Diario El Mundo

Memoria de Andalucía

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía,   sábado 6 de junio de 1998


Como pequeñas novias con limosnera

"Lo mismito que una novia", que cantaba Valderrama

Nosotros íbamos por lo militar, de marineros, y las niñas por lo civil, de novias.

...Y por la radio, antes de la novela de las ocho, Ama Rosa, La segunda esposa, seguía sonando Juanito Valderrama con la dedicatoria de su copla a los marineritos de las dotaciones de la Armada celestial de la primera comunión, con su pescadora de cordoncillos como la que se ponía Araujo el del Sevilla solemnemente condecorada con una mancha de chocolate. Pero la copla de Valderrama era tremendamente feminista. Tanto hablar ahora del machismo de nuestra infancia, pero, quizá por influencia de la Sección Femenina de Falange, aquellas monjas alféreces como Pilar Primo de Rivera, con las niñas tenían muchas más consideraciones que con nosotros los niños. Los juguetes de la niñas no se podían ni comparar con los nuestros. Mientras nosotros andábamos por los coches de lata con cuerda que se saltaba siempre (¿por qué se saltaba tanto la cuerda de los coches de lata?), a las niñas les echaban los Reyes unas cocinitas preciosas para jugar a las casitas y hacernos comiditas, con sus ollas de porcelana colorada en miniatura. Y nada digo de las muñecas, aquella Mariquita Pérez que tenía de todo, como la mujer de un estraperlista, o la Gisela que tenía mi hermana, que venía dentro de un baúl mundo, donde estaban sus perchitas con sus abriguitos, y hasta su impermeable de plexiglás, qué mágica palabra, plexiglás. Dónde se iba a comprar lo que cuidaban a las niñas. Además, nunca las enviaban a hacer mandados, como a nosotros:

--Niño, coge el canasto y llégate a por una botella de cerveza para tu padre...

Y en la primera comunión, igual. Hasta el mismo Juanito Valderrama, haciendo caso omiso a los batallones de marinería de comulgantes y a los escuadrones de desembarco con el lazo de motivos eucarísticos puesto en el brazo como unos galones de cabo, le dedicaba su copla a las niñas y no a los niños: ": Mi niña ya está tomando la primera comunión..." Y decía una verdad como el mismo templo donde había empezado el día más feliz de mi vida. Decía que su niña iba lo mismito que una novia. Qué España más castrense, con el espíritu militar más dentro de los tuétanos... A las niñas las vestían de novias y a nosotros nos estampillaban de marineros, hala, movilizados todos para la mitología falangista del hundimiento del Baleares mientras sonaba en la cubierta que se iba hundiendo, Titanic imperial, la pegajosa melodía del Cara al Sol. Al que no era movilizado para la Armada a lo Divino, lo vestían de caballero de Santiago, con su pedazo de cruz roja al pecho, y no por nada, sino porque la de Santiago era una orden militar.

Las niñas iban por lo civil, de novias en pequeñito, y siempre envidiábamos de ellas la limosnera. La limosnera era tan importante o más que el velo de tul, o que el rosario de doradas cuentas, o que el libro de pastas de nácar, con dos broches que eran como los aldabones almohades de la Puerta del Perdón de la Catedral. No sabíamos por qué con las niñas, cuando las vestían de tiros largos, siempre tenían tan en cuenta el dinero. Cuando se vestían de gitanas, debajo de la de la falda de lunares del traje y encima de la enagua de tarlatana llevaban una faltriquera para guardar el dinero. La faltriquera donde se guardaban el dinero para montarse en los cochecitos locos de la calle del Infierno y para entrar en el laberinto de los espejos, y para ver a los catetos dar vueltas en el tubo de la risa no se les veía debajo del traje de gitana. Pero de primera comunión, bien visible y de encajes y encañonados que llevaban la limosnera, ay, estas mujeres siempre pidiendo, desde chiquetitas. Pero lo pasaban peor que nosotros, porque las niñas pedían más que los niños en la Primera Comunión. A nosotros nos dejaban luego corretear. jugar con el balón de badana que nos habían regalado, estrenar el tren de cuerda. Pero a ellas, las pobres, cuando terminaba el desayuno, en el que no sé por qué ellas nunca se condecoraban de chocolate, claro, como eran civiles y no marineras... Cuando terminaba el desayuno, a las niñas me las cogían a las pobres y me las llevaban de visita de casa en casa de todos los parientes lejanos, vecinos y conocidos. Decían que era para repartir estampas, aquellas estampas de El Rosario de Oro, de Pascual Lázaro, con el San Juanito o con unos ángeles de Murillo. En verdad era porque había que llenar la limosnera. Las niñas, vestiditas de novia, tenían aquella luna de miel con las pesetas rubias; el real del escudo de la Falange y el agujerito enmedio; los dos reales con el agujerito, pero ya sin escudo de Falange; los diez reales que les decían Puchades, el del Valencia, porque eran un medio duro; quizá un billete de cinco pesetas con el retrato del Séneca o con Colón y los Reyes Católicos, hay que ver lo que salían los Reyes Católicos en los billetes, y la Reina Isabel siempre se parecía a Ana Mariscal... Las niñas, con la limosnera llena, acababan muertas. Y como en un día no daba tiempo recorrer todo el pueblo, a las pobres me las vestían otra vez al domingo siguiente, entre llantos:

--- Pues por mucho que llores, tenemos que ir a ver a Jesusita la del Colorao, y a Josefita Gómez, y a tu tío Norberto, que como no vayamos a verlo a darle la estampa se va a enfadar con nosotros y va a decir lo de siempre, que hay que ver, que somos unos descastados...

Por eso la niña finalmente descansaba cuando un día, decía la madre:

-- Niña, recuérdame que el jueves, cuando venga la costurera, te corte el traje de primera comunión para que te quede de vestido de los domingos.

Y como había entrado gozosamente el verano de albercas y películas de Silvana Mangano, ya iban siempre los domingos a misa de diez con aquellos vestidos blancos de organdí que nos hacían recordar lo negro que se le puso el limosnero a Maruja, de meter tantas pesetas rubias, porque los tíos de Maruja eran todos riquísimos...

 


El Mundo, edición íntegra en Internet

   


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