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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3134 - 26 de agosto del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Espero que el que aquí empieza no sea un artículo, sino una medicina. Tengo visto y demostrado que a veces los artículos son la mejor medicina. No digo que los tengan que despachar con receta en la botica, pero tienen a veces propiedades terapéuticas, quizá formando parte de esa medicina popular de la que todos tenemos conocimientos someros y que alivian los males con hierbas que están en la maceta de la terraza o con especias de un frasco de la cocina. Yo una vez saqué de la UCI a un español ilustre con un artículo medicinal. Fue don Alvaro Domecq y Díez, el caballero jerezano, el rejoneador, el ganadero, el gran padre de familia y gran creyente. Le había dado a don Alvaro un disgusto ese fruto amargo que es el corazón y estaba en la UCI. Le dediqué un artículo en el que más que le deseaba, le ordenaba que saliera cuanto antes de allí, que donde lo esperábamos era en su finca de Los Alburejos, tentando eralas y con una copa de vino de Jerez en la mano, ese reloj de viña que en el estilo de Domecq marca siempre La Ina en punto.

Uno de los nietos rejoneadores de don Alvaro, no sé si Luis o Antonio, le leyeron aquel artículo al abuelo en la UCI y no sé de quién fue el prodigio, si de mis palabras o de la resistencia y ganas de vivir del caballero, pero la cuestión es que a las pocas horas le dieron el alta y volvió a su mundo de caballos, de toros, de campos, de bodegas y de nietos.

A ver si me acuerdo de la composición, acción, indicaciones, contraindicaciones y posología de aquel artículo para administrar según arte y del mismo modo otro con sus mismos agentes activos a Rocío Jurado. Elogió el doctor Gregorio Marañón los poderes curativos de la palabra y espero que las que aquí escribo vuelvan a tener efectos terapéuticos sobre mi querida Rocío, sí, "la más grande", ¿pasa algo? No será tampoco la primera vez que unas palabras mías tengan efectos terapéuticos sobre la chipionera. Atravesaba Rocío una mala racha de ánimo, una depresión de caballo, vamos, cuando inauguró en Sevilla el auditorio de la Expo del 92 con un memorable recital. Tuve la suerte de asistir a aquel concierto y lo comenté luego en un artículo. Dije ni más ni menos lo que sentía y sentimos mucho cuando escuchamos el prodigio de su voz, esa maravilla que va de la copla al flamenco, de la balada al musical de Broadway, de los temas clásicos de Falla al cancionero popular español. Dije que no hay escenario por grande que sea que no se le quede pequeño a Rocío Jurado, que todo lo llena con su voz, con su presencia, con su delicadeza.

Con su poderío.

Esa es la palabra tópica, pero no se olvide que los tópicos resumen siempre una verdad, y Rocío rima con poderío. Poderío que se le vino arriba otra vez y mandó a freír espárragos a la maldita depresión cuando leyó el artículo que le dediqué a aquel concierto inolvidable.

Ahora no comento ningún concierto de Rocío Jurado. Bueno, sí, me corrijo a mí mismo. Quiero comentar el más definitivo concierto de su carrera, que es el canto a la vida que Rocío empieza a interpretar en estos días, y que nos tiene embelesados, oyéndolo, a todos los que la queremos porque la admiramos y la admiramos porque la queremos. Rocío va a seguir cantando, pero ya mismo. Siempre tiene en las noches mágicas del verano de Cádiz un Teatro Pemán que la espera ritualmente para estar oyéndola hasta las claritas del día. En materia de juicios puede que haya en España muchos que no son partidarios del jurado, pero en canción no hay color: todos somos partidarios de La Jurado.

Rocío, venga, vuelve a cantar "qué no daría yo por empezar de nuevo". No puedes imaginarte lo que daríamos nosotros, los que te queremos, porque vuelvas cuanto antes a empezar de nuevo. Como empiezas de nuevo cada boche que cantas, donde sea, por pequeño que sea el pueblo. La dimensión de los grandes es que todo cuanto hacen lo abordan con el apasionamiento mismo del primer día. He oído a Rocío cantar en Los Angeles y en Miami, en Madrid y en Sevilla, en Utrera y en Dos Hermanas, y en todas partes ha cantado con una perfección de Carnegie Hall y con la ilusión de aquella chiquilla de Chipiona que cantaba en el coro de la parroquia y quería ser artista.

Horas antes de entrar en el quirófano, Rocío Jurado tuvo la deferencia de llamarme por teléfono para felicitarme por mi regreso como articulista a ABC. Nunca la oí más llena de vida. Tanto, que en cuanto lea este artículo sé que va a mandar a la clínica a freír espárragos y va a volver a la yerbabuena de la vida. "Que tenemos que hacer mi libro", me dijo. Claro que lo vamos a hacer, Rocío, y cuanto antes. Un libro como el de Curro Romero y el de Juanito Valderrama o más gordo todavía, es el que tu arte y tu condición se merecen. Vamos a hacer ese libro, Rocío Jurado, porque tú a la vida siempre le pones ese amor y ese arte que trasminan a yerbabuena.

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