ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC,  26 de abril de 2014                 
                                
 
"Amargura" por Filella
 
El inolvidable Jaime Campmany, hablando del arte del artículo necrológico, dijo: "Ido González Ruano, a mí los muertos se me dan como a nadie". Siguiendo las divinas enseñanzas del que fue Hermano Mayor de la Cofradía de la Columna, nos atrevemos a decir que, ido Campmany, a nosotros los obituarios tampoco se nos dan malamente. Con una diferencia: aquellos maestros escribían excelsas oraciones fúnebres, mientras servidor plumea malamente gorigoris. Y como aquí en Sevilla tenemos esta barroca cultura de la muerte, más de uno, para hacerme la pelota, me ha dicho: "En Sevilla da gusto morirse, porque hay que ver los gorigoris tan bonitos que les hace usted a los que la palman".

Yo he dedicado gorigoris a académicos, a betuneros, a calenteras, a poetas, a capataces, a costaleros, a canónigos, a toreros... Pero nunca a una confitería. Lo que viene a demostrar que los comercios tradicionales tienen alma, son como amigos de la familia, como vecinos, como conocidos de toda la vida. Te dicen: "¿Sabes qué tienda ha cerrado?"; y te parece que te han dicho: "¿Sabes quién se ha muerto?". En Sevilla los comercios tradicionales no cierran, se mueren. Por eso va este gorigori por Filella. Tan sevillana que era dual: la Filella de Sevilla, en la Avenida esquina a Fernández y González, en los bajaos de La Adriática, y la Filella de Triana, en la calle San Jacinto, frente a la iglesia de esos dominicos tan sevillanos (por las que hilan) que no quieren ver allí una cofradía ni pintada a boli.

La Adríática, obra del arquitecto José Espiau (1879-1938), prima hermana de La Ciudad de Londres en la esquina Cerrajería con Cuna, del mismo autor, es uno de los edificios más retratados por los turistas. En esa esquina siempre hay dos cosas, no falla: una mendicante pareja de flamencas chuchurrías bailando con mucho malaje sobre una plancha de conglomerado de Leroy Merlin a modo de tablao, y un turista haciéndole una foto a La Adriática, que por neomudéjar creen del tiempo de los moros. Edificio que a mí me parece una tarta, merengue arquitectónico, caja de mazapán del regionalismo. Por eso creo que en sus bajos estaba Filella desde 1935. Porque en esa confitería vendían deliciosos trozos de la tarta que es el propio edificio. La confitería más pequeña de Sevilla. Tenía Filella algo de mínima capilla cofradiera del Arenal. Algo de Capillita de la Pura y Limpia con caramelos. Filella de la Avenida eran los cien gramos de Confitería La Campana, de La Española, de Ochoa, de Nova Roma, de Los Ángeles, mejor despachados del mundo. Pero con tanta personalidad que sólo allí vendían los refinados y británicos savoys, unos bizcochos alargados envueltos en celofán y hechos a la medida exacta de ser mojados en el té. Esas vitrinas curvas eran como una media verónica de los pasteles más tradicionales, pero por su gemela trianera hasta tenían algo de dulcería de barrio.

Los nazarenos de caramelo de las curvas vitrinas de Filella, ay, han hecho este año doble estación de penitencia. Han visto pasar las cofradías con el cierre echado y las cancelas puestas. Cuando se murió Antoñito Procesiones le escribí el gorigori «"Amargura" para Antoñito». Yo ahora hago que suene "Amargura", mientras un palio está pasando camino de la Catedral, en memoria de las torrijas de Filella, de sus cortadillos de cidra, de sus palmeras, de sus sultanas de coco, de sus merengues, de sus tortas de San Lorenzo. "Amargura" para un dulce recuerdo que, ay, se nos fue con la muerte de su dueña, doña Isabel Filella Gómez. Tras las rejas, un papel anuncia las misas trianeras que dirán por ella. Y como si hubiera llegado la lava de Pompeya sobre esta ilustre, antigua y fervorosa confitería, en sus vitrinas aún podemos ver los cadáveres momificados de sus bayonesas, de sus torrijas, de sus pestiños, de sus petisules, de sus piononos, de sus cortadillos, de sus costradas de cidra. Amargo cierre de la dulce Filella. Dulces recuerdos ante las amarguras de estos pasteles que ahora se pudren, Valdés Leal en almíbar, tras un cristal, con la vida detenida "in ictu oculi". Filella rima con Pompeya.

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