ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


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ABC, 1 de diciembre de 2013
                                
Un dios sin edad
 
   Yo imagino una plaza con ochenta capotes, mecidos por las manos que pararon el tiempo una tarde en Granada que aún no ha terminado. Que quedaron parados los relojes entonces y el agua de las fuentes que lloran en la Alhambra cuentan que se detuvo para ver el prodigio. Son ochenta capotes más breves que la vida, recogidos, con vuelos sedosos de armonía, que aquellas dos muñecas desde entonces los mecen en la cuna del tiempo que en ellos no ha pasado. El capote de Curro es un reloj de arena, es un reloj de albero de cintura apretada que no marca los años, pues marca perfecciones, que en la memoria siguen tan vivas como entonces.

Yo imagino una plaza de ochenta paseíllos, que hay quien mide los pasos que, alados, dan los dioses, liados en la seda bordada de un capote, la montera ceñida al hilo de las cejas, y el compás, despacito, todo es siempre despacio, con buena letra escribe el Faraón la historia. Templando, todo lento, el tiempo y la belleza, esa media verónica que seguimos soñando y que aún permanece, que aún no ha terminado, porque ha enganchado al toro en la Puerta del Príncipe, y, pim, pam, despacito, lance a lance lo lleva su patalante firme que enseña femorales a la segunda raya, y sigue descubriendo los terrenos ganados a la mar de los miedos, y ya va con el toro por la boca de riego, y ahora, al rematarlo, por poco me lo deja en la Contaduría de la calle Adriano.

No exagero, señores, porque nunca exagera el corazón que siente el paso de este tiempo que plantó sus ochenta capotes en el ruedo, sus ochenta muletas, ochenta ensoñaciones de un debú que esta tarde volveremos a verlo. Al huerto de melones han venido a avisarle: que se cayó Mondeño del cartel del domingo y te han puesto, Francisco, por fin, en tu Sevilla. Y sabía un novillo de Benítez Cubero, "Radiador" era el nombre, que pasaba a la historia cual toro de San Lucas con que arranca el capítulo de este nuevo evangelio del toreo de siempre que nos gusta en Sevilla: el de Juan, de Chicuelo, de Pepín, de aquel seise que nació en San Bernardo y en la Puerta La Carne despachaba la gloria de un cartuchopescao.

Es falso lo que cuentan. Aún no ha debutado. Estamos esperando que siembre sus melones, despacio, despacito, en un huerto de Camas, el que Curro le dicen, el chiquillo de Andrea, el que a Queipo cochinos guardaba en el cortijo que por ganar la guerra le regaló Sevilla. Es que siempre Sevilla regala bendiciones. A Queipo aquel cortijo del chaval de las vacas, de haces de lentisco, de ovejas y cochinos, y a nosotros la suerte de soñar el toreo con este que debuta el domingo en Sevilla y que está debutando aún en la memoria, que la tarde es lluviosa, tiró las zapatillas, sus dos plantas se asientan en la tierra tartésica y aparece de nuevo el oro de un tesoro, ¿Carambolo se llama? ¡Qué va! Se llama Curro el tesoro escondido que Gambogaz guardaba, que estaba en la botica y en una bicicleta buscando tentaderos con El Pío y con Vargas.

No ha nacido "Soneto", "Flautino" no ha nacido, ni ha parido una vaca en casa de Garzón el toro que una tarde en Las Ventas dijera: "Esta es, madrileños, la Verdad del Toreo, lo que Sevilla entiende por perfecta armonía, por lentitud y hondura, por belleza y por arte". No han salido en Sevilla los seis toros de Urquijo de la Ascensión gloriosa del toreo a los cielos azules de vencejos que bajan a la plaza a ver este capote que se mece de un modo que evoca bambalinas de algún paso de palio, repelucos del alma de lo nuestro más hondo, que el óle que se escucha se mezcla en el recuerdo con un "ay" de saeta que suena a Manuel Torre.

Así que finalmente, señores, certifico, que aunque ochenta capotes imaginé en la plaza, ese sueño tan nuestro aún no ha comenzado. Los dioses sevillanos o los dioses de Roma, dioses en este caso del Faraón de Egipto, no cumplen nunca años: la belleza es eterna, la armonía es tan lenta que nunca pasa el tiempo. Este Curro el de Andrea, mancebo de botica, aún no ha escrito la historia que ya estamos soñando. Son ochenta capotes del tiempo detenido. Los dioses del Olimpo sé que no cumplen años. Y menos un dios nuestro que se llama Romero.

 

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