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Lo
peor de todo, el horror en vivo y en directo. Terrible
simultaneidad y ubicuidad de la aldea global. Todos estábamos
ayer tarde en Nueva York cuando el ataque, entre otras cosas
porque con los telefilmes y las películas nos conocemos Nueva
York como una calle más de nuestro barrio. No supimos de Hawaii
hasta que se rodaron las películas sobre el ataque a Pearl
Harbour, por eso ayer se nos quedó corta "De aquí a la
eternidad". En este nuevo Pearl Harbour, todos fuimos como
Frank Sinatra o como Montgomery Cliff bajo el humo que llegaba a
la Estatua de la Libertad, apunten el símbolo. Pasaban sobre
nuestras propias cabezas los aviones del peor Lunes Negro de
Wall Street.
Lo peor, que se nos quedó nos quedó corta en un momento
toda nuestra cultura cinematográfica y mediática. Los
videojuegos de guerra del bombardeo de Bagdad quedaron en una
función de fuegos artificiales. "El coloso en
llamas", en una hoguera de San Juan. King Kong zarandeando
el Empire State, en una historieta de los Simpson. Como quedaron
cortas las ficciones de Tom Clancey. Torres más altas nunca
habían caído.
Lo peor, que hasta los americanos, en su inmenso poder,
dejaban de ser cuanto eran. Nosotros no vimos tambalearse las
columnas del templo de Salomón. Tampoco estuvimos nunca allí.
Pero si contemplamos la caída de las Torres Gemelas, donde casi
todos, turistas, habíamos estado alguna vez, en aquellos
ascensores que se tragaban los pisos de diez en diez. Que no me
digan ahora que nuestra Policía no encuentra un coche con
explosivos cruzando media España, cuando ni el Pentágono, ni
la CIA ni FBI se enteraron de nada.
Lo peor, este sentido del terror de la Historia o de la
historia del terror. Ningún guerrero se despidió de su mujer
diciendo que se iba a la Guerra de los Treinta Años. Ningún
ciudadano romano supo que comenzaba la Edad Media cuando
apareció por las puertas el primer bárbaro del Norte.
Nosotros, ahora, sí tenemos constancia de que ha comenzado un
tiempo nuevo, quizá otro periodo más de la Historia, otra
Edad, como la Contemporánea comenzó con la Revolución
Francesa.
Y lo peor de lo peor, esos palestinos en su algarabía de
contento tras el terror y la masacre. Las Torres Gemelas ardían
donde el Indice Dow Jones, lejos. El Pentágono humeaba en
Washington, lejos. A pesar de la virtual cercanía mediática,
de las radios echando humo, de TVE conectada a la CNN, todos
estos horrores quedaban muy lejos. Pero la alegría de venganza
de esos palestinos que pegaban saltos de alegría sobre tanto
terror y tanta sangre, ay, ésa sí la conocemos. Es la misma
que en las cárceles españolas descorcha champán tras la
sangre.
Malditos sean.
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