ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Niños del Cristina

«Nunca te vimos jugar en Cristina, ni montado en los triciclos, ni comprando chufas en un cucurucho de papel liado a mano en el puesto de Juanito. Ni huyendo a refugiarte a la casetilla del guarda, pintada de verde, cuando alguna vaquilla de las que eran conducidas al Matadero se salía de la manada al desembocar del puente y se metía por los Jardines presintiendo su verdor. Como mobiliario de la caseta, una silla de chapa que había sido plegable alguna vez, marcada con tres letras, «EIA» (Exposición Ibero Americana), taladradas en el respaldo, justo donde Quidiello marcaba su nombre con letras de plantilla en las de enea de la Carrera Oficial; un búcaro en un platito, junto a la puerta, y un gancho para colgar el sombrero de ala ancha con una escarapela blanca y verde. No te vimos jugar con los Carretero, de la calle San Gregorio; ni con los Luna Tobarra, del Arquillo; ni con los Sierra, de la Gavidia; ni con las hermanas Mari Carmen y Ana Rosa, de Antonia Díaz; ni con los Martín Calleja, del mismo Cristo Rey y de la misma calle Castilla que Vicente Flores. Ni con Mari Carmen Moya, de la Contratación; ni con Vicente Lleó, de la Aurora; ni con los tres hermanos Haro, que vivían en la casa de ladrillo rojo frente al árbol de la gasolina, encima de la Ford; ni con Andrés Jesús Martín Martín y su prima Anamari, de Tomás de Ybarra; ni con Julio Estalella, que vivía encima de Iberia en Almirante Lobo.

»No te vimos correr a ver abrirse el puente de San Telmo: tras los toques de sirena del buque “pidiendo puente” comenzaba a sonar la campanita de la caseta de máquinas para cortar el paso; luego las hojas se levantaban y pasaba el barco majestuosamente con un humo negro que daba gloria respirarlo; pasado el barco las hojas se cerraban. No te vimos saltar sobre ellas antes de que hubiesen encajado del todo en horizontal: el desafío era sentir en los pies el retumbar de la estructura cuando encajaba. Claro, si no oíste desde Cristina los toques de pedir paso de los barcos, replicados por el remolcador en señal de confirmación, tampoco podrías identificar lo que eran esos pitos de barco, alguna madrugada de invierno, metido en la cama tapado con el embozo hasta las orejas.

»Tampoco te vimos cruzar corriendo para ver la humareda fatigosa de la locomotora del Puerto arrastrando una docena de vagones cisterna camino de la estación de Plaza de Armas para llevar a ella a formar los trenes que distribuirían gasolina desde los tanques de Campsa en el muelle a Mérida, Cáceres y Salamanca; correr para ver cómo se perdía su penacho al pasar bajo el puente y cómo volvía a aparecer ya por la caseta del Fielato.

»Tampoco te vimos estar para recibir a los primeros niños que llegaron de Los Remedios: los Vázquez, de Monte Carmelo, y Núñez, de República Argentina; ni ver a los primeros niños que eran recogidos por los padres, caída ya la tarde, en ¡coche!: Seat 1400 o Renault 4-4. Tampoco te vimos mirando los renqueantes y tambaleantes motores Saurer Diesel de los autobuses de San Juan, esperando la hora de salir en su parada frente al Seminario, con el capó abierto en esas tardes de 40 grados, motores que no se podía parar durante el estacionamiento so pena de no poder volverlos a arrancar cuando hubiera que partir; los mismos autobuses que ya con el capó cerrado servían para ir a Nervión desde el Ayuntamiento, por la plaza de San Francisco, los domingos de invierno que jugaba el Sevilla de Arza...» (Ea, pues vamos a estampillar gracias a tu memoria, José Luis Burgos de la Maza, a todos los viejos niños de Sevilla como compañeros de nuestros juegos y sueños en los Jardines de Cristina...)

LOS JARDINES DE CRISTINA EN EL RECUADRO:

Postal del Cristina [19/6/11] 
Más Cristina [27/6/11] 

 

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