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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3143 - 28 de octubre del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Lorenzo Serra Ferrer es un gran entrenador de fútbol. Y algo más importante todavía: un caballero del deporte. O simplemente un caballero, que tal como están los tiempos y en la general degradación de principios y de valores es algo que hay que preservar, como los linces de Doñana. Serra Ferrer nos hizo vivir a los que profesamos la fe bética tiempos gloriosos. Tras el ascenso triunfal desde Segunda, consiguió que los béticos hicieran realidad lo del himno de Andalucía: "Queremos volver a ser lo que fuimos". Los béticos volvieron a ser lo que fueron con Serra Ferrer. Quien después de aquella victoriosa etapa sevillana marchó a Barcelona, donde entrenó al que, como el Real Betis, es bastante más que un club.

Para contento de los béticos, Serra Ferrer ha vuelto a Sevilla, a dirigir la ética y la estética del Manque Pierda, a la leyenda de Rogelio, aquel jugador bético al que el entrenador Iriondo le decía en un entrenamiento:

-- Corra, Rogelio, corra usted más...

A lo que el futbolista, con la vieja filosofía de un Séneca del deporte, respondió estoicamente:

-- Yo no corro, mister, porque correr es de cobardes...

Sin correr, que es de cobardes, tranquilo, sereno, pasito a pasito, Lorenzo Serra Ferrer volverá a poner al Betis y a su afición en el lugar exacto de la utopía de los mitos verdiblancos. Y está el caballero mallorquín encantado con su retorno a Andalucía, donde gracias a Dios todavía se palpa eso que por la fría Europa de las prisas llaman la calidad de vida. Lorenzo Serra se está reencontrando con sus amigos sevillanos. Sabe que la amistad es un culto al que hay que prestar devoción diaria. Y en este culto, nos invitó a cenar la otra noche a unos pocos, que gozamos en la reunión de su sabiduría, de su elegancia, de su estilo, excepción en este fútbol cada vez más soez, donde hay entrenador que adiestra a la plantilla (ahora llamada "el vestuario") a golpe de blasfemia. Y si quieren doy nombres de entrenadores blasfemos.

Serra Ferrer nos reunió en un restaurante que de su anterior etapa sevillana recordaba como típico y con sabor local, con una cocina elemental y popular, asentada en la tradición del campo y de los barrios de la ciudad. Lo que se llama un restaurante típico de verdad, sin folklorismos de cartón piedra. Auténtico. Y cuál no fue su sorpresa cuando llegó al restaurante donde tan buenas horas había pasado en su anterior etapa y tan buenos platos de la cocina popular le habían servido, y se encontró con que lo habían reformado. Modernizado. Globalizado quizá sea la palabra exacta. Ya saben en qué consiste la modernización y reforma de los restaurantes, pensando en las estrellas de la Guía Michelín: en una total pérdida de identidad, tanto en la decoración como en la cocina. No sé qué está ocurriendo, pero un restaurante moderno y reformado de Barcelona se parece a un restaurante moderno y reformado de Valencia como dos gotas de agua. Las paredes de estuco, el acero inoxidable en los lavabos, los cuadros vanguardistas alumbrados por diablas, las lámparas más rebuscadas, todo modelo Olimpiada de Barcelona o Expo de Sevilla, modelo sala VIP de Iberia en el aeropuerto del Prat, modelo sala de espera de preferente en la estación de Atocha. Sillas de respaldo altísimo, con fundas salmón o Siena, manteles de colores insospechados, en los que el blanco está absolutamente prohibido y se impone el azul intenso, el marrón de campo en barchecho. Y cubiertos absolutamente imposibles, de purísimo diseño, donde un cuchillo parece todo menos un cuchillo: un destornillador de precisión o uno de los instrumentos que utiliza nuestro dentista para hacernos un empaste.

Ah, y platos cuadrados. En la decoración de la nueva cocina, un dictador de la moda ha decretado fuera de la ley los platos redondos de toda la vida. Ahora las tonterías varias sobre un lecho de frutas del bosque con cebollitas tiernas del huerto de la abuela han de ser obligatoriamente servidas en platos cuadrados. Cuando entren en un restaurante y vean que sobre la mesa están los platos cuadrados, prepárense a lo peor.

En cuanto a la cocina, el caballero del Real Betis esperaba encontrarse los clásicos platos sevillanos que su paladar todavía recordaba con encanto. Esa cocina del subdesarrollo que hace obras de arte con lo que da el campo, con unos espárragos trigueros, unas tagarninas, unas vísceras en forma de menudo. Nada de ello encontró. En su lugar, la carta ofrecía lo mismo que podían ponerle en cualquier otro restaurante de nueva cocina de Milán o de Nueva York. Es la dictadura de la modernidad, que en muchísimas ciudades españolas está acabando con los más simpáticos restaurantes locales, en los que nos persigue el fervor de neoconversos de la nueva cocina. Su símbolo pueden ser los platos cuadrados. Hay restaurantes de cuatro tenedores y restaurantes de cuatro platos cuadrados. Cuando vean los platos cuadrados, prepárense. Como dice el lema de la Flotilla de Submarinos de nuestra Armada: "Ad utrumque paratus". En un restaurante de platos cuadrados hay que estar dispuesto a todas las tonterías. ¡Con lo buenos que estaban aquellos garbanzos con tagarninas de antes de la reforma!

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