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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Alejandrinos para Juan y Ramón

En la vieja Sevilla de Césares y Hércules,
de corazas de armaos sin Pelaos ni Mellis,
centuria verdadera de aquel siglo en que Cristo
obrara su milagro del cazón en adobo,
que con mitad del cuarto llenó cien freidurías...
En la vieja Sevilla de mármoles de Venus,
de fustes de Alameda y de Hombres de Piedra,
tenían por costumbre venerar en la casa,
en el patio de fuente, de quencias y pilistras,
las estatuas queridas de lares y penates,
los dioses familiares de aquellos que se fueron.
Los lares y penates de aquellos sevillanos
les seguían guiando sus pasos por la vida
desde aquella hornacina del patio que pisaron.
En este Martes viejo de Lonja y de Jardines,
este Martes que lleva un nombre de aguardiente
destilado en la jara de Higuera de la Sierra,
los lares y penates a Híspalis retornan,
la Roma de un Senatus con marchas y tambores,
en donde las legiones de cirios nazarenos
batallan contra el tiempo y vencen a la muerte.
Los lares y penates de viejos sevillanos
regresan este día a ponerse su túnica
y a seguir con un cirio a un Cristo o una Virgen,
quizá con una vara de plata y presidencia.
Sostengo que a Sevilla cada año retornan
aquellos que se fueron dejándonos su rito.
Yo sé que Juan Carrero salió anoche en Las Penas:
llevaba la grandeza del trabajo constante
en anales de cera goteando en sus manos.
Y sé que el Jueves Santo, cuando sean las doce,
llegará a San Lorenzo, qué camino más corto,
el viejo nazareno que porta una bocina
y escribe la memoria de sus años triunfales.
Su papeleta pone: «Enrique Esquivias Franco».
Por esas mismas leyes de lares nazarenos,
de penates romanos con su sarga y su esparto,
hoy que es este Martes de Lonja y de Jardines
irá Ramón Ybarra con su vara dorada,
su sonrisa de plata, sus ojos tan de Feria,
su porte caballero, primitiva elegancia
de quien hace las cosas porque tiene que hacerlas.
Y cuando un Catedrático que explica Buena Muerte
atraviese esta tarde el sol por el Postigo,
yo sé que un estudiante de Derecho, Juan Moya,
irá por calle Arfe con su túnica negra.
O es antes todavía, es quizás niño acólito
de talega de incienso, al que queda muy lejos
esa vara dorada y el pregón de su padre.
Me lo dicen los lirios del monte de ese paso;
la caoba lo dice, lo dicen los hachones,
lo sabe el diputado del tramo de la ausencia,
que ya ha pasado lista a todos los que vuelven.
La vieja cofradía retorna por Laraña,
y luego en la estrechura de noche y Placentines
con sus brazos el Cristo nos ataja la calle
por la que ya no pasa la vida como entonces.
El día que se fueron llevaban de mortaja
la túnica del Martes al que ahora regresan.
Juan llevaba su esparto, su escudo, su medalla,
ruán negro de promesa, de cruces y aprobados.
Y Ramón de ese blanco Candelaria, limpísimo,
un blanco de jardines, de Virgen por la noche,
de flor de los naranjos y sonrisa del alma,
haciendo cofradía, arreglando problemas,
enseñando Sevilla al amigo de fuera,
o enseñando concordias en las riñas de dentro.
Para Juan, el silencio del lirio en el Alcázar,
y a Ramón, bamboleos de caídas de palio
cuando suenan las marchas y se oye la saeta,
cuando pasa la Virgen por la plaza que estrena
su nombre en azulejos del blanco de Las Nieves.
Para Juan son los lirios, Ramón paga las flores
que trae Pape el Planeta con Perico Chicote,
y forman la corona de la gloria infinita,
para estos nazarenos cercanos que regresan,
los lares y penates que a la vida retornan.
Hoy vuelven con la túnica que fuera su mortaja.

 

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