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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3129 - 22 de julio del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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A nuevos tiempos, nuevas tecnologías. Y a nuevas tecnologías, nuevas cortesías. Necesitaríamos nuevos tratados de las buenas maneras derivadas de la tecnología. De hecho, existen. Hasta en los mensajes a móviles. Ni usted ni yo sabemos escribir los mensajes cortos a móviles como lo hacen los chavales: ¡qué destreza en teclear con un solo dedo, con el teléfono en la palma de la mano! Nosotros, con las dos manos, no somos capaces de escribir un solo mensaje SMS. Y en el improbable caso de que consigamos poner dos palabras, no sabemos cómo se envían. Tenemos unos teléfonos móviles complicadísimos, que hacen fotos, las envían a modo de tarjetas postales, tienen plantillas ya escritas para mandar mensajes y navegan por Internet, y no los sabemos usar más que para llamar o ser llamados. Ni la agenda de números frecuentes sabemos manejar. Los técnicos llaman "prestaciones" a estas capacidades de las terminales telefónicas que desconocemos. Estoy convencido de que si lo supiéramos manejar a modo, descubriríamos que nuestro teléfono hasta es capaz de irnos a por tabaco y por descontado que hace café, pero solo, cortado o con leche o leche manchada, como lo queramos. Lo que ocurre es que no sabemos sacarle partido a las famosas prestaciones.

Los chavales no solamente obtienen todos los créditos de tecnología punta de las prestaciones famosas, sino que han inventado un lenguaje. El que vemos en las pantallas de televisión en esos programas que reciben insultos de peaje. Sí, sí: insultos de peaje. Eso que pagas por mandar un mensaje diciendo que esa señorita a la que entrevistan es una tal y una cual, o que ese señor que está pontificando como el Doctor Liendre, que de todo sabe y de nada entiende, es un chufla de mucho cuidado. Estos mensajes que aparecen en los faldones de insultos pagados de ciertos programas de TV van escritos en ese lenguaje de los chavales del teléfono móvil con carcasa a la moda, logotipo de diseño y melodía politono con la canción que pega. Un lenguaje económico de signos, donde la preposición "de" se escribe simplemente "d" y donde "que" es "k". Algo así defendió una vez Gabriel García Márquez para la ortografía española, que se escribiera en transcripción fonética, y le armaron la del tigre. Algo así hizo Juan Ramón Jiménez, romper las fronteras entre la g y la j, escribiendo "intelijencia" por "inteligencia", y le dijeron que eran excentricidades de poeta. Su licencia ortográfica era todo un tratado académico al lado de esos mensajes que ponen: "T kiero bs". En los que los muchachos tienen sus fórmulas de cortesía de dar besos, abrazos, enhorabuenas y felicitaciones con sólo dos letras o una. Al fin y al cabo, tan educado y cortés, como la críptica fórmula decimonónica de despedida en las cartas, "s.s.s. q.b.s.m." (su seguro servidor que besa su mano) o como se terminaban los escritos a los Reyes, "a los RR.PP. de VV. MM." (a los reales pies de Vuestras Majestades).

Sin llegar tan lejos en condensados lenguajes escritos y cortesías urgentes como los estudiantes con sus mensajes cortos, sí se ha generalizado la fórmula de educación de presentar excusas cuando se llama a alguien al teléfono móvil. Quien llama a alguien a su móvil tiene mala conciencia, sabe que quizá está rompiendo su intimidad. De ahí la fórmula cortés de petición de disculpas. Hay muchas, pero la más común es alucinante. Descuelgas el teléfono que te suena en el bolso o en el bolsillo y oyes que te dicen como cortesía:

-- ¿Puedes hablar?

Muchas veces me pide el cuerpo responder:

-- Sí, gracias a San Blas, abogado de las enfermedades de la garganta, no tengo dolencia alguna en las cuerdas vocales, ni estoy afónico. Puedo hablar perfectamente. Hasta en inglés puedo un poquito. Muy malamente, pero algo puedo hablar en inglés...

Otra cosa, claro, es que tengamos ganas de charlita con el rompedor de nuestra intimidad que nos pregunta si podemos hablar. Esto de la posibilidad de hablar compite con el buen momento. Te dicen:

-- ¿Te pillo en buen momento?

O los de la ocupación. Con la fingida cortesía de la mala conciencia por llamarnos, parecen encuestadores de las estadísticas de población activa :

-- ¿Estás ocupado?

Dan ganas de responder:

-- No, estoy jugando al polo, y cuando termine el partido me voy al tiro de pichón. Tú sabes que vivo de las rentas y que no la he doblado en mi vida..

Tan sorprendidos se quedarían, que nos dirían:

-- Entonces te llamo luego a tu casa.

-- No, dime, ¿qué querías?

-- Nada, nada, era una tontería...

Siempre nos preguntan si podemos hablar y si nos pillan en buen momento y si no estamos ocupados para romper nuestra intimidad comunicándonos solemnes tonterías que los chavales solventan en un periquete con las tres K y dos T de un mensaje corto a móvil.

 

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