ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


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ABC,  29 de diciembre de 2013
                                
 
El carímetro
 
      Sé que le he puesto a este artículo un título dado a la confusión. Cuando ha leído lo del "carímetro" quizá haya pensado usted que han inventado, ¡por fin!, un aparato que estaba haciendo mucha falta en la política y en muchos otros aspectos de la vida española. Pues puede pensarse que el "carímetro" es un chisme para medir la cara que tiene un tío o el rostro que le echa un gachó a algo. ¿Usted no ha visto esos metros electrónicos sin cinta y sin nada, que por rayo láser te miden, por ejemplo, la distancia entre las paredes de un cuarto, para ver si cabe o no cabe el mueble que hemos visto en Ikea? Pues podría cualquiera pensar que el carímetro es algo así. Un aparatito que, por ejemplo, sale por la tele Arturo Más, le das al cacharro y te señala los kilómetros cuadrados de cara que le está echando el gachó al cuento del envergue del separatismo para seguir trincando cada vez más tela de Madrid. La cara es el espejo del alma. Cierto. Arturo Más tiene cara de tener mucha cara. Tanta, que de existir los carímetros con esa función, les fundiría los plomos: no estarían preparados para tanta dureza facial. Cacharros que aplicados al cutre "Star System" televisivo español tampoco aguantarían la medición de rostros. Reventarían todos los carímetros al intentar medir a Kiko Rivera, Rosa de Benito o Belén Esteban, profesionales de echarle cara a la cuestión que vaya haciendo falta echársela.

Pero el carímetro que he descubierto no es eso que pudiera pensarse. Es un carímetro mucho más útil, porque tiene que ver con nuestros bolsillos y nuestros afectos, con las dos cosas que más sentimos en nuestro pecho: el corazón y la cartera. El carímetro es una nueva unidad de medida de distancias. Las distancias no deben medirse ni en kilómetros ni en las horas que se tarda en un viaje de avión, de tren o de coche. Hay que medirlas en los euros que nos cuesta el viaje, en lo caro que nos sale, de ahí la utilidad del carímetro. Más que con estos conceptos espacio-temporales hay que medir las distancias en euros pagados. "Dicen que la distancia es el olvido", no, señor del bolero. Dicen que la distancia es lo que nos cuesta el viaje. La verdadera distancia es la tarifa del avión, el billete del Ave, lo que nos gastamos en gasolina.

Y le llamo carímetro a esta nueva medida de las distancias en los viajes carísimos en honor de Cary Lapique, que la ha inventado. Nos invitó la otra noche Pío Delgado Ribelles a una cenita simpática en su casa y allí encontré a Cary Lapique. Comprobé que pertenece a mi mismo sindicato: al Sindicato de Padres con Hijos Fuera de España. Un sindicato bastante chungo, por cierto, pues ni nos pegamos mariscadas de gañote ni cobramos facturas falsas ni nada. Y alguien le preguntó a Cary Lapique donde estaba su hijo. Y dijo:

-- ¡Está a tres mil euros de aquí!

Cary lo tuvo que traducir, porque la gente aún no maneja todavía bien el carímetro: su hijo está en Miami. Y sabido es, carímetro en mano, que Miami no está ni a cuatro mil kilómetros, ni a nueve horas de avión, ni nadfa. Está exactamente a 3.000 euros. Lo que de verdad importa si tienes que ir a ver a tus hijos o que ellos vengan a España es a cuántos euros están. Yo tengo a mi hijo más cerca: a quinientos euros, en Munich. Pero los datos del carímetro varían según las compañías aéreas. Por Ryanair, por ejemplo, las distancias en carìmetros son menores que por Iberia o Vueling. Y el carímetro hay que aplicarlo al Ave. ¿De qué nos sirve que Sevilla esté a dos horas y cuarto de Madrid si anda a más de 200 euros ida y vuelta? Entre la alta velocidad y el Airbus, los sitios no están ya lejos o cerca, sino caros o baratos. Por ejemplo, el aeropuerto de Munich está en taxi exactamente a 60 euros de la ciudad. No tan lejos como el de Oviedo, que tiene el aeropuerto a 70 u 80 euros. En carímetros, claro, utilísima unidad de medida en euros que te dice lo caro que es viajar. Aunque sea en esas perreras volantes a las que llaman "low cost".

 

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