Cuando hablan de
demagogia suelen citar siempre como ejemplo al político radical
español don Alejandro Lerroux (1864-1949). Con sus Jóvenes
Bárbaros, Lerroux hacía una demagógica política que no dejaba
títere con cabeza del orden establecido: anticlerical,
antiburguesa. Su apellido dio origen al adjetivo "lerrouxista", de
lo que se acusa a todo el que hace la demagogia del mucho predicar
y no dar trigo. Y a Lerroux suele atribuirse la práctica
demagógica de viajar por todo lo alto, como un ricachón, en vagón
de primera en los ferrocarriles de la época; vagón del que pasaba
al de tercera clase justo antes de llegar a su destino, para que
el comité de recepción de sus correligionarios que lo esperaba en
la estación lo viera descender por la escalerilla de la capa más
popular en el ferrocarril de vapor. También cuentan de Lerroux que
cuando iba a dar un mitin, se vestía de trapillo y dejaba su
carísimo traje en la fonda. Por decirlo en términos de nuestro
tiempo, cuidaba Lerroux la imagen populista al máximo, en
cualquier momento de los muchos bandazos ideológicos que dio en su
vida, poco menos que de la tea de la quema de conventos a las
posturas más conservadoras.
En materia de transportes ya no ocurre entre
nuestros políticos lo de Lerroux. Nunca vi en el AVE a un político
que viniera en clase Club y que poco antes de llegar a Atocha o a
Santa Justa se pasara al vagón de turista por el qué dirán. Para
eso está el vagón de preferente, equivalente a la antigua segunda
clase, donde he visto viajar a los políticos de nuestra hora con
mucha dignidad y decoro, sea cual fuere su ideología.
Pero en materia de atuendo de los políticos sí
sigue habiendo mucho lerrouxismo encubierto o manifiesto en la
estética del mitin. Pueden observarlo ampliamente en las semanas
de campaña electoral que se avecinan. Afecta tanto a los políticos
de la derecha como a los de la izquierda, de los partidos
estatales y de los regionales, a los del Norte y a los del Sur. A
los cuatro puntos cardinales de la brújula de la política. Hay un
uniforme de mitin que el político trata de vestir como quien
cumple un riguroso protocolo. Es como si la cúpula de los partidos
enviara cédula de convite a sus propios políticos que han de
intervenir en un mitin, y en la tarjeta pusiera: "Etiqueta:
caballeros, cazadora de ante, chaquetón de cuero o chaqueta sin
corbata; señoras, pantalones, preferentemente vaqueros". Los
políticos se interpretan para aparecer en los mítines. Se
disfrazan. Un político habitualmente no se pone una cazadora de
ante ni los fines de semana para estar con sus niños, ni cuando va
al campo a almorzar en la finca de unos amigos, ni de vacaciones
de Navidad. Tampoco se pone todos para ir al despacho el chaquetón
de cuero brillante, cerrado cual guerrera militar o asolapado a
modo de chaqueta, como de guitarra de punteo de un conjunto de
rock. Y nada digo de la corbata. Basta echar unos minutos en la
contemplación de los telediarios fuera de campaña electoral para
ver que los políticos de todo signo y condición usan
indiscriminada y colectivamente la corbata como uniforme del
cuerpo al que pertenecen, y la llevan para toda comparecencia,
rueda de prensa, discurso, inauguración, recepción, para toda
reunión con eso tan etéreo de "los agentes sociales". Es muy raro
el político descorbatado en su trabajo diario. Hay que remontarse
a los albores de la Transición para encontrarse con el jersey de
cuello alto de Marcelino Camacho o con el cuello despechugado de
Nicolás Redondo padre: son la excepción que confirma le regla del
general encorbatamiento. Uno de los grandes aciertos de la
Transición española fue que se hizo sin traumas y sin violencia,
especialmente gracias a que las izquierdas se pusieron la corbata
a todos los efectos.
Por eso me sorprenden más estos atuendos de los
mítines. En vez de dar imagen de formalidad, todos recurren al
"atuendo informal", no sé por qué. No quiero dar nombres, pero
usted los tiene en la mente. Hay algunos que con su atuendo de
mitin de la cazadorilla están perfectos, juveniles, dinámicos,
derrochando salud y vida. El modelo americano de las mangas de
camisa, con o sin corbata, también favorece a muchísimos. Les da
una imagen de estar arremangados, metidos en harina y en faena
arreglándonos nuestros problemas. Pero otros... Ay, a otros, ¡cómo
les sienta de mal el uniforme de mitin! Especialmente, ese
chaquetón de cuero negro y brillante que es la última tendencia en
las propuestas de la Pasarela Cibeles de la política. No saben que
con su chaqueta y su corbata estarían más dignos. Tal como van
vestidos todos los días, vamos. Porque así, con el chaquetón de
cuero, hay algunos que más que cabezas de lista parecen los
músicos del "Bulería, bulería" de David Bisbal.