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Lo
que faltaba. Hasta los que defienden el habla andaluza caen en
la trampa de ponerle siglas y motes. Para Dámaso Alonso, el XX
era el siglo de las siglas, y el XXI lleva las mismas trazas.
¿Saben cómo llaman algunos dialectólogos a nuestra bendita
habla? Pues la MLA: Modalidad Lingüística Andaluza. Eso de MLA
suena a tren y a estación, a factor con el gorro colorado, el
pito y la bandera. MLA suena a MZA, el acrónimo de
Madrid-Zaragoza-Alicante, la red ferroviaria que construyó la
estación de la Plaza de Armas, donde la ladrillería neomudéjar
aún pregona sus siglas; como los trenes de la competencia, los
Ferrocarriles Andaluces, levantaron la de San Bernardo. La MLA
es como la MZA de los Trenes Baratos del Habla Andaluza. Que
tiene defensores en la fiel infantería de los hablantes. Me
encontré uno la otra tarde, junto a la Capillita de San José, en
el bar de la Casa de Soria, abierta a la calle (Jovellanos) para
el rito de la merienda. En esta Sevilla que, salvo Ochoa y Nova
Roma, se ha quedado sin salones de merendar, que ya no puedes ir
ni a la cafetería de Galerías a tomarte unas tortitas con nata a
la madrileña.
La Casa de Soria es de los pocos sitios de Sevilla que dan
calentitos mañana y tarde. Donde se puede merendar un chocolate
con calentitos, como en un anticipo de las claras del día de la
Madrugada de Dios. Hay más sitios. Sitio con cola para coger
mesa hay en la calle Oriente, en la cafetería del hotel Virgen
del Reyes, que es como un anticipo de las claras del día de la
Feria, con el chocolate con el nombre de la Patrona. Y en una
esquina de la calle Virgen de Luján, la chocolatería de igual
nombre también da calentitos por la tarde. Hablo de calentitos
propiamente dichos: ruedas con sus dos palos y su perol de
reglamento, no esos redondelitos de papa congelados, como de
plástico, que fríen en algunos bares. Igual que en los
calentitos mañaneros hay escuelas, de Arco a Arco, y hay quien
defiende la supremacía del Postigo y quién la Macarena con el
puesto de la calle Andueza, en materia calentera vespertina no
hay color. Los mejores los fríen en Jovellanos, junto a la
Capillita, donde Iñaki Gabilondo se trae a todo el polanquerío
de Madrid para que los prueben y convertidos queden a la fe del
caliente sevillano.
Y allí, en la Casa de Soria, está el mayor defensor del habla
sevillana que he visto. Estaba la otra tarde, con mi bandeja de
calentitos por delante, en la barra, cuando llegó una señora de
las que allí paran a merendar con las amigas y dijo la palabra
maldita, la voz invasora: churro. La señora pidió:
-Media de churros.
Pero el meritísimo defensor del habla andaluza, de la propiedad
de sus voces y de los calientes sevillanos, al ordenar la
comanda a la cocina a través del torno, hizo la perfecta
traducción simultánea:
-Que sea media más de calentitos.
Ole. No sin complacencia, felicité al glorioso traductor:
-Es usted de los pocos que en Sevilla sigue llamando calentitos
a los calientes.
Y me dio toda una lección de geografía calentera:
-A la masa frita se le da el nombre según el sitio, como le
explico a Gabilondo cada vez que viene por aquí. En Madrid están
los churros y las porras, que no tienen nada que ver con lo
nuestro. Y en Cádiz están los churros, los churros de La Guapa
que usted conoce. Como en Córdoba y en Granada están los
tejeringos, y en otros sitios, tallos, jeringos, cogombros,
frutajeringa o mamandungo. La gente, ya sabe usted, que le ha
dado por decir churros... Pero aquí seguimos friendo calentitos,
¡qué churros ni churros!
Gloria, pues, en la excelsa tarde de merienda junto a la
Capillita, a un esforzado defensor de sevillanías que no comete
el churro imperdonable de llamar churros a los calentitos.
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