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El Recuadro   

 Antonio Burgos
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El Mundo,  viernes 15 de noviembre del 2002

  ¿QUIÉN HACE ESTO?    Abel Infanzón de hoynewchico.gif (899 bytes)          


ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los gatos de Setién Anécdotas de Romero Murube

Joaquín Romero Murube era un exquisito poeta de la desconocida Serie B de la Generación del 27 y un gran escritor de periódicos, cuya obra apenas es valorada en España por causa de su fidelidad a la tierra sevillana, donde fue un solitario luchador contra la destrucción del patrimonio histórico desde su soledad de alcaide del Alcázar. En una versión meridional del "Mariano de Cavia", en el ABC han dado su nombre a un premio periodístico que este año ha ganado otro poeta, casi colombroño de Joaquín Romero Murube: Joaquín Caro Romero. Y en su discurso de la cena de entrega del premio, Caro Romero contó una versión de un lance de humor en torno al autor de "Tierra y canción" y otros olvidados libros, como "Pueblo lejano", que es un "Ocnos" con zahones, con olivares en lugar de magnolios y retranca marismeña en vez de indolencia enganchada a la inglesa. Aunque Caro Romero la narró de otra forma, puedo fijar para la historia la versión exacta de la leyenda de los gatos de Romero Murube, porque el hecho ocurrió en mi barrio, en la Puerta del Arenal, donde a la guasa de Sevilla le llega por el río la gracia de Cádiz.

En la ciudad era conocida la mordacidad cruzada con mala leche de Romero Murube. Y una noche de verano que iba a cenar al aire libre en unos veladores con unos amigos, se acercó el poeta a comprar pescado a la freiduría del Arenal. Como eran varios los comensales, pidió dos kilos de pescada, otro de chocos, medio de acedías, más los rábanos y roscas de ritual. Y un vecino del barrio que también comprando pescado frito estaba, en viendo los papelones que sacaba el poeta de la freiduría, le dijo:

-- Don Joaquín, ¿usted ve la cantidad de pescado que lleva usted ahí? Pues poco es para darle de comer a los gatos que tiene usted en la barriga.

Estaba Caro Romero contando su versión del lance y yo me acordaba de España. Si los papelones que sacaba Romero Murube de la freiduría de mi barrio pocos eran para los gatos de su barriga, imagínense si a Setién, el asesor de Ibarreche en asuntos políticos, le gustara el pescado frito en vez de al pil-pil. Entonces no digo yo los peroles enteros de la freiduría del Arenal: las capturas todas de un año de campaña de Pescanova necesitaríamos. Se agotaría el banco sahariano y acabaríamos con los caladeros del Gran Sol. Si aquel parroquiano de mi barrio que le dijo aquello a Romero Murube hubiera conocido a Setién, seguro que habría sentenciado: "Ese tiene en la barriga gatos por estrenar..." (Por eso lo ha contratado Ibarreche, para que los estrene.)

Sobre Joaquín Caro Romero, en El RedCuadro

La venganza de Laffón 

Sobre Monseñor Setién, en El RedCuadro:

Silogismos sobre Setién 
Aparte del problema vasco está el Problema Setién
Sin Setién
Obispos como árbitros
El setienazo de Yanes

Sobre Romero Murube, en El RedCuadro:

Carta a Romero Murube
Un Volkswagen en el Alcázar
Los cielos que hallamos

Anécdotas de Joaquín Romero Murube, contadas por Joaquín Caro Romero (tomado de ABC de Sevilla, "Cena en la Casa de ABC de Sevilla con motivo de la entrega del premio «Joaquín Romero Murube» "14/11/2002)

En su intervención, Joaquín Caro Romero, expresó su gratitud a los presentes «y también a algunos ausentes como la ministra de Cultura y el secretario de Estado de Cultura, que me expresaron sus congratulaciones».

Recordó a continuación que entró en ABC «a mis veintiún años de la mano de Romero Murube. Mis primeros artículos empezaron a ver la luz aquí por intercesión suya, a la que se unía la hospitalidad de esta Casa por los valores jóvenes. El veía en mí, antes que al discípulo, al hijo que no tuvo. Y miren por dónde hasta me casé con la hija de un lejano familiar del maestro, de cuyo espíritu me siento, dentro de mi insignificancia, heredero. El próximo viernes hará treinta y tres años que le  di mi último adiós o mi adiós provisional. Cuánto Joaquín y cuánto Romero hubo entre nosotros. El nombre, el apellido, las inclinaciones cultivadas y los afectos compartidos unificaban nuestras identidades, en una conexión de plena confianza. En repetidas ocasiones llegaban cartas y libros a mi domicilio, no a mi nombre, sino al suyo. Yo se lo contaba a él y nos divertíamos con el trueque de personalidades. El Martes Santo de 1993 apareció en ABC de Sevilla un artículo con su firma. Lo había escrito yo, pero el subconsciente del teclista dictó su rúbrica. Como diría Borges, «el otro, el mismo». No era la primera vez, ni sería la última, que confundían al discípulo con el maestro. En una lectura poética que yo ofrecí en Madrid semanas antes de su muerte, unas escritoras que le admiraban -María Alfaro y Carmen Bravo-Villasante- fueron a escuchar al otro Joaquín y se encontraron con el sobrino de Dorian Gray».

Caro Romero salpicó su discurso con anécdotas como la del  colega de generación de Romero Murube, «que le tenía más temor que cariño, censuraba sus heterodoxos comportamientos, como cuando a mitad de los años cuarenta publicó Adonais su «Kasida del olvido». Al recibir el paquete con los primeros ejemplares del libro que le correspondían como autor, don Joaquín se reunió con unos amigos en el Alcázar y la velada se convirtió en lo que tenía que convertirse, en un ágape surrealista, dada la calidad y el ingenio de los invitados y del invitador. Empezaron los contertulios a tapear y, sobre todo, a beber más de la cuenta. Y, para que las musas no se quedaran sedientas ni hambrientas, no se le ocurrió otra cosa al imaginativo anfitrión, con la complicidad de los oficiantes en la ceremonia, que convertir los libros recién llegados en imprevistos sandwichs variados de papel, introduciendo entre sus páginas exquisitas lonchas de jamón, queso, chorizo y otros embutidos. ¿Cómo celebrar mejor la publicación de un libro de versos que comiéndoselo con una sabrosa guarnición? ¿A qué esperar, a que los profanasen las polillas y los roedores en el almacen del editor o del librero? Se comieron materialmente los libros: setenta finas páginas, encuadernadas en rústica, de un formato 11 por 15, deben tragarse sin martirio. Aquellos ilustres antropófagos de la cultura resucitaron el espíritu de los ismos de los años veinte en la miseria de la posguerra, como un inusitado estrambote de la célebre cena de las barbas organizada por el grupo «Mediodía», que recuperaba un gesto de ruptura vanguardista protagonizado por un poeta ya cuarentón, pero cuya edad biológica se diferenciaba estando por debajo de la lozanía de la edad temática de su acción».

Destacó también el talante escéptico, burlón y austero de  Romero Murube «que enmascaraba su dolor con la elegancia de los elegidos. El dolor por los cielos que iba perdiendo. El sabía que el gran «negocio» era conservar Sevilla, no destruirla, pero no le quisieron escuchar. El tiempo le ha dado la razón, porque la Sevilla de Romero Murube se fue con él para siempre. Ya no hay nada que salvar. De él se cuentan anécdotas en distintas versiones que tienen más visos de ficción que de realidad, como la que relata su llegada una noche, ya de recogida, al Alcázar, y un guarda le preguntó si se sentía mal al verlo bajarse de su Volswagen negro con una mano en el estómago en opresión de fastidio napoleónico.
 -No me encuentro bien -dicen que respondió-, porque he estado con unos amigos tomando copas y me he comido, por lo menos, dos kilos de pescado.

 El guarda le soltó esta impertinencia:
 -¿Dos kilos nada más? No es mucho pescao pa los gatos que tiene usté en la barriga, don Joaquín.

«Fue un hombre polémico en la Sevilla de su tiempo y ello le acarreó no pocos problemas. Servir con el amor, la verdad y la independencia a la tierra de uno no siempre es bien entendido ni correspondido. Se dice que Sevilla hace a sus hombre y luego los aburre. Desde unas libertades que ayer no se tenían cuesta imaginarse hoy que Joaquín Romero Murube, católico, apostólico y romano de la ciudad de Sevilla y pregonero de su Semana Santa en 1944, estuviera a punto de ser excomulgado en 1949 por el cardenal Segura a causa de un artículo que publicó en este ABC.»

«Se casó con una prima suya. Era un hombre que despertaba la admiración, la simpatía, el afecto y la curiosidad de las mujeres, porque las mujeres se sienten más atraídas por el hombre interesante que por el guapo. Sabido es que ligaba más el feo Chateaubriand que el lindo Stendhal. Las mujeres y la literatura nos daban muchos temas de conversación, como si no nos separasen la experiencia y los años. El y yo, como Rubén Darío, pensábamos que «la mejor musa es la de carne y hueso».

«Un día, paseando juntos por los jardines del Alcázar, se le acercó una turista a preguntarle algo y él le contestó en inglés. Yo, sorprendido, porque nunca antes le había escuchado hablar en inglés, le pregunté:
 -Don Joaquín, ¿dónde aprendió usted el inglés?
 Y don Joaquín, muy serio, muy digno, sin titubear, con su afiladísimo sentido del humor y reprimiéndose la ternura, me dijo:

-En la cama.

 Yo no sé quién fue la profesora de inglés de don Joaquín, pero sí sé cuál era la de francés. Fue la que tradujo en 1953 una antología poética suya que tituló «Silences d´Andalousie» y en 1958 «Village lointain», un libro de la estirpe de «Ocnos». Era madame la Granduille, que utilizaba el seudónimo de Ana Arroyo. Un día me la presentó. Ella fue la que nos hizo la última foto juntos meses antes de la pérdida del políglota sultán del Alcázar. Al morir éste mantuve correspondencia epistolar con aquella culta dama que le enseñó francés. De las profesoras de alemán e italiano, si las tuvo, yo no tengo noticias».


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