Como dije que
todos teníamos en la Almudena
virtual de la televisión el mejor banco de la boda, así ha
sido. Como supuse, los que hemos estado en la boda mediática somos
los que de verdad podemos comentar más aspectos que nadie, porque
no nos hemos perdido nada. Así que diré lo que acaba de decirme
una amiga por teléfono:-- Vamos a
comentar, porque la boda tiene que comentar...
Si en vez de ponerme a escribir urgentemente
este artículo para tomar a tiempo el cierre del ¡HOLA! de la boda,
el esperado ¡HOLA! de la boda, me hubiera quedado de charlita al
teléfono con mi amiga, como quería, no le hubiera comentado nada
de los atuendos, el ambiente, el pueblo de Madrid echado a la
calle, la ceremonia, el cortejo, los invitados de la realeza y de
la realidad española y mundial. Ni nada de los novios. Nada de
eso. Le hubiera comentado lo que ahora quiero resaltar, con algo
más profundo que un efímero "vivan los novios", que ya no son los
novios, sino Sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias. Por
aquí van los tiros. Por cuanto representa esta ceremonia. Ojo,
digo ceremonia, no boda. Esta ceremonia ha representado ni más ni
menos que la universal proclamación de España como lo que
venturosa y constitucionalmente es: como un Reino, como una Corona
moderna y puesta al día, en la Europa de la Unión Europea de las
Monarquías. Mientras gritaba la gente el "vivan los novios", uno,
que es un sentimental y quizá un antiguo, gritaba por dentro un
añadido: "¡Viva el Reino de España!"
Esto de "Reino de España" parece como que nos
diera vergüenza, y a la vista está el éxito popular de que nuestra
nación lo sea. Sin urnas y sin papeletas, la ceremonia, la boda en
sí, sus vísperas, Madrid de gala, España de fiesta, ha sido como
un plebiscito popular de nuestra Monarquía. Hasta los más
reacciones han entregado la cuchara, considerando que la boda de
los Príncipes de Asturias ha sido una puesta al día de la vieja
Institución, a la que se presenta un horizonte, si me apuran, de
lo más "progre", con la prevista reforma constitucional para la
consagración de la igualdad de sexos en los derechos de sucesión
al Trono.
Siempre he dicho que los españoles vamos a
Londres a hacer fotos como turistas de unos fastos de Corte, que
si el relevo de la guardia, que si las carrozas de la Reina
Isabel, de los que aquí nos avergonzamos. Venturosamente, y no
quiero que se me interprete mal la frase, con estas ceremonias,
con esta gran fiesta de la Institución, España ha perdido la
vergüenza. La vergüenza de ser monárquica. Todo ha trasminado
continuidad dinástica, que es la propia esencia de la estabilidad
que representa el supremo arbitraje de la Corona. Madrid olía y
sonaba a Reino. España sonaba a Reino. Eso que, por ese sentido
vergonzante que digo, ocultamos hasta en nuestros papeles
oficiales. En el documento nacional de identidad pone simplemente
"España". "España" a secas, con el escudo constitucional, en ese
pasaporte que en la Europa de la Unión y sin fronteras cada vez
usamos menos. A algunos nos gusta mucho presumir de que tenemos
carné de conducir porque este permiso es el único papel oficial
donde pone lo que hemos visto en esta hora que es nuestra nación:
"Reino de España". ¿No se decía antes que a las manifestaciones
estudiantiles, cuando no había libertades y estaban prohibidas,
había que acudir con el carné en la boca? Bueno, pues a esta
manifestación colectiva de júbilo es como si hubiéramos acudido,
en las calles de Madrid o desde la salita de casa, ante el
televisor, con el carné en la boca. No el carné de identidad, sino
el carné de conducir, el que pone bien claro con letras gordas:
"Reino de España".
Y con mi amiga a la que he dejado con la palabra en la boca al
teléfono para poder escribir este artículo de alcance en plan huye
que te alcanzo le comentaría también algo que sé que van a decir
muy poquitos. ¡Qué noche de bodas! No, no piensen en lo que
picarona y procazmente se les dice a los contrayentes acerca de la
noche de bodas en esos casamientos populares donde al novio se le
corta la corbata. A Don Felipe de Borbón no le han cortado la
corbata, porque entre otras cosas no la llevaba en su uniforme de
gala del Ejército de Tierra. No me refiero a la noche de boda de
los novios. Me refiero a los padres del novio en la noche de la
boda. Todos los padres, cuando casamos a nuestros hijos, tras el
trasiego de la jornada, tenemos en esa noche una alivio grande y
felicidad especial. Ese "ea, ya lo hemos casado" representa muchas
cosas en la vida de una familia. Imagínense cuántas en la vida de
la Familia Real, una familia española al fin y al cabo. Si los
padres decimos con satisfacciòn y orgullo el "ea, ya lo hemos
casado", imagínense Su Majestad El Rey. Lo tranquilo que habrá
dormido esa noche el nieto de Don Alfonso XIII, el hijo de Don
Juan de Borbón, cuando haya pensado para sus adentros, que son los
adentros del corazón de la Historia: "Ea, ya lo hemos casado con
el futuro del Reino de España..."