Tiene que sentirse como un verso de Antonio Machado. Por eso me
recuerda a un personaje de José Carlos de Luna. Hablo de Alberto Fernández Díaz, el
candidato del PP a la Generalidad. Por lo que le llevo oído, Fernández tiene que
sentirse como Machado cuando fechó aquel poema de "Campos de Castilla" en Lora
del Río: "Extranjero en los campos de mi tierra". Es entonces cuando se me
aparece dramáticamente como El Piyayo de José Carlos de Luna: "A chufla lo toma la
gente/pero a mí me da pena/y me causa un respeto imponente". Lo peor de Fernández es que lo toman a chufla y, al
mismo tiempo que a Fernández, a la cultura española. El mismo hecho de que alguien del
PP aspire a presidir la Generalidad lo incluimos automáticamente en el apartado de hechos
insólitos, junto al que escribe el padrenuestro en un garbanzo, el corre los cien metros
lisos a pie cojito o el que construye el Duomo de Milán con palillos de dientes. De nada
vale que Manuel Seco se haya dejado las pestañas en el nuevo Diccionario de Uso del
Español, si hay lugares de este Reino donde el castellano es ya prácticamente una lengua
en desuso, un idioma extranjero que, encima, no cuenta en los colegios con los honores del
inglés. Aprender inglés no es imperialismo: "Freedom for Catalonia". Aprender
castellano, sí..
O no nos damos cuenta o no nos queremos dar
cuenta, que es peor todavía, pero chorrea sangre que Fernández tenga que derrochar
heroísmo civil para defender que la lengua española se hable en unas provincias que, o
estoy mal informado, o forman parte del Reino de España. Si Dios no lo remedia (y parece
que no lleva trazas de querer remediarlo), el Rey de esa España tiene un nieto que cuando
vaya a la escuela no podrá aprender la lengua oficial de la nación de su augusto abuelo.
A la madre de ese niño, que es la primera inmigrante de Barcelona, no le quedará más
remedio que enseñarle castellano en casa, como a las madres andaluzas o murcianas de
Hospitalet de Llobregat.
Así que, ánimo, Fernández, aunque en
ciudades españolas le digan "españolista" Muchos Fernández nos harían falta
en esta España donde siempre vamos o delante de los curas con un cirio, rezando, o
detrás de los curas con una tranca, para darles una paliza. Por las mismas, pasamos de
prohibir el catalán a prohibir el castellano. Cuando estaba prohibido el catalán,
defenderlo, como lo defendíamos algunos, era completamente progre. Cuando está
virtualmente prohibido el castellano, defenderlo, como lo defiende usted, es completamente
reaccionario. Es usted un reaccionario de mucho cuidado, Fernández. Eso de que vaya usted
por el mundo (el mundo catalán, se entiende, no hay otro) llamándose Alberto Fernández
Díaz comprenderá usted que es una provocación. Hombre, si por lo menos se firmara usted
Albert Fernàndez i Díaz, como tantos emigrantes andaluces que no han tenido los
pobrecitos míos más remedio que entregar la cuchara...
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