ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


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ABC,  4 de febrero de 2014
                                
 
El niño que vio la nieve
 
 En llegando febrero había en Portaceli unos días sin clases: las Fiestas Rectorales. El Carnaval entonces estaba prohibido y en Cádiz para hacerlo tenían que disfrazarlo de lujo y cabalgatas, mayoretes de Francia y Lolita Sevilla subida a una carroza, bautizándolo todo en la misma Caleta con careta de un nombre: decían Fiestas Típicas, para que Paco Alba sacara su comparsa y le escribiera versos al viejo Vaporcito con que Alberti soñaba muy lejos, otra plata, en la Plata de un Río con acento argentino. La razón, como digo, de los días sin clase en aquellos febreros lejanos para el niño, eran aquellas fiestas que en el colegio había, en donde los internos llevaban los caballos que traían de fincas de toros y olivares, y en donde los externos llevaban bicicletas rejoneando sedas en carreras de cintas que enhebraban con pulso del ojo de una argolla, y que ondeaban luego como capa de un tuno.

La fiesta aquella tarde no era en El Albero, donde representaron la llegada de un moro que era Rey de la Arabia y que vino a decirnos que no estábamos solos en la España de Franco, que siempre nos quedaba, tan fiel, el mundo árabe de los moros de Queipo y la jarca de Yagüe y de las chirimías, Regulares de Ceuta, con que la Cabalgata sonaba tan a Oriente. El acto aquella tarde de Fiestas Rectorales era cine en el patio de aquel viejo edificio: Villasís lo llamaban, en donde estuvo antes el colegio que fuera entonces trasladado a una Huerta del Rey de naranjo y basílica. Un Villasís vacío, sin clases, con su patio de columnas y tondos de españoles ilustres, que ahora hacía las veces de aquel salón de actos aún no construido allá por Portaceli. Y en ese patio, el cine, dispuesta la pantalla de columna a columna: un columpio de sueños. Echaron aquel día una cinta devota que el niño no recuerda del tiempo que ha pasado. Y lo que sí recuerda es que al salir del cine, la sorpresa gritaba en la esquina de Cuna: "¡Enrique, corre, corre! ¡Mira, que está nevando!". Y por los adoquines de calle Martin Villa, los mismos que en la foto que le hizo Serrano reflejan, Martes Santo con el sol de poniente, la bendición de sombra de aquella cruz de guía... Por esos adoquines de carrillos de mano y canastos que vienen de comprar en la plaza, la nieve va poniendo el blanco que aún conserva tan frío en la memoria la emoción de aquel niño.

Y corrió hasta su casa. "Papá, que está nevando, que yo he visto caerla al salir hoy del cine." Y todos impacientes esperándolo estaban: "Venga, ponte el abrigo, nos vamos a la calle". "Y ponte la bufanda, abrígate bien, hijo. La bufanda y los guantes", le dice ahora la madre, que es de Cuenca y que sabe las memorias que dejan las nieves en los niños. Las Gradas están blancas. La Punta del Diamante le recuerda el paisaje de un anuncio de Frigo. Más blancas hoy que nunca están las azucenas de bronce que florecen arriba en la Giralda. Y el Patio Los Naranjos retratará mañana Serrano con su Leika para dejar constancia de que hubo en Sevilla blancura de azahares en el mismo febrero de San Blas y los días que en Portaceli llaman las Fiestas Rectorales.

El niño con sus padres, con su tía María, llega a una Plaza Nueva que está llena de gente. Noveleros que somos, con nieve o lo que caiga. San Fernando al caballo le ha puesto una gualdrapa de nieve de Sevilla: es su nueva conquista. Y los naranjos tienen, como tienen por Pascuas bombillas de colores, el blanco de la nieve; azahar de este frío de los guantes de lana empapados del niño, que ahora coge del suelo la nieve sobre el mármol y formando una bola, como bola de cera´, se la tira a su hermana. Lo han visto tantas veces así en las películas, que esa es la costumbre en los sitios que nieva. Y allí está Juan Lafita, escultor bien moderno. Con su trenka y su barba de Montmartre, parisina, va esculpiendo en la nieve un muñeco que ahora he sabido con formas de homenaje a Picasso en la vieja Sevilla de Susillo y Lastrucci. Memoria de la nieve aún conserva aquel niño. Una Sevilla blanca, silenciosa, soñada. Aquel niño que evoco es este que hoy recuerda. Tengo serias sospechas que sigo siendo el mismo.

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