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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3123 - 10 de junio del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Si algo envidio de los Príncipes de Asturias no es sólo su acierto al lograr lo que muchos deseamos y casi nunca hacemos. Lo que siempre decimos en vísperas de vacaciones:

-- Mientras nos queden tantas cosas de España por conocer, ¿por qué hemos de irnos de vacaciones al extranjero? Con las cosas tan bonitas que hay en España y nunca hemos visto...

También les envidio la casa. No porque sea mayor o menor, decorada de esta manera o de la otra, con alfombras de la Real Fábrica o moquetas de nudo. Les envidio la casa porque es completamente nueva. Todo les funcionará a las mil maravillas. Las casas, máquinas de vivir como decía Le Corbusier, son cada vez más complicadas, más tecnificadas, más mecanizadas. Hasta robotizadas. En muchos años, Don Felipe no tendrá que oír de la Princesa de Asturias lo que a usted a su señora:

-- Hijo, Pepe, a ver si reformamos de una vez el cuarto de baño, porque está que da pena de viejo. Ya va para veinte años que estamos en este piso y no lo hemos tocado, cuando todo el mundo se ha hecho unos cuartos de baño estupendos...

Estoy en el mismo trance que Pepe. De ahí mi envidia por la casa flamante de los Príncipes. Estoy en trance de reforma y renovación de cuanto en casa se ha quedado viejo, obsoleto. De media casa, vamos. He tomado el ejemplo de unos amigos, Ivita y Fernando Parias, que rehicieron prácticamente, de suelos a techos, la casa donde viven, a la luz de una filosofía que compartimos:

-- Hay que renovar las casas pensando en el futuro, porque no hay nada más triste que unos viejos viviendo en una casa vieja donde las cosas se caen a pedazos.

En la labor estamos. Pregúntenme, pues, lo que quieran sobre suelos de porcelanato, encimeras de silestone, revestimiento de suelos de madera sin tener que levantar el pavimento y aplacados de mármol para el baño. Y de cocinas, si me preguntan, pueden darme directamente el "cum laude". ¡Qué maravillas de cocinas hay! Ahí sí que se nota lo que España ha avanzado en bienestar y en calidad de vida: en la tecnificación y racionalización de las cocinas. No hay que rememorar el fogón de carbón o la "cocina económica" de la abuela. Basta pensar en las formicas de las cocinas de la España del "Cuéntame" para ver lo que hemos avanzado. La cocina que tendrá en su casa María Galiana, que es mujer de puicheros y autora de libros de recetas, no tendrá gracias a Dios nada que ver con la que aparece en el decorado de su nostálgica serie de televisión. No hablo ya de las placas de vitrocerámica y de los hornos extraíbles para no quemarse al sacar el pavo hecho con la receta de la abuela. Pienso en esas maravillas de muebles cuyos cajones cierran perfectamente, con rieles que corren como si fuesen de Fórmula 1, con los prodigiosos departamentos donde hay un sitio para cada cosa, con los cubos de basura compartimentados para reciclar los residuos, con esas despensas como las estanterías de las medicinas en las farmacias, que tiras de una puerta y te salen sobre sus carriles ordenadísimos anaqueles como de una Biblioteca Nacional de latas de bonito, cartones de leche y frascos de espárragos.

Pero no han resuelto, ay, el problema del platero. En nuestras tecnificadas cocinas ya no hay platero. No sé en otras partes de España, porque la palabra no viene en el DRAE, pero en Andalucía llamamos platero al vasar, anaquel o chinero donde se guarda la vajilla en la cocina, con sus alambres para poner las piezas separadamente y su escurridor para que se sequen solas, al goteo, tras fregarlas. En las nuevas cocinas han hecho desaparecer este mueble alto, que habitualmente se colocaba sobre el fregadero y no lejos del lavavajillas. En su lugar ahora se llevan los cajones bajos, con sus palitroques para separar los platos llanos de los soperos, los de postre de las fuentes y las ensaladeras. Cajones bajos para los platos todo lo perfectos que quieran, pero que te ocupan mucho más espacio si la cocina es pequeña y que luego te obligan a secar con un paño ese vaso de leche o esa taza de té que has fregado a mano para no tener que poner en marcha todo el lavavajillas, que está vacío.

Como en el reparto igualitario de tareas del hogar me ocupo de la puesta en marcha del lavavajillas y de todos sus asuntos, de llenarlo y de vaciarlo luego, igual que Isabel busca un horno sencillo y lo ha hallado, yo no acabo de encontrar un platero en condiciones. No existe. Nada, a la fuerza me quieren meter el cajón de los platos. ¿Y cuándo el lavavajillas esté roto, o sean sólo dos platos los que haya que fregar? No hay forma. A la fuerza quieren que ponga el voluminoso cajón platero de los palitroque de separación. Razones todas por las que, si están o han estado en mi caso de reforma del piso, buscando ese mueble alto con escurridor, comprenderán perfectamente que haya escrito "El platero y yo" como Juan Ramón Jiménez hizo aquel delicioso libro de su Platero con mayúscula, "pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón".

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