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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3122 - 3 de junio del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Como dije que todos teníamos en la Almudena virtual de la televisión el mejor banco de la boda, así ha sido. Como supuse, los que hemos estado en la boda mediática somos los que de verdad podemos comentar más aspectos que nadie, porque no nos hemos perdido nada. Así que diré lo que acaba de decirme una amiga por teléfono:

-- Vamos a comentar, porque la boda tiene que comentar...

Si en vez de ponerme a escribir urgentemente este artículo para tomar a tiempo el cierre del ¡HOLA! de la boda, el esperado ¡HOLA! de la boda, me hubiera quedado de charlita al teléfono con mi amiga, como quería, no le hubiera comentado nada de los atuendos, el ambiente, el pueblo de Madrid echado a la calle, la ceremonia, el cortejo, los invitados de la realeza y de la realidad española y mundial. Ni nada de los novios. Nada de eso. Le hubiera comentado lo que ahora quiero resaltar, con algo más profundo que un efímero "vivan los novios", que ya no son los novios, sino Sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias. Por aquí van los tiros. Por cuanto representa esta ceremonia. Ojo, digo ceremonia, no boda. Esta ceremonia ha representado ni más ni menos que la universal proclamación de España como lo que venturosa y constitucionalmente es: como un Reino, como una Corona moderna y puesta al día, en la Europa de la Unión Europea de las Monarquías. Mientras gritaba la gente el "vivan los novios", uno, que es un sentimental y quizá un antiguo, gritaba por dentro un añadido: "¡Viva el Reino de España!"

Esto de "Reino de España" parece como que nos diera vergüenza, y a la vista está el éxito popular de que nuestra nación lo sea. Sin urnas y sin papeletas, la ceremonia, la boda en sí, sus vísperas, Madrid de gala, España de fiesta, ha sido como un plebiscito popular de nuestra Monarquía. Hasta los más reacciones han entregado la cuchara, considerando que la boda de los Príncipes de Asturias ha sido una puesta al día de la vieja Institución, a la que se presenta un horizonte, si me apuran, de lo más "progre", con la prevista reforma constitucional para la consagración de la igualdad de sexos en los derechos de sucesión al Trono.

Siempre he dicho que los españoles vamos a Londres a hacer fotos como turistas de unos fastos de Corte, que si el relevo de la guardia, que si las carrozas de la Reina Isabel, de los que aquí nos avergonzamos. Venturosamente, y no quiero que se me interprete mal la frase, con estas ceremonias, con esta gran fiesta de la Institución, España ha perdido la vergüenza. La vergüenza de ser monárquica. Todo ha trasminado continuidad dinástica, que es la propia esencia de la estabilidad que representa el supremo arbitraje de la Corona. Madrid olía y sonaba a Reino. España sonaba a Reino. Eso que, por ese sentido vergonzante que digo, ocultamos hasta en nuestros papeles oficiales. En el documento nacional de identidad pone simplemente "España". "España" a secas, con el escudo constitucional, en ese pasaporte que en la Europa de la Unión y sin fronteras cada vez usamos menos. A algunos nos gusta mucho presumir de que tenemos carné de conducir porque este permiso es el único papel oficial donde pone lo que hemos visto en esta hora que es nuestra nación: "Reino de España". ¿No se decía antes que a las manifestaciones estudiantiles, cuando no había libertades y estaban prohibidas, había que acudir con el carné en la boca? Bueno, pues a esta manifestación colectiva de júbilo es como si hubiéramos acudido, en las calles de Madrid o desde la salita de casa, ante el televisor, con el carné en la boca. No el carné de identidad, sino el carné de conducir, el que pone bien claro con letras gordas: "Reino de España".

Y con mi amiga a la que he dejado con la palabra en la boca al teléfono para poder escribir este artículo de alcance en plan huye que te alcanzo le comentaría también algo que sé que van a decir muy poquitos. ¡Qué noche de bodas! No, no piensen en lo que picarona y procazmente se les dice a los contrayentes acerca de la noche de bodas en esos casamientos populares donde al novio se le corta la corbata. A Don Felipe de Borbón no le han cortado la corbata, porque entre otras cosas no la llevaba en su uniforme de gala del Ejército de Tierra. No me refiero a la noche de boda de los novios. Me refiero a los padres del novio en la noche de la boda. Todos los padres, cuando casamos a nuestros hijos, tras el trasiego de la jornada, tenemos en esa noche una alivio grande y felicidad especial. Ese "ea, ya lo hemos casado" representa muchas cosas en la vida de una familia. Imagínense cuántas en la vida de la Familia Real, una familia española al fin y al cabo. Si los padres decimos con satisfacciòn y orgullo el "ea, ya lo hemos casado", imagínense Su Majestad El Rey. Lo tranquilo que habrá dormido esa noche el nieto de Don Alfonso XIII, el hijo de Don Juan de Borbón, cuando haya pensado para sus adentros, que son los adentros del corazón de la Historia: "Ea, ya lo hemos casado con el futuro del Reino de España..."

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