José Luis Garci
me ha demostrado una vez más lo que pienso cada vez que en esta
España conozco a un grande: que los que de verdad son no se dan la
menor importancia; de tú a tú, son de lo más modesto; no miran por
encima del hombro a nadie y no van de famosos, perdonando la vida
a la gente. Lo he comprobado con Rocío Jurado, con Curro Romero,
con Julio Iglesias, con Juanito Valderrama. Hasta con el Rey
puedes comprobarlo cuando Su Majestad se acerca a tu grupo en las
copitas tras una recepción y nunca llegas a explicarte que aquel
Señor que viene en los sellos y en las monedas de euro sea tan
normal, se dé tan poca importancia y no vaya por la vida con la
Corona puesta, en este su Reino donde cualquier chiquilicuatre,
famoso sin causa justificada, cuyas obras completas caben en el
reverso de una hoja de almanaque, va por ahí pidiendo que le
tiendan la alfombra roja y le pongan en el camerino champán y
caviar, que si no, no se digna ir.
Sin champán ni caviar, con pescado frito y
tinto, José Luis Garci vino a mi pueblo para ofrecer en pase
privado el anticipo de su última delicia sentimental en forma de
película: "Tiovivo 1950". Un bellísimo ejercicio de caligrafía
cinematográfica sobre los tiempos de la Enciclopedia Dalmau Carles,
no todo va a ser evocación de la Enciclopedia Alvarez. Un retrato
coral de la España de comedios del siglo pasado, contado de una
forma sencillamente genial. Como se cuentan las cosas en el cine:
con imágenes, no con personajes que pegan discursos, creyéndose el
director que están en un mitin, un mitin del "no a la guerra" por
descontado. Apoyado en unos versos de Manuel Alcántara ("Corrían
muy malos tiempos,/ pero vistos a distancia/ quizá fueran los más
nuestros"), Garci, aquel muchacho que trabajaba en el Banco
Ibérico de la Gran Vía, ha hecho una poética reconstrucción de
aquella España que provocará la nostalgia de los cincuentones y
sesentones. En la que, por no faltar, ni falta el sonido del
tararí de la corneta que cerraba el nocturno parte de Radio
Nacional de España, antes del fundido encadenado del popurrí de
los tres himnos, el "Cara al sol" de los falangistas, el "Oriamendi"
de los requetés y la Marcha Real que afortunadamente sigue siendo
de todos y nadie pudo quedársela en exclusiva.
Todo el que es entre los actores del cine
español, de Aurora Bautista a Fernando Fernán Gómez, está en el
reparto del hermosísimo fresco de época que ha pintado Garci. Y
que ha pintado sin darse la menor importancia. Fuimos al pase
privado de la película y de milagro pudimos encontrarnos con Garci.
Quería que fuera exhibida la película, no él. Y le había dicho a
Francisco Cervantes, el productor:
-- Ponéis vosotros la película ahí y la veis, no
hace falta que yo vaya...
Pues sí, hacía falta que viniera José Luis Garci.
Para que yo ahora pueda dedicarle este elogio de la sencillez, de
la humildad de los verdaderamente grandes. Grandes de España sin
corona, o con la mejor corona, que es la de la inteligencia, la
sensibilidad, la genialidad. El talento. No sé qué se pone José
Luis Garci en las tarjetas de visita. Yo no le pondría lo de
director de cine. Le pondría: "José Luis Garci. Inteligente".
Inteligencia que demuestra con su pudicia de Oscar. Los españoles
que han ganado el Oscar se dividen en dos grandes grupos: los que
van por ahí con el Oscar debajo del brazo, enseñándotelo a cada
momento y dándote con él en la cabeza si no le dices que es un
genio; y los que, habiendo ganado el Oscar, como si no se creyeran
lo que verdaderamente son, no le dan la menor importancia. Garci
es de este raro segundo grupo, al que también pertenece otro
español que tiene nada menos que dos Oscar, Gil Parrondo, que los
ganó por la dirección artística de "Patton" y de "Nicolás y
Alejandra", pero que como no va por ahí dándole estatuillazos
hollywoodienses a la gente, no lo sabe nadie. Como cuando vemos a
Garci presentando su programa peliculero de La 2, pocos saben que
aquel señor que conoce tantísimo de cine tiene un Oscar por
"Volver a empezar", a pesar de lo cual sabe disimularlo
perfectamente, en esta España donde mientras unos te agreden con
sus éxitos, otros deben tener el temple de saber hacérselos
perdonar todos los días.
Garci ha conocido el éxito y sus enemigos
temerán que ahora vuelva a conocerlo con su "Tiovivo", candidata a
representar a España en la próxima edición de los Oscar. Pero
Garci es la persona menos pagada de su propio éxito que he visto.
Nos hizo una genial descripción de toda esta agónica lucha por
estar arriba, en la que algunos matan hasta a su padre o
justifican la eutanasia con tal de triunfar, y es lo más
conmovedor que en mi vida he oído sobre la hoguera de las
vanidades españolas. Sin darle importancia, como hablando de otro,
Garci nos dijo:
-- Estás luchando por llegar a la cumbre, y
cuando llegas a la cumbre te encuentras que allí arriba no hay
nadie ni nada. Solamente hay un cartel que pone "Caramelos Paco".
Que Garci haya saboreado los caramelos del
cartel que hay en la soledad de la cumbre y que no nos perdone la
vida por haber llegado allí arriba es algo que en esta cruel
España tiene que pagar con el estricto silencio que le dedican los
corderos políticamente correctos.