ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


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ABC, 22 de noviembre de 2013
 
Kennedy era un facha
 
     Eran años de Derecho Romano, de Orts Llorca, de Aguado Bleye. Años de los últimos tranvías y los primeros Pegasos. De tardes de baile en el Turín de la calle Asunción y de noches de acompañar a una niña a la residencia de las Damas Catequistas de Ximénez de Enciso antes de que a las 10 cerraran la puerta. Como una canción de Serrat, el amor sólo era posible antes de que diesen las diez. Que para nosotros daban en una Catedral de don José Sebastián Bandarán con la Virgen de sus reyes y de don Rufino Villalobos diciendo la misa de 1 los domingos en un Trascoro donde las sillas de enea que se cogían en la capilla de Maracaibo aún pisaban las carabelas que navegaban en el mármol de la tumba de Hernando Colón.

Eran años de "Literatura siglo XX y Cristianismo" de Charles Moeller, de "La peste" de Camus. Años de cine club en Radio Vida y de "Cahiers du Cinema" diseccionando una película de Alain Robbe-Grillet. Años de fábricas del Polo de Desarrollo de Alcalá, de la Celulosa de Huelva, en que el No-Do empezaba a dejar paso a la redonda bola del mundo del telediario de las 3. Años de Franz Johan en las galas del sábado, de una falsa Giralda de Sevilla en la Kansas City que dio nombre a la autopista de San Pablo. Años del Caravelle y del Talgo a Madrid, del ferrobús a Utrera, de Primeros de Mayo disfrazados de San José Obrero en el Cine Emperador por Eduardo Saboreado y los chicos de la HOAC. Eran años en que el régimen se iba diluyendo en sí mismo como un cortadillo de Estuchados Antoñín en un café servido en la reluciente barra de un Gran Britz de toreros y de clac del teatro de San Fernando de las revistas de Gracia Imperio, "4, gravemente peligrosa".

No eran en absoluto, como han hecho creer, años negros. Ni grises. Eran años en color. Ferraniacolor de Cifesa, con Jorge Mistral y Carmen Sevilla. Años de esperar que escampara. De esperar que amaneciera. Aunque por la radio de cretona seguían cantando "que en España empieza a amanecer", para nosotros era otra el alba que esperábamos. Para nosotros aún no habían llegado las claras del día de las libertades, de los periódicos sin censura, sin Ruedo Ibérico de contrabando en la Librería Blanco. Esperábamos el amanecer de la democracia, con una Universidad sin carné del SEU y con una Monarquía Parlamentaria como la que cada domingo soñábamos en la Casa de Pilatos con las conferencias del Círculo Balmes.

Y a aquel amanecer le habíamos puesto tres nombres y tres ciudades: Estoril, Roma y Washington. Tres Juanes para nuestras esperanzas. En Estoril, Juan III. En Roma, Juan XIII. En Washington, John Fitzgerald Kennedy. Don Juan no pudo nunca venir a España con aquel 3 en números romanos tras su nombre. El Papa Juan se nos murió. A Kennedy nos lo mataron. Todos los que vivimos aquellos deseos de cambio, de aperturas, de libertad, nos acordamos perfectamente de cuándo nos enteramos de que Juan XXIII había muerto. Como hoy, 22 de noviembre, recordamos como si fuera ahora mismo qué estábamos haciendo y dónde tal día como hoy de 1963 cuando nos dijeron que a Kennedy lo habían matado en Dallas, con el disparo de un francotirador desde la ventana de una biblioteca. A todos nos habían matado la esperanza de no tener miedo al miedo ante la Puerta de Brandenburgo o ante la Brigada Social. Queríamos para España un Kennedy, que era católico como nosotros y demócrata como nosotros, frente a Nixon, que era como del Movimiento, como del diario "Arriba" o de Radio Nacional, y que había perdido las elecciones por llevar unos calcetines horrorosos.

Pasados los años, ahora nos dicen que aquel Kennedy de las esperanzas de toda una generación no era tal como soñábamos, que era un conservador que metió a Estados Unidos en la locura del Vietnam. Nos dicen poco menos que Kennedy era un facha. Aproximadamente como todos los fachas que entonces creíamos que íbamos a traer a España la democracia de Kennedy oyendo por la noche Radio París y suscribiéndonos a "Cuadernos para el Diálogo".

 

 

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