ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC,  29 de abril de 2014                 
                                
 
Campo y río
 
Hay, a mediodía, cuando a las huebras del campo andaluz todavía le queden muchas garrochas de sol, ABC y la Caja Rural (que se escribe "del Sur" y se pronuncia "de García Palacios") entregarán la sexta edición del premio Simón de Rojas Clemente. Concedido este año a un valenciano de Paiporta que hace tiempo cogió el portante en su tierra de huerta y se vino a cultivar fresas a Huelva. A don Enrique Masiá Ciscar, fundador de Freschhuelha y emprendedor notable en ese pujante mundo de la agricultura andaluza que tanta riqueza crea y tanto empleo da.

Me encanta que me inviten a este acto porque es como si a la Casa de ABC le entraran por las puertas los personajes de la "Historia de una finca" de los Hermanos Cuevas, la novela que un día se publicara como folletón por entregas en el reverso de la contrapotada del periódico y que junto con "Las cosas del campo" de Muñoz Rojas debería ser lectura obligatoria en las escuelas, especialmente en las urbanas más que en las rurales. Hablo de esa lectura escolar obligatoria en las ciudades porque en este acto descubro cada año que los sevillanos no solamente vivimos de espaldas al río, sino que, además, no sabemos nada de campo. Y así nos va. Los sevillanos lo desconocemos todo acerca de los dos ámbitos de la vida andaluza que le dieron grandeza y prosperidad a la ciudad: el campo y el río. Sevilla ha sido siempre la gran ciudad agraria que era el puerto de exportación del campo andaluz: ese muelle de Nueva York cuando todavía era comercial y no turístico, con los vapores de Ybarra o de Filomeno de Aspe embarcando los bocoyes de aceitunas para Estados Unidos y las cajas de naranjas para Inglaterra...

Sevilla antes tenía a gala ser ciudad agraria. La ciudad de la Feria de Abril, que era el mercado de ganado. Pasabas en la calle Sierpes por la puerta del Mercantil y te encontrabas con los corros de los tratantes, como en una perenne feria, y oías en plena ciudad hablar de arrobas y de libras, de fanegas y de costales. Ahora, sí, la gente del campo sigue contando en pesetas y en céntimos como antes en duros, y en pesetas y en céntimos siguen tirando de la difícil economía andaluza del euro. Mas parece que a Sevilla le diera vergüenza ser una ciudad agraria, cuando antes tenía a orgullo vivir del campo. Hasta los comerciantes estaban pendientes del cielo y de las cosechas, y sabían cuándo tenían que mandarle la factura por los apuntes anuales del libro al que vivía de la saca del corcho en la Sierra y cuándo al que tenía aceituna de verdeo en el Aljarafe. Tenía Sevilla, incluso, su prensa agraria, como la revista "Campo· que dirigía López Lozano, o "La Cosecha" de mis recordados y ya citados Hermanos Cuevas.

Y el río... Sevilla vivía también del río. Era la Sevilla de tiendas de efectos navales en El Arenal y de pensiones donde les lavaban la ropa a los embarcados. Triana no se entiende sin el río. Un río por el que llegaba otro río: el río de los dineros, con las exportaciones agrícolas. Que ahora lo sigue siendo, pero la gente no lo sabe. Los sevillanos no sabemos y mucho menos valoramos lo que recordaba ayer en estas páginas Philip Weke, "broker" del mercado agrícola, que es como los tratantes del Mercantil, pero con correo electrónico: que Sevilla es el mayor puerto de exportación de trigo duro.

-- Y eso del trigo duro, ¿para qué sirve?

-- De momento para que sus niños coman pastas Gallo...

Más de la mitad de la exportación española de trigo duro sale por nuestro muelle. Que es algo más del río de los piragüistas del Náutico y de los turistas del "Luna de Sevilla". Pero los sevillanos seguimos de espaldas al campo y de espaldas al río. Cómo será, que cuando, al modo de Venecia con la mar, Sevilla celebra sus bodas con el río en la Velá, el Guadalquivir sirve...para que den allí las traseras de las casetas. Por eso me encanta ver ese campo que se le mete a la ciudad por las puertas con el premio agrícola de ABC. Caras de empresarios agrarios curtidas por el sol y en la charlita, el trigo duro, el algodón, las nectarinas o la carrasqueña. Esto era Sevilla cuando fue grande y rica: una ciudad que vivía del campo y no del aire y de quitarnos la cartera unos a otros, como ahora.

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