ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


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ABC,  16 de diciembre de 2013
                                
 
Azoteas con derecho a Giralda
 
  Cuando por el verano voy a una nocturna sin picadores en la plaza de los toros, le digo al taquillero, que suele poner cara de sorpresa:

-- Déme usted una sombra alta de las gradas impares con derecho a Giralda...

Les recomiendo ese sitio de la plaza. Tanto de noche como de día. Si va usted allí a los toros, tiene la seguridad de contemplar la mejor y más segura faena que siempre se hace en el ruedo del Arenal: la Catedral, con la Giralda coronando cresterías y arbotantes, aparece recortada sobre los tejados de los tendidos de sol. Impresionante. Perfecta.

Pues bien, esa visión nocturna de la Catedral iluminada, que no se cansa uno de mirarla, como a una mujer amada, de lo bonita que es y que está, ya se puede descubrir en muchos más sitios que no son una sombra alta con derecho a Giralda. Sevilla, señores, ha descubierto la belleza única de la contemplación nocturna de la Catedral desde las azoteas. A las que ahora llaman terrazas. No, mire usted: una azotea es una azotea y una terraza es otra cosa. Una terraza es un sitio de la calle donde Zoido deja que pongan siete mil millones de veladores, eso ha sido siempre una terraza en Sevilla: la terraza de La Campana, la terraza del Bilindo...

La otra noche asistimos a la gozosa recuperación de la azotea del Cortinglés del Duque. Fernando Murube Ricart nos invitó a la inauguración de lo que han puesto allí. Lo que está de tan moda.

-- ¿Un Outlet?

-- No, lo otro, un Gourmet.

El Cortinglés inauguraba su "Gourmet Experience", que es, ¿cómo les diría yo? Como las exquisiteces que vende mi ahijada María Trifón en La Flor de Toranzo, pero a lo bestia. Vengan estanterías de "delicatessen"... Porque hay que reconocer que esto de los ultramarinos-gurmés lo inventó en Sevilla el inolvidable Trifón y lo continuó luego su hijo Rogelio. Y junto a la venta de exquisiteces, los rinconcitos dedicados al tapeo. "Córner" lo llaman, pero no les vi el banderín por ninguna parte. De los que les recomiendo el maravilloso donde Mercedes la de Egaña pone la mejor tortilla de cebolla del imperio sevillano y su chistorra de toda la vida. Y junto a los arrendados rinconcitos (Rinconcillo es otra cosa) de los córneres del tapeo y el copeo, con Los 100 Montaditos incluidos, la que llaman terraza. Vamos, ¡la azotea del Cortinglés de toda la vida! La que estaba tras las cristaleras del restaurante, usada para los aparatos del aire acondicionado. ¡Qué maravilla de vista de la Catedral desde allí arriba! Por la fachada más desconocida de la Magna Hispalense, cual la norte, la menos retratada. (Por la noche, ojo; de día sólo se ven azoteas cochambrosas y antenas de televisión.)

El Cortinglés ha seguido la hostelera corriente de rescatar las azoteas para la contemplación catedralicia. Hay que reconocer que igual que fue Trifón padre el que inventó los gurmés, fue Jesús Quintero quien descubrió que era una pena tener las azoteas para lo que Sevilla solia y suele: para lavadero, dormitorio de las tatas o tendedero. En el bar de Placentines que ahora es de Robles, El Loco nos descubrió la belleza de la Catedral contemplada desde una azotea, una mira o una contramira, que son las gradaciones de las alturas de las casas de esta Sevilla que suprimió las cubiertas a dos o cuatro aguas para hacer unas azoteas a las que nadie le sacaba partido. Pienso ahora en la azotea del Hotel Inglaterra, en la del Hotel La Rábida, en la de Los Seises, en la del hotel del negro en la puerta de la calle Alemanes... Bendita recuperación de las azoteas de Sevilla. No había derecho a que las azoteas sevillanas con derecho a Giralda no se usaran para el hermoso menester de contemplar la Catedral de noche. (Aunque como se enteren los canóngos del partido que el Cortinglés le saca a la iluminación de la Catedral, le piden a Isidoro Alvarez que les pague la factura de Endesa, vamos que si se lo piden...)

 

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