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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3108 - 26de febrero del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Cuando hablan de demagogia suelen citar siempre como ejemplo al político radical español don Alejandro Lerroux (1864-1949). Con sus Jóvenes Bárbaros, Lerroux hacía una demagógica política que no dejaba títere con cabeza del orden establecido: anticlerical, antiburguesa. Su apellido dio origen al adjetivo "lerrouxista", de lo que se acusa a todo el que hace la demagogia del mucho predicar y no dar trigo. Y a Lerroux suele atribuirse la práctica demagógica de viajar por todo lo alto, como un ricachón, en vagón de primera en los ferrocarriles de la época; vagón del que pasaba al de tercera clase justo antes de llegar a su destino, para que el comité de recepción de sus correligionarios que lo esperaba en la estación lo viera descender por la escalerilla de la capa más popular en el ferrocarril de vapor. También cuentan de Lerroux que cuando iba a dar un mitin, se vestía de trapillo y dejaba su carísimo traje en la fonda. Por decirlo en términos de nuestro tiempo, cuidaba Lerroux la imagen populista al máximo, en cualquier momento de los muchos bandazos ideológicos que dio en su vida, poco menos que de la tea de la quema de conventos a las posturas más conservadoras.

En materia de transportes ya no ocurre entre nuestros políticos lo de Lerroux. Nunca vi en el AVE a un político que viniera en clase Club y que poco antes de llegar a Atocha o a Santa Justa se pasara al vagón de turista por el qué dirán. Para eso está el vagón de preferente, equivalente a la antigua segunda clase, donde he visto viajar a los políticos de nuestra hora con mucha dignidad y decoro, sea cual fuere su ideología.

Pero en materia de atuendo de los políticos sí sigue habiendo mucho lerrouxismo encubierto o manifiesto en la estética del mitin. Pueden observarlo ampliamente en las semanas de campaña electoral que se avecinan. Afecta tanto a los políticos de la derecha como a los de la izquierda, de los partidos estatales y de los regionales, a los del Norte y a los del Sur. A los cuatro puntos cardinales de la brújula de la política. Hay un uniforme de mitin que el político trata de vestir como quien cumple un riguroso protocolo. Es como si la cúpula de los partidos enviara cédula de convite a sus propios políticos que han de intervenir en un mitin, y en la tarjeta pusiera: "Etiqueta: caballeros, cazadora de ante, chaquetón de cuero o chaqueta sin corbata; señoras, pantalones, preferentemente vaqueros". Los políticos se interpretan para aparecer en los mítines. Se disfrazan. Un político habitualmente no se pone una cazadora de ante ni los fines de semana para estar con sus niños, ni cuando va al campo a almorzar en la finca de unos amigos, ni de vacaciones de Navidad. Tampoco se pone todos para ir al despacho el chaquetón de cuero brillante, cerrado cual guerrera militar o asolapado a modo de chaqueta, como de guitarra de punteo de un conjunto de rock. Y nada digo de la corbata. Basta echar unos minutos en la contemplación de los telediarios fuera de campaña electoral para ver que los políticos de todo signo y condición usan indiscriminada y colectivamente la corbata como uniforme del cuerpo al que pertenecen, y la llevan para toda comparecencia, rueda de prensa, discurso, inauguración, recepción, para toda reunión con eso tan etéreo de "los agentes sociales". Es muy raro el político descorbatado en su trabajo diario. Hay que remontarse a los albores de la Transición para encontrarse con el jersey de cuello alto de Marcelino Camacho o con el cuello despechugado de Nicolás Redondo padre: son la excepción que confirma le regla del general encorbatamiento. Uno de los grandes aciertos de la Transición española fue que se hizo sin traumas y sin violencia, especialmente gracias a que las izquierdas se pusieron la corbata a todos los efectos.

Por eso me sorprenden más estos atuendos de los mítines. En vez de dar imagen de formalidad, todos recurren al "atuendo informal", no sé por qué. No quiero dar nombres, pero usted los tiene en la mente. Hay algunos que con su atuendo de mitin de la cazadorilla están perfectos, juveniles, dinámicos, derrochando salud y vida. El modelo americano de las mangas de camisa, con o sin corbata, también favorece a muchísimos. Les da una imagen de estar arremangados, metidos en harina y en faena arreglándonos nuestros problemas. Pero otros... Ay, a otros, ¡cómo les sienta de mal el uniforme de mitin! Especialmente, ese chaquetón de cuero negro y brillante que es la última tendencia en las propuestas de la Pasarela Cibeles de la política. No saben que con su chaqueta y su corbata estarían más dignos. Tal como van vestidos todos los días, vamos. Porque así, con el chaquetón de cuero, hay algunos que más que cabezas de lista parecen los músicos del "Bulería, bulería" de David Bisbal.

 

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