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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Me pido la Sevilla de Florencia

 
ME encanta vivir en Sevilla, y suelo decir que no hay guardia civil suficiente como sacarme de aquí: Portugal tendría que mandar refuerzos de guardiñas para lograr el propósito de trasterrarme. Aunque haya que pagar el que suelo comentar con otros dos que tampoco se van por nada del mundo, con José Víctor y con José Luis, Victorio y Lucchino, quienes coinciden conmigo en que los que no hemos querido irnos a trepar y a ganar dinero facilón en Madrid tenemos encima que pagar el IVA, el «Impuesto por Vecindad en Andalucía», con sus impresos trimestrales de la envidia que hay que soportar, las cobardías que hay que padecer y las falsedades que hay descubrir. Mas a pesar de todos esos pesares, Sevilla merece estas penas y alegrías del amor, por decirlo con título de libro de poemas Rafael de León. Cuyo centenario, por cierto, está al caer y nosotros con estos pelos, con estos tradicionales olvidos, que esto sí que es una tradición: cómo Sevilla ignora a sus mejores hijos.
Pero si me encanta vivir en la Sevilla de verdad, en la de los problemas, o en la de los sueños que quizá no exista más en el teclado de mi ordenata, más me gustaría ser vecino de la Sevilla que se han inventado en Florencia. Esa sí que es bonita, la Sevilla que se han inventado en Florencia. Ni los viajeros románticos en sus relatos o en las obras que dieron pie a los libretos de las óperas del ciclo que tan bien se conocer Jacobo Cortines se inventaron una ciudad de ficción tan hermosa y perfecta como la que han levantado en Florencia. En Florencia no han escuchado la última verdad proclamada en su Tertulia del Coliseo por el profesor don Manuel Olivencia: «Lo de Sevilla no es la construcción de un sueño, es la destrucción de una realidad». Claro, como los vídeos que les han mandado reflejan todos la construcción del sueño y no tienen la menor información sobre la destrucción de la realidad, pues en Florencia quieren tomar como modelo a Sevilla. A efectos de tranvía especialmente. A mí me gustaría vivir en esa Sevilla que dicen los florentinos. No los florentinos que fueron presidentes del Real Madrid y ahora están con el agua al cuello inmobiliario, sino los florentinos de Florencia. Los florentinos de Florencia se olvidan de la ciudad de Florentino Pérez Embid, pongo por caso, y dicen que los sevillanos estamos encantados con el tranvía. Vamos, que tenemos callos en las manos de aplaudir que el tranvía pase junto a la Catedral, y que en el mejor cahíz de tierra del cronista hayan puesto esas catenarias tan líricas que mire usted cómo se me erizan los vellos de emoción nada más evocarlas...
¿Pero saben los de Florencia lo que son las catenarias, y han mirado los de Florencia la Giralda desde la Puerta de Correos, con esas catenarias delante y esa parada de acero inoxidable, igualita de Magefesa que cierto famoso báculo? ¿Por qué nos tomarán los florentinos a los sevillanos, cuando lleguen allí con las catenarias y siembren toda la Plaza de la Señoría, y pasen los tranvías con los anuncios de la Cajasol de allí haciendo temblar las vidrieras del Duomo, y llenen el Ponte Vechhio de farolas diseñadas por Alberto Corazón, que son de «corazón, por qué diseñas estos mamarrachos de farolas»?
Los habitantes de Florencia deberían ser advertidos de la que se les viene encima como quieran copiar a Sevilla. Si de verdad quieren ser como Sevilla, de momento tienen que buscarse a un tío con una pipa que con 25.772 votos sea el que mande en la ciudad y tenga al Síndaco, que es como allí se le llama al alcalde, cogido por los ya me entiendes. De momento tienen que montar una factoría de facturas falsas. Tienen que poner la Plaza de la Señoría como la Puerta Jerez; sin Fuente de los Meones, pero con el mismo surtido de farolas y bancos de Ikea. Y más cosas. Tienen que llenar la ciudad de monumentos, modelo Lladró o modelo falla infantil, como el que han dedicado a los alfareros de Triana junto al Callejón de la Inquisición. Que más que un monumento parece el tablón de anuncios del corcho de la pared del supermercado, donde las tatas ecuatorianas ponen los papelitos para buscar casa y donde siempre hay quien vende un traje de flamenca o una bicicleta de montaña. Vamos, como que estoy por ir al monumento al Alfarero de Triana y poner mi anuncio. Por soleares, naturalmente: «A buen precio, de regalo,/vendo túnica de niño/pá salir en San Gonzalo».
 
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