Espero que el que
aquí empieza no sea un artículo, sino una medicina. Tengo visto y
demostrado que a veces los artículos son la mejor medicina. No
digo que los tengan que despachar con receta en la botica, pero
tienen a veces propiedades terapéuticas, quizá formando parte de
esa medicina popular de la que todos tenemos conocimientos someros
y que alivian los males con hierbas que están en la maceta de la
terraza o con especias de un frasco de la cocina. Yo una vez saqué
de la UCI a un español ilustre con un artículo medicinal. Fue don
Alvaro Domecq y Díez, el caballero jerezano, el rejoneador, el
ganadero, el gran padre de familia y gran creyente. Le había dado
a don Alvaro un disgusto ese fruto amargo que es el corazón y
estaba en la UCI. Le dediqué un artículo en el que más que le
deseaba, le ordenaba que saliera cuanto antes de allí, que donde
lo esperábamos era en su finca de Los Alburejos, tentando eralas y
con una copa de vino de Jerez en la mano, ese reloj de viña que en
el estilo de Domecq marca siempre La Ina en punto.
Uno de los nietos rejoneadores de don Alvaro, no
sé si Luis o Antonio, le leyeron aquel artículo al abuelo en la
UCI y no sé de quién fue el prodigio, si de mis palabras o de la
resistencia y ganas de vivir del caballero, pero la cuestión es
que a las pocas horas le dieron el alta y volvió a su mundo de
caballos, de toros, de campos, de bodegas y de nietos.
A ver si me acuerdo de la composición, acción,
indicaciones, contraindicaciones y posología de aquel artículo
para administrar según arte y del mismo modo otro con sus mismos
agentes activos a Rocío Jurado. Elogió el doctor Gregorio Marañón
los poderes curativos de la palabra y espero que las que aquí
escribo vuelvan a tener efectos terapéuticos sobre mi querida
Rocío, sí, "la más grande", ¿pasa algo? No será tampoco la primera
vez que unas palabras mías tengan efectos terapéuticos sobre la
chipionera. Atravesaba Rocío una mala racha de ánimo, una
depresión de caballo, vamos, cuando inauguró en Sevilla el
auditorio de la Expo del 92 con un memorable recital. Tuve la
suerte de asistir a aquel concierto y lo comenté luego en un
artículo. Dije ni más ni menos lo que sentía y sentimos mucho
cuando escuchamos el prodigio de su voz, esa maravilla que va de
la copla al flamenco, de la balada al musical de Broadway, de los
temas clásicos de Falla al cancionero popular español. Dije que no
hay escenario por grande que sea que no se le quede pequeño a
Rocío Jurado, que todo lo llena con su voz, con su presencia, con
su delicadeza.
Con su poderío.
Esa es la palabra tópica, pero no se olvide que
los tópicos resumen siempre una verdad, y Rocío rima con poderío.
Poderío que se le vino arriba otra vez y mandó a freír espárragos
a la maldita depresión cuando leyó el artículo que le dediqué a
aquel concierto inolvidable.
Ahora no comento ningún concierto de Rocío
Jurado. Bueno, sí, me corrijo a mí mismo. Quiero comentar el más
definitivo concierto de su carrera, que es el canto a la vida que
Rocío empieza a interpretar en estos días, y que nos tiene
embelesados, oyéndolo, a todos los que la queremos porque la
admiramos y la admiramos porque la queremos. Rocío va a seguir
cantando, pero ya mismo. Siempre tiene en las noches mágicas del
verano de Cádiz un Teatro Pemán que la espera ritualmente para
estar oyéndola hasta las claritas del día. En materia de juicios
puede que haya en España muchos que no son partidarios del jurado,
pero en canción no hay color: todos somos partidarios de La
Jurado.
Rocío, venga, vuelve a cantar "qué no daría yo
por empezar de nuevo". No puedes imaginarte lo que daríamos
nosotros, los que te queremos, porque vuelvas cuanto antes a
empezar de nuevo. Como empiezas de nuevo cada boche que cantas,
donde sea, por pequeño que sea el pueblo. La dimensión de los
grandes es que todo cuanto hacen lo abordan con el apasionamiento
mismo del primer día. He oído a Rocío cantar en Los Angeles y en
Miami, en Madrid y en Sevilla, en Utrera y en Dos Hermanas, y en
todas partes ha cantado con una perfección de Carnegie Hall y con
la ilusión de aquella chiquilla de Chipiona que cantaba en el coro
de la parroquia y quería ser artista.
Horas antes de entrar en el quirófano, Rocío
Jurado tuvo la deferencia de llamarme por teléfono para
felicitarme por mi regreso como articulista a ABC. Nunca la oí más
llena de vida. Tanto, que en cuanto lea este artículo sé que va a
mandar a la clínica a freír espárragos y va a volver a la
yerbabuena de la vida. "Que tenemos que hacer mi libro", me dijo.
Claro que lo vamos a hacer, Rocío, y cuanto antes. Un libro como
el de Curro Romero y el de Juanito Valderrama o más gordo todavía,
es el que tu arte y tu condición se merecen. Vamos a hacer ese
libro, Rocío Jurado, porque tú a la vida siempre le pones ese amor
y ese arte que trasminan a yerbabuena.