejos, pensará usted, y sus niños,
señora, tienen una perfecta alimentación y no corren el menor
riesgo de ponerse como el Gordo de Stan Lauren y Oliver Hardy.
Pero, lea, lea lo que dice el doctor que ha dirigido ese
"Estudio Carmona" sobre la amenaza que tenemos encima:
"Estos datos dan la voz de alarma de lo que está
ocurriendo en toda España. Hoy es Carmona el municipio con el
mayor indice de sobrepeso de España, porque es el estudio más
reciente, pero mañana será otra localidad del territorio
nacional y pasado mañana otra distinta". O sea, que el
riesgo lo tenemos todos encima, con tanta comida rápida y
"basura", tantos postres grasos, tanta bollería
rellena de fresa, tanto sedentarismo de ordenador, televisor y
videojuego, tan parcos o inexistentes desayunos y tan pocas
frutas, verduras y proteínas. Menos mal que como sus madres
cocinan con aceite de oliva, los niños de Carmona tienen
paradójicamente un índice de colesterol de los más bajos de
España. Es en lo único en que nos diferenciamos de los
americanos de la margarina: en el aceite de oliva como remedio
contra el colesterol alto. Por lo demás, tenemos los gordos que
nos corresponden en la sociedad globalizada a la que
pertenecemos. Eso de "globalizada" debe de ser por
estos pobres niños del sobrepeso, gordos como globos
aerostáticos.